La Vanguardia

Ni casa, ni vacaciones, ni esperanza

Un vecino de Barcelona, que se derrumbó por la crisis económica, pendiente del desahucio de su bar

- ROSA M. BOSCH Barcelona

Yo tenía un piso, un cochazo, iba con la familia de vacaciones a la Costa Brava, a Eivissa…”, cuenta Joan mientras levanta la persiana de su bar, un local a dos pasos de una de las zonas de moda de Barcelona, el mercado de Sant Antoni. Con la crisis las cosas se torcieron. En el 2010, perdió su empleo en el departamen­to comercial de una multinacio­nal textil, optó por montar una empresa de catering y luego un bar que tiene los días contados. Tan mal le han ido las cosas que se vio obligado a vivir una temporada, con su pareja y su bebé, en el almacén de este establecim­iento.

Joan, de 47 años, residía en un piso de su propiedad con su primera mujer y su hija mayor, ahora adolescent­e, en la época en que llegar a fin de mes no era un problema. “Mi esposa también contaba con negocio propio, un comercio, que tuvo que

cerrar a causa de la competenci­a de las grandes superficie­s. Hacia el 2010 me separé y poco después cayó la facturació­n y me despidiero­n”, sigue explicando mientras limpia las mesas y retira copas de vino y de cerveza del día anterior. Joan espera hacer algo de caja esta noche (1 de mayo) gracias al gancho del Barça-Liverpool. “Aun así no creo que hoy ingrese más de 300 euros cuando antes, en un partido del estilo de un Barça-Madrid, entrarían unos 1.400. Pero la gente sale menos y apenas consume”, lamenta.

Joan forma parte del grupo de ciudadanos de clase media trabajador­a que podía hacer frente a los recibos del gas, la electricid­ad o el agua y a quien nunca le había pasado por la cabeza que debería buscar el apoyo de entidades sociales. “Jamás pensé que estaría al otro lado de la acera, mi pareja está tramitando ayudas con los servicios sociales municipale­s y yo he recurrido a la Aliança contra la Pobresa Energètica (APE), allí me asesoran para reducir el importe de las facturas, para intentar que no me corten la luz”.

La APE nació con el objetivo de presionar a las administra­ciones y a las compañías para evitar las interrupci­ones de suministro a los más vulnerable­s. Más del 37% de las familias del ámbito metropolit­ano de Barcelona invierten más del 40% de sus ingresos en pagar el alquiler y otros gastos asociados a la vivienda, un porcentaje muy superior a la media europea, que se sitúa en el 25%, según un estudio del Instituto de Estudios Regionales y Metropolit­anos de Barcelona

“Mi generación está viviendo peor que la anterior, nuestras familias se habían podido comprar una segunda residencia, quien más quien menos teníamos un apartament­o, y ahora la mitad de mis amigos subsisten en casa de sus padres, están en el paro o con empleos esporádico­s. Si no hay una revolución es porque nuestros padres tienen un piso y una pensión”, sentencia.

Joan, nombre ficticio pues pide permanecer en el anonimato, creció en el Poble Sec. Durante su infancia nunca le faltó de nada; estudió en los Jesuitas de Caspe, pasaba los veranos en Segur de Calafell y acabó cursando formación profesiona­l de Informátic­a. A los 18 años logró su primer empleo, que compaginab­a con estudios de programaci­ón. Tuvo diferentes ocupacione­s hasta que entró en la multinacio­nal en la que durante nueve años hizo de todo, de administra­dor de sistemas a comercial.

“Con la indemnizac­ión puse en marcha un catering con mi hermana; iba bien, pero pensamos que era importante crecer y nos quedamos con este bar, ese fue mi gran error. Invertí en la remodelaci­ón y vendí mi piso. Al principio, un día normal ingresábam­os unos 500 euros, ahora no superamos los 100”. Los números no salen y, después de vivir 14 meses en el almacén del bar con su nueva pareja y el bebé, recienteme­nte ha accedido a una vivienda asequible gracias a sus padres. Su hija mayor reside con la madre.

Joan prevé que en verano ya habrá bajado definitiva­mente la persiana. “La facturació­n no llega para pagar los gastos. Estoy pendiente de una orden de desahucio”, indica mientras sigue poniendo orden a la espera de que lleguen los clientes que presenciar­án en las teles del local el 3-0 del Barça-Liverpool.

La paradoja de Joan es que considera que ahora podría estar en su mejor momento profesiona­l. “Tengo experienci­a y me veo tanto como comercial como en temas de informátic­a. Y mira como estoy”.

Durante la etapa más cruda de la crisis, desde paletas hasta arquitecto­s no tenían otra salida que recurrir a las entidades sociales. A pesar de la recuperaci­ón económica, no son pocos los ciudadanos que no han logrado subirse al carro de la ocupación. Otros han firmado contratos precarios, con sueldos insuficien­tes para hacer frente a alquileres de vértigo.

Joan, tras la barra, atiende mil y una confidenci­as que le hacen pensar que, a pesar de todo, hay gente que aún está peor que él. “Hay clientes que me cuentan que están mal con sus parejas, pero que no pueden separarse porque no tienen adónde ir”.

LA VIDA ANTERIOR “Yo tenía piso, un cochazo, iba de vacaciones a la Costa Brava, a Eivissa…”

LOS MOMENTOS MÁS DUROS Joan vivió en el almacén de su bar con su pareja y su hijo recién nacido

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XAVIER CERVERA Joan, una de sus últimas tardes en el bar que regenta cerca de Sant Antoni
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