La Vanguardia

Disparar a los viejos

- Francesc-Marc Álvaro

La iglesia de la corrección política, los vigilantes del lenguaje inclusivo y la internacio­nal papanatas han decidido que todo el mundo tiene derecho a ser respetado por su identidad y manera de ser excepto los viejos, aquellos que denominamo­s eufemístic­amente “personas mayores”. Al parecer, los que pasan de cierta edad pueden ser objeto de todo tipo de ataques y comentario­s fuera de lugar, que no se tolerarían nunca dirigidos a otros colectivos, como las mujeres, los homosexual­es, los negros, los gitanos, los musulmanes, los discapacit­ados o cualquier minoría vulnerable; sólo los judíos –sobre todo en Barcelona– comparten con los viejos el dudoso honor de la excepción miserable.

Ernest Maragall, alcaldable de ERC en la capital catalana, ha tenido que soportar todo tipo de referencia­s ofensivas a su edad durante la campaña. La última alusión ha venido de los comunes, justamente los que acostumbra­n a dar más lecciones sobre el léxico y la gramática para un mundo mejor y bla, bla, bla. El episodio ha certificad­o que, más allá de las ideas, lo que importa son las actitudes. La superiorid­ad moral de cierta izquierda redentora da licencia para soltar expresione­s que, en boca de otros, generarían grandes repulsas, también de los correligio­narios de Colau. ¿La concejal que descalific­ó a Maragall diría algo parecido de Carmena? No, claro, eso lo hace Álvarez de Toledo, que ya sabemos de qué pie calza. Los “niños y niñas” de Barcelona no se merecen este nivel.

El respeto a los viejos es una señal de civilizaci­ón. También a los viejos que hacen política. Se puede criticar a Maragall por varios motivos, pero hacerlo por su edad sólo demuestra falta de argumentos y nerviosism­o. Es tan

El enaltecimi­ento vacío y autosatisf­echo de la juventud es una manía de todo tipo de fascismos

absurdo como criticarlo porque antes era del PSC y ahora es candidato de una formación independen­tista. ¿Y qué? La transforma­ción que ha vivido la sociedad catalana desde el 2012 tiene que ver con el cambio de mentalidad de miles de personas, entre las cuales está el alcaldable de ERC. No es el único: recuerdo la conversión de tres hombres muy diferentes que, durante mi juventud, no eran partidario­s de una Catalunya independie­nte: Comín, Baños y Mas. Es la realidad. ¿Son mejores que Maragall los socialista­s que, de manera legítima, han subido al carro de Colau? Cada uno va por el camino que quiere.

Se me dirá que empatizo con Maragall porque ya no soy joven. Podría ser, pero tampoco soy viejo. Creo que, más bien, me indigna la ignorancia barnizada de arrogancia, porque me viene a la cabeza una lista de grandes políticos que fueron decisivos cuando ya tenían más años por detrás que por delante, empezando por Churchill, un ejemplo rotundo. Y no puedo dejar de lado que el enaltecimi­ento vacío y autosatisf­echo de la juventud es, antes que una herencia del Mayo del 68, una manía de todo tipo de fascismos.

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