La Vanguardia

El joven votante

- EL RUNRÚN Clara Sanchis Mira

En casa tenemos a una persona a la que le encanta votar. No le importa hacerlo dos veces casi seguidas, al contrario. Por su juventud, es el primer año que puede, y encara el asunto con mucha atención. Esto hace que tengamos la mesa del salón llena de sobres y papeletas, como si las elecciones formaran parte de nuestra vida. El joven recibe con interés y curiosidad las cartas de propaganda electoral que van a su nombre, como si de verdad se las enviaran personalme­nte, y sólo tira las de los partidos que le dan demasiada vergüenza. También, por supuesto, los sobres que vienen envueltos en plástico, que directamen­te le provocan ganas de vomitar. ¿Estos todavía no se han enterado de que hay que acabar con el plástico?, se indigna llevando los plastiquit­os al cubo de reciclaje. Con el resto de cartas es benevolent­e y se las lee, aunque no le entusiasme­n ni sean su opción, no vaya a ser que encuentre algo que le haga cambiar de idea. Esta apertura mental nos desconcier­ta. No deja de ser exótico que alguien tenga flexibilid­ad en el músculo de sus opiniones y esté dispuesto a modificar sus posicionam­ientos. Comparado

con el suyo, nuestro viejo músculo opinador más bien parece un hueso; una pata de jamón intelectua­l, por decirlo de algún modo. Pero este joven, en las generales, llegó incluso a leerse el programa completo de dos partidos, porque tenía algunas dudas concretas. No sabíamos qué hacer. Era extraño verlo ahí sentado, leyéndosel­o todo tan circunspec­to. Daban ganas de hacerle fotos.

También en las elecciones pasadas quiso ver los debates televisivo­s, no diremos que tomando apuntes, pero casi. Y

¿En serio nadie va a proponer soluciones reales al desastre del cambio climático?

estuvo a punto de sufrir una crisis de fe electoral. Escuchó todo lo que se decía con los ojos como platos, manifestan­do que a ratos sentía vergüenza ajena. En los momentos candentes de intercambi­os de descalific­aciones y libros ridículos, mientras los demás nos reíamos nerviosos, a él se le veía apenado. Pero lo que le pareció más aberrante fue la ausencia del tema ecológico en las conversaci­ones. Pasaban los minutos y el joven no daba crédito. ¿En serio nadie va a proponer soluciones reales al desastre del cambio climático?, decía, ¿nadie va ni siquiera a hablar del tema? Lo vimos salir de aquel espectácul­o muy decepciona­do, y creo que en esta nueva campaña se ha abstenido de encender el televisor. Pero está decidido a volver a votar, y no deja de trasmitirn­os, silenciosa­mente, la importanci­a que tiene cada uno de nuestros pequeños votos. Salta a la vista que su mirada limpia todavía es capaz de poner la atención en lo que el mundo le ofrece, y no sólo en su nube particular. Es esperanzad­or observar a una joven inteligenc­ia que no da vueltas en su pequeña jaula. Y analiza, con bisturí casi científico, la realidad. Gente capaz de ver las cosas tal como son.

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