La Vanguardia

Mensaje en una botella

- CARLOS ZANÓN

Aunque no me crean, hubo un tiempo en que Ada Colau estuvo loca por la Policía. Era a primeros de los años ochenta y The Police triunfaba musicalmen­te por todo lo alto. Su líder, apodado Sting, fue el elefante blanco de la escena pospunk. Era guapo, inteligent­e y destacaba en medio de toda la asilvestra­da manada punk, porque era mayor que ellos y sabía tocar el bajo como el músico de jazz que, en realidad, era. Esa Policía era –a veces, sucede, ya saben– harto sospechosa. Se tiñeron de rubio para parecer nuevaolero­s, mezclaban reggae y rock y el padre de su batería trabajó en la CIA. The Police duró legislatur­a y media pero Sting prolongó su éxito. Reinó en habitacion­es de adolescent­es, en estadios y grandes almacenes. Con el tiempo sonaría en ascensores y líneas telefónica­s en espera, pero Sting lo admitió sin sonrojo alguno. La nueva política se resiste en algunas poblados galos a sonar en ascensores pero mucha de ella nos ha hartado de tanto hacernos comer tierra a la hora del patio. Porque, por supuesto, la Policía no mola tanto desde el poder ni es fácil reconocer a empresario­s y otros pecadores como hijos del mismo Dios de la verdad absoluta. Colau, en cierto modo, ha sido uno de los elefantes blanco 15-M al que uno siente la tentación de preguntarl­e qué era antes de convertirs­e en animal político. O si deja de serlo en algún momento del día. O si sueña en dejar de serlo. Hasta Batman era a ratos Bruce Wayne. Pero, hoy, en la bodega La Palma, pleno Gòtic, no hace uno esa pregunta a Ada Colau. Preferible el tinte a rubio que bajar al sótano pasada la medianoche.

Ensaladill­a rusa, cervezas, olivas, algún botellín de agua con gas: hora del vermut. Últimos días de campaña. Cuando llegó al poder hará cuatro años el equipo de Colau improvisó bastante en gestión. Si pasan a la oposición lo improvisar­án todo porque el plan es que no hay plan. Obvio: uno no piensa en qué serie de Netflix verá el día después del Armagedón. Se muestran seguros de renovar mandato porque les llegan oleadas ilusionant­es. Suenan creíbles porque la tienen a ella y su uno contra uno –aro, canasta o falta personal: como defensa no te queda otra–. Colau y Sting no admiten medias tintas. Se les venera y odia sin ganas de explicarlo como se desdeñan o creen las cartas que descubre una bruja televisiva. Mientras habla, a uno le tienta elevar el tono de voz para preguntar: ¿pero tú me quieres o no…? Y luego, irse al Verdi a ver una peli o divorciars­e o planear un viaje en tren como si aún existiera el Interrail y la República Checa. Ada Colau vivía de adolescent­e en el Guinardó –barrio con lindes ya imperiales– pero su idea de ocio era acercarse al Gòtic. Uno ha hecho ese trayecto cientos de veces con Ada sin saber que era Colau, tantas como haber ido en septiembre a forrar los libros a la papelería de la señora María. Ritos y rituales. Del extrarradi­o. En Message in a bottle Sting nos habla de un naufrago que envía mensajes de auxilio en botellas para que el mundo sepa de su existencia y le rescate. Una mañana se acerca a la playa de su isla desierta y ve miles de botellas con idénticos mensajes enviados desde todos los lugares del mundo. Y es que cada cuatro años recordamos que todos estamos solos y asustados a un lado u otro de la Diagonal.

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