La renuncia de Theresa May abre la lucha por el liderazgo de los conservadores británicos
La primera ministra abandonará el cargo el próximo 7 de junio ante su fracaso para llevar el Brexit a buen puerto
Theresa May lo intentó casi todo –salvo buscar consensos amplios, en lo que se ha revelado incapaz– para conducir de forma ordenada al Reino Unido fuera de la Unión Europea, y al final su fracaso se la ha acabado llevando por delante. La primera ministra británica anunció ayer su renuncia para el 7 de junio, abriendo así la batalla por su sucesión. El futuro o futura premier deberá tratar de salir del atasco antes de la fecha prevista para el Brexit, el 31 de octubre.
Decía el ministro e intelectual conservador Enoch Powell que todas las carreras políticas acaban en fracaso, lo cual fue sin duda cierto en su caso, y lo ha sido en el de todos los líderes británicos de memoria reciente (Cameron, Brown, Blair, Major, Thatcher, Heath...). Hasta Winston Churchill perdió las elecciones al poco de ganar la guerra. Pero una cosa es que concluyan en fracaso, y otra en la humillación más absoluta, en la indignidad, el masoquismo y casi la tortura, como ha ocurrido con Theresa May.
May, que apenas pudo contener las lágrimas a la puerta del 10 de Downing Street en una mañana luminosa de primavera londinense al anunciar que el 7 de junio dejaría el cargo que ha ocupado (de rebote) durante casi tres años, incluso daría pena de no ser por las pantagruélicas dimensiones de su fracaso. Fue elevada con una sola misión, la de canalizar el resultado del referéndum e implementar un Brexit sensato, y ha dejado a su partido y al país patas arriba, con la ultraderecha más fuerte que nunca y a punto de convertirse en árbitro político, las inversiones extranjeras paralizadas, la economía víctima de la incertidumbre, y enfermedades como la delincuencia, la carencia crónica de vivienda o el deterioro de los servicios públicos sin haber recibido ningún antibiótico desde que ella llegó al poder. Los resfriados se han convertido en pulmonías.
Su mandato ha pendido de un hilo durante más de dos años, desde que se jugó la mayoría absoluta en unas elecciones generales del 2017 de la que pretendía salir reforzada para hacer y deshacer a su antojo, y perdió. Desde entonces, más que primera ministra, ha sido la protagonista de un reality show de supervivencia en la jungla política, en la que los cocodrilos han acabado por comérsela. Solitaria por naturaleza, incapaz de fiarse de nadie ni de forjar alianzas, ha acabado consumida por la prensa de derechas, el grupo parlamentario tory y su gabinete.
“Me voy –señaló con voz entrecortada y la emoción a flor de piel– con la enorme gratitud de haber tenido la oportunidad de servir al país que amo, y de haber sido su segunda primera ministra, pero no la última. Ocupar el cargo que pronto voy a dejar ha sido el gran honor de mi vida, y pronto otro líder gozará de la oportunidad de hacer las cosas de manera diferente”.
May continuará en el 10 de Downing Street hasta la elección de un nuevo dirigente conservador, probablemente a finales de julio, y dará la bienvenida al presidente norteamericano Donald Trump en su visita oficial al Reino Unido del 3 al 5 de junio. Pero si ya hace tiempo que era un pato cojo, a partir de ahora va a ser como esos pollos que siguen correteando cuando les han cortado el pescuezo.
Obsesionada por su legado, se despidió repasando las reformas que ha realizado para combatir la violencia doméstica y mejorar la salud mental. También intentó erigirse en campeona de la lucha contra la discriminación racial, después de haber sido ella (como ministra de Interior) quien tuvo la abominable idea de poner en los autobuses carteles de Go home, exhortando a los inmigrantes a regresar a sus países de origen. Pero en cualquier caso no va a ser juzgada por eso, sino exclusivamente por el Brexit, donde metió la pata hasta el cuezo. Ayer exhortó a su sucesor a buscar compromisos, pero ella no lo hizo hasta
LEGADO VACÍO
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