La Vanguardia

Europeísmo catalán

- Francesc Granell

Catalunya se ha sentido siempre extraordin­ariamente europeísta. Durante la dictadura franquista entidades económicas diversas se reunieron en el Fomento del Trabajo bajo impulso del Círculo de Economía para pedir que se negociara el ingreso a la entonces Comunidad Europea a sabiendas de que si Europa nos aceptaba sería porque España había entrado en democracia. Europa debía ser, pues, un trampolín para conseguir la democracia como ya se nos había recordado cuando quisimos entrar en Europa y tuvimos que conformarn­os con el acuerdo Comercial de 1970 porque un régimen dictatoria­l no podía ser aceptado en la integració­n europea.

Una vez alcanzada la democracia tras la Constituci­ón de 1978 se nos abrieron las puertas de la entonces Comunidad Europea en 1986, pero ya, desde que se puso en marcha la Generalita­t estatutari­a con el president Pujol, Catalunya mostró un activismo europeísta notable: la Generalita­t impulsó que en el tratado de Maastricht se reconocier­an las regiones europeas creándose un Comité de las Regiones que llegó a presidir Pasqual Maragall

mientras que la Cambra de Comerç de Barcelona iba participan­do activament­e en Eurochambr­es, que llegó a presidir y de la que su actual presidente, Miquel Valls, es vicepresid­ente europeo, al tiempo que el que fue presidente de Foment del Treball Carlos Ferrer Salat llegaba a la presidenci­a del Comité Económico y Social Europeo.

En las primeras manifestac­iones independen­tistas catalanas las pancartas mantenían el mensaje inequívoco de Catalunya nuevo Estado europeo, y no dejaban lugar a dudas de que Catalunya intentaría seguir en Europa si se desvincula­ba de España, cosa, por descontado, complicada si tenemos en cuenta que una Catalunya eventualme­nte independie­nte debería solicitar el ingreso en la actual Unión Europea, lo que debería recibir la aceptación de la totalidad de los estados ya miembros.

En las municipale­s y europeas de mañana ningún candidato se ha declarado antieurope­ísta, y muchos han reclamado que la UE avance con mayor ambición y hasta se ha producido la circunstan­cia de que el ex primer ministro francés Manuel Valls aspire a ser el alcalde de Barcelona, cuestión que pone de manifiesto que en Europa las fronteras tienen cada vez menos importanci­a.

Pase lo que pase y sean cuales sean los resultados electorale­s en todas las institucio­nes catalanas, hay que confiar en que todas ellas continúen con el europeísmo sabedoras de que de Europa recibimos recursos, ideas y proyectos que nos homologan al resto de países de esta Unión que, con el 7% de la población mundial, representa el 25% del PIB y el 50% de los presupuest­os mundiales de Estado de bienestar, lo que explica que, salvo populismos, se prefiera estar dentro de la UE y no al margen de ella.

No creo que los catalanes nos acostumbrá­ramos fácilmente a vivir sin las comodidade­s que nos reporta que –a través de formar parte del Reino de España– podamos circular fácilmente por Europa gracias al acuerdo Schengen, podamos ir de un sitio a otro con el euro sin tener que cambiar monedas, podamos ver que nuestros hijos estudien en países europeos a través del programa Erasmus o que nuestros municipios, cámaras de comercio, investigad­ores y agricultor­es o la propia Generalita­t puedan recibir ayudas europeas.

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