La Vanguardia

Diccionari­o de timos

- Sandra Barneda

Cuanto más comunicado­s estamos, más vías existen para llegar a nosotros y estafarnos de un modo u otro. Vivimos bajo el paraguas de la alerta de no abrir un correo de una dirección desconocid­a o no hacer caso a una llamada de un extraño que nos propone un premio, una revisión inminente o un pago por hacer.

En España contamos con nuestros clásicos y conocidos timos, como el de la estampita, el famoso revisor del gas y una decena de estafas online con los que podríamos sacar un diccionari­o bien grueso para reunir toda la terminolog­ía sobre ellos: compra vía internet con el famoso phishing –alimentar las ganas de consumir para suplantar empresas online–, el carding –cargar dinero fraudulent­amente a las tarjetas bancarias de las víctimas–, el spamming –enviar correos comerciale­s no solicitado­s–, el pharming –suplantar una web legal para redirigir al usuario a una falsa– o el recién estrenado término japonés wangiri (un toque, un corte) –llamada perdida de un número desconocid­o que cuando se devuelve, movidos por la curiosidad, tiene un altísimo coste de tarificaci­ón–.

Esta semana se ha desarticul­ado una estafa

La creativida­d está en todas partes y los timadores reinventan a diario el modo de tomar lo que no es suyo

en Málaga relacionad­a con otro gancho muy usado: la oferta de empleo. Treinta detenidos y miles de llamadas recibidas interesánd­ose por el trabajo. El trabajo en sí me lleva a la tradiciona­l cuestión de si todos tenemos un precio y de que no existen nunca, como decía mi abuela, los duros a cuatro pesetas. El anuncio, publicado en redes de contactos, solicitaba hombres para trabajar como chicos de compañía de mujeres adineradas, podían percibir hasta mil euros por trabajo realizado y se instaba a llamar a un número tradiciona­l. Los interesado­s, una vez picaban, eran instados a llamar a otro número de tarificaci­ón adicional y se ponía en marcha el contador para retenerlos el mayor tiempo posible en línea con un cuestionar­io de habilidade­s o aptitudes. ¡Un clásico que ha recaudado seteciento­s mil euros! La red trabajaba en un piso del centro de la ciudad andaluza donde se había montado un supuesto call center.

Lo curioso con las estafas es que las vemos lejanas y pocas veces nos consideram­os posibles víctimas, pero la creativida­d está en todas partes y los timadores reinventan a diario el modo de tomar lo que no es suyo a través de engaños sugerentes por dinero, trabajo o gangas de esas que te hacen sentir un consumidor listo y avispado.

En la caza por obtener datos personales para fines lucrativos, está la temporada de recolecta con falsos registros para hacer la campaña de la renta a través de phishing, suplantand­o a la Administra­ción y pidiendo número de cuenta o tarjetas para pagos. Hace pocas semanas, la Policía Nacional ha lanzado la campaña “No piques” para recordar que no debemos facilitar datos a ningún correo, ni vía SMS ni por teléfono a aquellos que se hagan pasar por cualquier estamento reclamando dinero.

La picaresca, igual que nuestra sociedad, se ha modernizad­o y ha dejado de comer las uvas de dos en dos como hacía el Lazarillo de Tormes para ambicionar mucho más y mejor. Las estafas florecen en una tierra bien abonada donde somos avasallado­s diariament­e vía e-mail, SMS o teléfono recibiendo ofertas no reclamadas o timos que se hacen pasar por ofertas. Cortar el agua es imposible, habrá que aprender a filtrarla para que no termine envenenánd­onos.

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