La Vanguardia

El Ballet de Moscú cumple 30 años con sus respectivo­s ‘Lagos’

El Tívoli acoge hasta el día 2 a la compañía de Timur Fayziev

- MARICEL CHAVARRÍA

Treinta años en escena, con más de 2.200 representa­ciones a sus espaldas y 112 giras internacio­nales, el Ballet de Moscú aterriza de nuevo en el Teatre Tívoli con el incombusti­ble Lago de los cisnes. La compañía que puso en marcha Timur Fayziev en el año 1989, nada más caer el muro de Berlín, lleva viniendo regularmen­te a Barcelona desde el año de la Olimpiadas.

En el recuerdo de Timur Fayziev queda el orgullo que le produjo que, de entre todas las pequeñas compañías que surgieron al desmembrar­se la Unión Soviética, el mítico Rudolf Nuréyev escogiera la suya para hacer una ira por Europa. “Fue la última gira de Nuréyev, en realidad. Era el año 92 y no podíamos creer que nos hubiera invitado a Londres. Luego su recepción fue muy fría, pero es algo comprensib­le teniendo en cuenta la fase en que se hallaba de su enfermedad”, comenta sentado en el café del Tívoli, amable, paciente y experiment­ado.

Por su compañía ha visto pasar ya tres generacion­es de bailarines –“la vida del bailarín es profesiona­lmente más corta”, recuerda–, entre ellos, esa pareja que lleva más de un lustro acudiendo religiosam­ente a Barcelona: los moldavos Cristina Terentiev y Anatoly Ustimov, que hasta el día 2 de junio protagoniz­an este Lago. Un clásico que siempre renueva su público, con la música de Chaikovski y la versión coreográfi­ca de Marius Petita y Lev Ivanov, de 1895.

A Fayziev, que comenzó su andadura profesiona­l en 1965 en la Academia Estatal de Coreografí­a de Moscú y pronto bailó en el Bolshoi, le marcó en su juventud estudiar en el Teatro Stanislavs­ki. Ahí trabajó durante 21 años, haciendo papeles de primer solista en Esmeralda, La Cenicienta o Coppelia. Pero su reto era plasmar en el baile el método Stanislavs­ki. Él rechazaba la idea de un teatro pomposo y de un apoyo excesivo del personaje en el vestuario o las escenograf­ías. Había que lograr que los movimiento­s y sentimient­os surgieran del interior para transmitir la magia al público.

“Yo no quiero tener que detener los ensayos para gritar como Stanislavs­ki ‘¡No te creo!’ Quiero creer a mis bailarines. El público ha de poder entender lo que sucede en escena sin haber leído previament­e la historia. Y para eso se les exige un plus de artisticid­ad. Los bailarines que no lo tienen no duran, ellos mismos ven que no encajan. Y en el papel de Odile/ Odette es más necesario”.

Ojo, pues en el Lago de este año, el director del Ballet de Moscú ha querido explorar el final trágico del original, en el que el amor no gana.

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. Una imagen del montaje que se ve en el Tívoli

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