La verdad de Messi
La verdad del vestuario barcelonista sin paños calientes, sin subterfugios, sin excusas. La verdad del portador del brazalete sin medias tintas, sin andarse por las ramas. La verdad del genio del fútbol mundial sin escondite, sin agarrarse a razones que no vinieran a cuento. Descarnado. Rotundo. Auténtico. Hubo que esperar más de cuatro años para verle de vuelta en la sala de prensa de la Ciutat Esportiva de Sant Joan Despí... Más de cuatro años y un cuarto de hora de retraso sobre la hora prevista para la comparecencia previa a la final de Copa. Pero la espera valió la pena. Y mucho.
Pocas veces Messi ha sido tan claro en un discurso. Pocas veces ha aparecido ante el público para enseñar que si antes se interpretaban sus silencios en clave de enigma ahora cabe descodificar sus palabras sólo de una manera: desde la máxima responsabilidad. Leo cogió el toro de la eliminación continental por los cuernos y no ocultó la cabeza bajo el ala. Sí, es verdad que no lo hizo en caliente sobre el césped del campo del Liverpool. Lo ha hecho más de dos semanas después pero para decir que los culpables son los futbolistas por encima del entrenador.
Fue una rueda de prensa que se alargó durante 25 minutos. En ella acompañó a Messi Gerard Piqué. Y la palabra no es baladí. Porque eso fue lo que ocurrió. El central blaugrana acompañó al argentino y sólo recibió tres preguntas de las 21 que se formularon. Una situación extraordinaria. Acostumbrados todos a ver a Piqué en plan vedette, estrella total y protagonista absoluto, esta vez ocurrió lo que pasa en el césped. Si Messi sobre la hierba ejerce un efecto imán sucedió lo mismo frente a los micrófonos. Era tan excepcional verlo en esta tesitura que se llevó todo el foco.
En lo que coincidieron ambos futbolistas fue en la gestualidad. Messi sólo se permitió dos sonrisas. Una al entrar en la sala de prensa y sentarse. Otra en medio de la pregunta de un informador por un pequeño desliz. Piqué ni eso. El central, muy de la broma, guardó el rictus serio durante toda la comparecencia.
No se habló apenas de la Copa porque Liverpool lo llena todavía casi todo. Del tono de los protagonistas, en especial de Messi, se deriva que el luto deportivo todavía no ha acabado y que tardará tiempo en sanarse, aunque el Barcelona gane la final de Copa.
Sin embargo, una victoria ante el Valencia aliviaría las penas y una derrota multiplicaría el dolor. Eso lo dejó bien claro Leo. Iba vestido con la ropa de entrenamiento, con sus iniciales personalizadas (todos los jugadores lucen la suya) pero fue como si luciera el brazalete en el brazo. En lo único en lo que no se mojó fue ante los posibles fichajes. El hecho de que esta vez no aplaudiera una llegada hipotética de Griezmann también se presta a interpretaciones. ¿Querrá eso decir que ya no lo quiere para su Barça? Más que nada es que Messi no tiene el cuerpo ahora para nada más que para intentar superar el desastre de Liverpool.
Después llegó el turno de Ernesto Valverde, que sonó mucho menos autocrítico que Leo, aunque sea por el hecho de que el entrenador habla cada tres días y al final su discurso se torna más cotidiano. Pero el técnico también tuvo momentos de chispa. Por ejemplo, cuando se irritó un tanto ante la enésima pregunta sobre su futuro, aunque se le sigue viendo tranquilo
Valió la pena esperar cuatro años para verlo de vuelta a la sala de prensa: Leo estuvo rotundo
Valverde expuso un manual sobre su filosofía: puede no gustar, pero no engaña
en este sentido. Y, sobre todo, cuando dejó sobre el tapete un manual detallado sobre qué significa para él el concepto “control del juego”.
No quiere la pelota para que no ocurra nada. La desea para que sucedan cosas en el campo del rival. Claro que en Liverpool ni su equipo tuvo un control absoluto del balón ni supo rentabilizar en el área contraria sus momentos de lucidez. Por lo tanto, no hubo ni la suficiente potencia ni bastante control. Pero Valverde no engañó a nadie. Dijo lo que piensa. Messi, también.