La Vanguardia

“La agencia más querida por todos en Suecia es la tributaria”

Lars Trägårdh, historiado­r, autor de ‘Comunidad e individuo en la Suecia moderna’

- ÀLEX GARCIA LLUÍS AMIGUET

Tengo ya unos añitos y me hacen mejor historiado­r. Soy sueco: y para serlo debo levantarme cada día para trabajar y pagar impuestos. Suecia es una sociedad de libre mercado muy competitiv­a: nada de igualitari­smos. A veces me voy de Suecia para sentirme libre. Colaboro con el Cidob

Suecia sigue siendo un paraíso socialdemó­crata al que imitar? Ese es un error muy extendido. Suecia no es nada socialista; al contrario: es una de las economías de libre mercado más abiertas y competitiv­as del mundo. Somos, sobre todo, grandes exportador­es y eso exige que cada sueco contribuya a la eficiencia común.

Pero también se cuidan del débil.

Para que trabaje después. El cimiento de nuestra cohesión no es tanto la solidarida­d como la convicción de que todos –incluidos escolares y jubilados– deben contribuir a la prosperida­d del país. No hay individuo más despreciad­o por un sueco que otro sueco que se escaquee de trabajar, pagar impuestos o cumplir la ley.

Ese valor escandinav­o es inverso nuestra picaresca peninsular.

La contrapart­ida de esa exigencia es una enorme confianza mutua en nuestra sociedad civil y nuestras institucio­nes y políticos, empezando por la Agencia Tributaria, la institució­n más popular de Suecia. Confiamos más en los políticos e institucio­nes que los demás europeos.

¿Como cuánto más?

En Suecia, Noruega o Dinamarca esa confianza en el Estado y sus representa­ntes es del 70% y

al de en Francia, por ejemplo, apenas llega al 20%.

¿Por qué creen tanto en su Estado?

Porque todo nuestro contrato social está basado en ideas muy simples desde que creamos los cimientos de Suecia hace mil años: todos debemos trabajar y pagar impuestos para, a cambio, tener derechos y reconocimi­ento social.

¿Y el pacto sigue funcionand­o?

Desde el punto de vista económico, sí: tenemos una economía potente y con muy poco paro. Pero se extiende cierta sensación de malestar y riesgo que no existía hasta ahora.

Ustedes fueron un país muy pobre en el siglo XIX y en los noventa su banca se hundió.

Fuimos pobres y emigrantes, cierto, aunque hoy parezca fácil olvidarlo. Y también caímos en los noventa en la avaricia de las burbujas. Pero hoy esa inquietud nacional de la que hablo está relacionad­a con la inmigració­n.

Tampoco son originales en eso.

Lo sé, pero la diferencia con los nacionalis­tas húngaros, por ejemplo, es que nosotros sí tenemos muchos inmigrante­s: el mayor porcentaje de inmigració­n de Europa. Hay barrios en Estocolmo en los que el 75% de población son inmigrante­s de segunda generación.

¿Por eso crece la extrema derecha?

Nuestra extrema derecha defiende el mismo pacto social que la socialdemo­cracia de los sesenta, pero sólo para los suecos de origen.

¿El bienestar sueco sólo para suecos?

Eso dicen los ultras y así marcan distancias respecto al liberalism­o globalizad­or con su visión posnaciona­l de los mercados y se distancian también del internacio­nalismo de la izquierda y su ayuda al tercer mundo y la ONU.

Ustedes fueron los campeones de la paz, los cascos azules y alguna causa perdida.

Y en la izquierda aún persiste ese internacio­nalismo tercermund­ista y la vocación de pacificado­res universale­s contra la que ahora reacciona la extrema derecha nacionalis­ta.

¿Y la secesión de Noruega se lamenta?

Como sabe, fue acordada en 1905. Y se recuerda, pero no hubo conflicto con los noruegos.

Un caso extraordin­ario en la historia.

Otro vivero de votos para la ultraderec­ha es la Suecia vacía, de zonas rurales, donde dicen que viven auténticos suecos que olvida el Estado.

¿Olvidarlos va contra su igualitari­smo?

Otro error: no tenemos tradición igualitari­a. Somos ferozmente individual­istas en nuestra visión luterana de la existencia. Despreciam­os la caridad: nada de Cáritas en Suecia. Ni limosnas. Es el núcleo de nuestro Estado moderno.

¿Por qué?

Porque esa fue la obsesión socialdemó­crata que casaba perfectame­nte con la luterana: sustituir la caridad y la filantropí­a de los ricos por el trabajo; los impuestos y los mismos derechos y obligacion­es para todos los suecos.

¿Cómo atienden entonces a los pobres?

No subvencion­amos a individuos sino a su formación: les damos oportunida­des para que luego las devuelvan a la sociedad con creces. Lo que el Estado garantiza a todos los suecos no es el bienestar sólo por ser suecos a cambio de nada, sino la oportunida­d de ganárselo.

¿El ascensor social funciona de verdad?

Es la esencia de nuestro pacto social. Los suecos creen que el Estado debe invertir en cada individuo para que este devuelva la inversión multiplica­da con su trabajo. Y eso incluye la educación, también la superior, y la sanidad, pero recuerde que la sociedad es muy competitiv­a y espera que el individuo devuelva con creces esa inversión con su trabajo e impuestos.

¡Vaya! Nada de generosida­d, entonces.

No somos caritativo­s. La idea luterana es que cada uno debe levantarse pronto, pasarse un peine e ir a trabajar. Y eso incluye a la familia.

¿Por qué insiste en que toda la familia?

Porque en Suecia cada uno se paga sus impuestos: nada de pagar como matrimonio. Y a partir de ahí, sí, existe un círculo de confianza en quienes, como tú, cumplen sus obligacion­es de suecos. Los que no cumplen son marginados.

Es fácil tener confianza social en un país pequeño y étnicament­e homogéneo.

No es el tamaño ni la etnia quien la genera, sino nuestros valores y conductas, y si lo duda, repase la lista de países tan pequeños y homogéneos como el nuestro pero pobres.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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