En Cannes
No faltaron paseos por la Croisette y el histerismo de alcanzar los 24 escalones que te elevan hacia el protagonismo absoluto
El mes de mayo no ha podido cerrarse de mejor manera. La pasada semana volví a descender al elíseo añil. Mis nervios se desentumecieron nada más divisé por la ventanilla del avión el esplendor de la Costa Azul. Como si de una pintura se tratara, el mar parecía una moqueta que cubría un paisaje acariciado por la brillantez de un sol que nos daba la bienvenida con su sonrisa más cálida. Sin duda, una nueva ocasión en la que pude sentirme la protagonista de un cuento de hadas moderno.
De la mano de mi querido Elie Saab llegué a la 72.º edición del Festival de Cine de Cannes ataviada con la fantasía hecha vestido. Una pieza de alta costura de lo más primaveral, que contaba con todos los componentes para flotar sobre la alfombra roja; abertura lateral, brillos, cintura ceñida y transparencias, todo ello conviviendo sobre un fondo achampanado que resaltaba mi incipiente moreno. Un vestido que destilaba delicadeza y sensualidad por todas sus costuras y que parecía tener bordada la palabra feminidad. Laboutin fue mi particular príncipe azul calzándome unas coloridas sandalias joya y, como broche final de mi look inaugural, no podían faltar ellas, mis inseparables piezas de Bulgari.
El imponente hotel Martínez es en sí mismo un festival alternativo. Fotógrafos, estilistas en apuros, una caravana de burros repletos de vestidos y pasillos atestados de celebrities internacionales que hacen gala de una estudiada sucesión de poses. Un caos atrayente en el que me vi sumergida de nuevo para dar el pistoletazo de salida a una cita en la que más de una veintena de largometrajes competían por la Palma de Oro, un galardón entregado por un jurado, que en esta ocasión lideraba el director mexicano Alejandro González Iñárritu. Por el paseíllo galo desfilaron estrellas como Julianne Moore, cuyo rostro de porcelana y su elegancia singular desconcertó a los allí presentes, como también lo hizo Eva Longoria, cuya simpatía latina cautivó junto a grandes mujeres como Tilda Swinton o Selena Gomez.
Les misérables fue la película con la que arrancó la segunda jornada. Una maravillosa historia francesa que plasma, con crudeza, la realidad de los actuales suburbios parisinos. Vestida con un traje bicolor de Etro, pude reencontrarme con Carla Bruni, una dama cautivante con la que compartí mis inicios con Yves Saint Laurent. Sin duda, una edición en la que no faltaron los paseos por la Croisette y el histerismo de alcanzar los veinticuatro escalones que te elevan hacia el protagonismo más absoluto. Un subidón paralizante al que difícilmente te acostumbras al escuchar repetidamente tu nombre en diferentes entonaciones.