La Vanguardia

“¿Mi peor rival? Moyà”

17 años después, Albert Costa revisa el hito de su carrera, su título en Roland Garros

- Sergio Heredia

Qué bonito es soñar.

Pero los sueños cansan mucho

Andre Agassi

–A veces, aún sueño que juego un partido.

–Pero ha pasado mucho tiempo desde su adiós. Usted se retiró en el 2006...

–Ya lo sé. Pero mire, esto va así. Estoy durmiendo y me veo ganando torneos. Incluso jugando con Rafa Nadal en Roland Garros. Y me ocurre algo muy curioso...

–¿...?

–Tengo un ademán: cuando estoy viendo un partido, si alguien tira una dejada, me echo hacia adelante. Arranco como si yo tuviera que salir a por la pelota.

–Vaya susto se llevará quien esté a su lado. Albert Costa (43) se ríe.

(...)

Mañana arranca el cuadro grande de Roland Garros. Es oportuno: volamos en el tiempo. Nos vamos al 2002.

El año de Albert Costa.

Le cuento que presencié in situ aquello, su aventura. Cuando me dijeron que me pusiera las pilas, el torneo estaba ya avanzado. Había tres tenistas españoles en semifinale­s: Ferrero, Corretja y Albert Costa. Debía llegar al Bois de Boulogne.

Aterricé en Orly el viernes, a la carrera, poco antes de la primera semifinal del día: Albert Costa-Àlex Corretja. Cuando entré en el club, aún tuve tiempo de observarle­s. Un par de horas antes, ambos peloteaban sobre la arcilla de la Philippe Chatrier. Costa y Corretja eran amigos. Compartían el preparador físico (Toni Estalella). Se entrenaban juntos en el CAR de Sant Cugat. Corretja debía oficiar como testigo en la boda de Costa, apenas una semana más tarde.

Pero en ese momento...

La guerra.

Costa tumbaría a Corretja en cuatro sets. Y el domingo se deshizo de Ferrero. ¡Vaya quince días en París!

Su concurso había sido extraordin­ario: por el camino, antes se había deshecho de Gasquet, Davydenko, Gaudenzi, Kuerten y Cañas.

–Mi peor momento lo viví con Cañas –recuerda.

–¿Por qué?

–El hombre estaba inspirado. Había ganado a Moyà y Hewitt. Estuvo a punto de echarme: 2 sets a 1 para él, 4-2 para él en juegos y 30-0. Tuve que dejarme la vida para remontarle. Luego, cerré el quinto con 6-0. Pero bufff...

–¿Le ganó por su físico? –Trabajábam­os muy bien en ese área. Hacíamos series y trotes largos. Series de 3x1.000 m. O 2x2.000 m.

–¿Le gustaba?

–No era lo que más me gustaba.

Pero era necesario.

–Y conforme avanzaba el torneo e iban cayendo otros rivales, ¿usted sentía alivio?

–Por supuesto. Cuando Moyà perdió con Cañas, me saqué un peso de encima. El tenis de Moyà podía hacerme mucho daño.

–¿Qué le hacía?

–Sacaba muy bien y tenía una derecha tremenda. No me gustaba que me cortaran los puntos y el ritmo. Él lo hacía.

–Se libró de él... –le comento. –Ganar aquel título fue un sueño hecho realidad –dice Costa, acaso recurriend­o a lugares comunes.

–¿Por qué era tan importante para usted Roland Garros? ¿Qué le distingue, por ejemplo, de Wimbledon?

–Toda la vida había soñado con Roland Garros. En cambio, nunca me había planteado ganar en Wimbledon. No sé, supongo que me veía con más opciones en París. Veía el torneo desde pequeño, aquellos duelos entre McEnroe y Lendl. Era mi superficie favorita.

–¿El pasto era para las vacas?

–¡Qué va...! Wimbledon tenía otras servidumbr­es. No respetaba el ranking ATP. Hacía que la hierba fuera excesivame­nte rápida. Te hacía depender demasiado del saque y el resto. Yo no me adaptaba a aquello. Me gustaban los rallies, los peloteos largos. Los partidos con ritmo.

–El saque-volea debe ser agobiante cuando no lo dominas...

–Sampras, Ivanisevic... No aceptaban los peloteos. Cuando iba a Wimbledon, debía cambiar demasiadas cosas en mi tenis. Luego hicieron que la hierba fuera más lenta y entonces había más juego. Pero en mi época...

–En vísperas de la final, ¿durmió bien?

–Hombre, eso no ocurre nunca. Nunca duermes al 100%. Te despiertas varias veces, te pones a visualizar el partido. Estás considerab­lemente nerviosill­o.

–En la final, Ferrero se derritió ante usted...

–Fue una final fuera de lógica. Gané 6-1 y 6-0 en los dos primeros sets y aquello no era normal. Yo había entrado muy bien y él parecía asustado, con la obligación de ganar. No le dejaba dominar el juego, pero en el tercer set dudé. Reduje la velocidad de la bola y se me escapó (4-6). –¿Pensó que podía perder?

–Más que agobiarme, interpreté aquello como un toque de atención. Me dije: “O vuelves o esto se te puede complicar. No especules con el cuarto set”.

–No especuló...

–Volví a acelerar y me lo llevé con el 6-3. Y luego, cuando me tiré sobre la tierra, me dije: “Ya me puedo morir tranquilo”.

–¿Y después?

–Seguí un año y medio en el top ten. Pero supongo que me relajé un poco. Al final vino una lesión de rodilla y ya...

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ANA JIMÉNEZ Albert Costa posa para La Vanguardia cerca de su despacho en Kosmos Tennis
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