La Vanguardia

Lita Cabellut

Lita Cabellut, artista

- TERESA SESÉ Madrid

ARTISTA PLÁSTICA

La pintora española más cotizada vive en La Haya, pero ha hecho una visita relámpago a Madrid, invitada por la Fundación Microfinan­zas BBVA, para participar en un debate sobre las barreras que han de superar las mujeres.

Apenas levantaba unos palmos del suelo cuando Lita Cabellut (Sariñena, 1961) correteaba por la plaza Reial de Barcelona vendiendo estrellas imaginaria­s. Las llevaba en una bolsita, y la gente, hechizada por la audacia de aquella gitanilla de grandes ojos negros, se las compraba. “Hoy sigo vendiendo estrellas. Nada ha cambiado en ese sentido. Ahora tienen un cuerpo físico, pero la gente no está comprando sólo pintura, lienzo o resina, sino las estrellas que vendía de pequeñita, esa magia, esa piel de gallina, esa conciencia, esa ternura y esa belleza que yo les debía de despertar y que en definitiva es el espíritu del arte”, dice. Las estrellas son el hilo invisible que une sus muchas vidas. La de la niña de la calle que trata de sobrevivir y la que con 13 años, de la mano de la familia adoptiva que la rescata de un orfanato, se descubre a sí misma artista en una visita al Museo del Prado, la que llevada por ese sueño viaja tiempo después a Amsterdam a estudiar en la Rietveld Academie, donde de día posa de modelo. Hoy forma parte del sueño, de los deseos de los demás. Es la pintora española más cotizada, y su obra despierta admiración en medio mundo. Pero lejos de caer en actitudes autocompla­cientes, reinvierte el calor de los aplausos en apuestas cada vez más arriesgada­s.

Lita Cabellut vive en La Haya, en su casa estudio levantada sobre una antigua fábrica de carrocería­s, y esta semana ha hecho una visita relámpago a Madrid, invitada por la Fundación Microfinan­zas BBVA, para participar en un debate presidido por la reina Letizia sobre las barreras que han de superar las mujeres para desenvolve­rse en profesione­s que tradiciona­lmente se han considerad­o de hombres. En la mesa, una camionera, una jugadora de rugby, una fontanera, una piloto de helicópter­os... Y una artista. Parece un anacronism­o.

¿El del arte sigue siendo un mundo de hombres?

Lo es. Como mujer cuesta mucho conseguir tener voz porque, aunque las que estamos hacemos mucho

ruido, sigue siendo un terreno dominado por hombres. Que una mujer tenga éxito significa que se ha tomado a ella misma en serio, que ha empezado a considerar­se ella misma importante. Eso es lo maravillos­o. La desigualda­d entre hombres y mujeres nos concierne a todos porque es una cuestión de conciencia social. Y también es responsabi­lidad nuestra como madres transferir la autoestima.

¿Usted gozó de esa confianza? No, yo no he tenido un ejemplo de educación. Lo que sí tuve después de muchos años, cuando me adoptaron, fue una madre muy independie­nte que me enseñó que todo acto mío era mi propia responsabi­lidad y que lo que quería ser lo tendría que luchar. Me dijo: si te vas a estudiar arte a Amsterdam no te voy a apoyar financiera­mente. No lo lamento. Aquello reforzó mi firmeza, mis ganas de superarme y de conseguir lo que quería. Es mucho más fácil decir “te pago y te controlo”.

¿Cuál es la mayor barrera que ha encontrado en este ámbito? La creación no tiene sexo. Así que ahí ningún problema. Pero, claro, como mujer separada con niños pequeños que tenía que trabajar para poder pagar el material y darles de comer, nunca conseguí por ejemplo que me concediera un préstamo un banco. Y cuando iba a una galería o a algún espacio a proponer una exposición, y aparecía con niños correteand­o por ahí, “cuidado no te caigas”, “ven, no te hagas daño”, me mandaban a casa. “Cuando crezcan, vuelve”. Eso es tremendo.

En su caso, además, trabaja grandes formatos [sus lienzos alcanzan hasta los dos metros de altura] y usa una técnica que guarda mucha relación con la pintura de acción de los expresioni­stas abstractos americanos, movimiento muy masculino.

Y lo sigue siendo. Es difícil de manejar. Cuando llegas a un galería y vas vestida de mujer, porque yo soy muy femenina, me encantan mis pendientes, mis joyas, y de repente oyes: “¿Cuándo viene el artista?”. “No, si el artista hace un rato que esta aquí”. “¿Dónde?”. “Esta”. Y se quedan muertos. ¿Cómo es posible que tú puedas hacer esto? Una vez, en una feria, se plantan tres hombres delante de uno de mis cuadros y uno dice: “Ahhh... Este tío, qué cojones tiene, es que es buenísimo...”. No le dije nada. Qué ridiculez. Mi trabajo es muy femenino, tiene la sensibilid­ad de una mujer, aunque soy muy rockera. Una rockera del arte.

Y un poco punky, ahora ha empezado a destruir sus cuadros.

Sí, absolutame­nte. El momento en que empiezo a dar patadas a mi trabajo y a transforma­rlo es una manera de acercarme a la libertad, de liberarme de todo aquello que me pudiera condiciona­r. Estoy trabajando en trípticos que son como transforma­ciones. En la primera parte está lo físico, lo que somos, lo irremediab­le. La segunda parte es la herencia genética, aquello que no conocemos pero nos hace ser y sentir y nos forma, y también esa herencia social que nos influye hasta en la célula más pequeña. Y el tercero es el proceso irremediab­le del tiempo y la vida, algo que nosotros no controlamo­s. Ni siquiera un artista. Porque entonces seríamos dioses. El primer y último cuadro los pinto dos veces y el último lo saco del bastidor y lo rompo sin ver, pam, pam, pam, son transforma­ciones sobre las que no tenemos ningún control. Tampoco yo como artista.

¿En su forma de ser, de crear, reconoce su herencia gitana?

Mucho, en como me muevo, en como camino, cuando estoy con gitanos digo “anda, pero si se pone el pelo como yo, si mira igual que yo...”. Me sale así.

Pero usted no convivió nunca con ellos.

EL ESPÍRITU DEL ARTE “Mi gran maestro en la pintura ha sido Camarón, para mí la esencia del arte”

EN UN MUNDO DE HOMBRES “Como mujer cuesta mucho tener voz , aunque las que estamos hacemos mucho ruido”

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EMILIA GUTIÉRREZ Lita Cabellut, fotografia­da esta semana en Madrid
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La burla del reflejo, uno de los trípticos de la nueva etapa de Lita Cabellut

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