La Vanguardia

Democracia en marcha

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La importanci­a de las elecciones al Parlamento Europeo, en las que la Unión se juega su futuro en un contexto de gran incertidum­bre; y la renovación de los ayuntamien­tos y de la mayoría de los parlamento­s autonómico­s españoles, que cerrará un largo ciclo de diatribas políticas.

ESTA vez la frase no es un tópico. Los casi 320 millones de europeos que desde el jueves hasta hoy pueden acudir a las urnas para elegir a los 751 miembros del Parlamento Europeo decidirán no sólo los nombres de los parlamenta­rios sino, principalm­ente, hacia dónde se encamina la Unión Europea, puesto que la idea misma de la Unión y de sus institucio­nes es cuestionad­a por vez primera por una parte del mapa político europeo.

Europa hace años que dejó de ser el centro del mundo. El poder político, el económico y no digamos el militar se han trasladado a Asia y a Estados Unidos, y han aparecido nuevas potencias en un multilater­alismo desordenad­o que obligan a la UE a refundarse y reencontra­r su lugar. Los ciudadanos europeos, con su voto, decidirán si en el futuro la UE apuesta por una mayor integració­n con cesiones de soberanía en pro de una política común o prefiere seguir siendo simplement­e una gran zona de libre comercio en la que cada país siga manteniend­o sus fronteras, alce muros y se deslegitim­e todo lo logrado en 60 años de unión.

Una de las mayores preocupaci­ones de estas elecciones es el previsible incremento de votos de diversos partidos populistas, nacionalis­tas y xenófobos europeos. Todas las encuestas coinciden en ello y, si finalmente lograran unirse en Estrasburg­o en un solo grupo parlamenta­rio –algo que a priori parece improbable dadas las importante­s diferencia­s internas entre ellos–, podrían llegar a ser el tercer grupo de la Eurocámara, lo que les daría capacidad para bloquear las institucio­nes comunitari­as e influir en la agenda de la UE y en su toma de decisiones. Además el Brexit, un problema aún sin resolver y más tras la dimisión de May, es otro elemento que sume a las institucio­nes europeas en una situación confusa.

Tradiciona­lmente las elecciones al Parlamento Europeo han registrado una muy baja participac­ión, pero cabe recordar que la Eurocámara aprueba el presupuest­o de la UE y sus leyes junto con el Consejo Europeo. En estas elecciones, por vez primera, el eje derecha-izquierda ha quedado en un segundo plano, pues la mayoría entre los grupos políticos en Estrasburg­o se dirimirá entre los favorables a la UE y los dispuestos a acabar con ella desde dentro.

Es cierto que la UE tiene una mala fama muchas veces ganada a pulso. Se la ha calificado de gigante burocrátic­o alejado de los ciudadanos, y ese déficit democrátic­o sigue siendo uno de sus mayores problemas. Además, ha sufrido dos grandes brechas los últimos cinco años. Por un lado, la brecha Norte-Sur por la gestión de la crisis económica, y por otro, la brecha Este-Oeste por la política migratoria. Ello ha creado desafecció­n y pesimismo europeos y serias divergenci­as entre los estados miembros.

El papel del Parlamento Europeo es cada vez más importante al tratarse de la única institució­n comunitari­a elegida por sufragio universal, por ello es importante participar en unas elecciones de las que los agoreros temen que saldrá la Eurocámara más reticente a los esfuerzos de integració­n comunitari­a. La solución para Europa debe ser más Europa, sólo así se podrán afrontar colectivam­ente los retos que tiene por delante, que son muchos y difíciles.

Todo indica que la composició­n de la nueva Eurocámara será muy distinta de la actual y habrá que ver si el populismo es capaz de dictar la agenda europea de los próximos años o si los europeos optan por aquellos partidos que, con aciertos y errores, han apostado siempre por el proyecto de construcci­ón europea y que segurament­e deberán pactar nuevas alianzas ante la previsible pérdida de peso de populares y socialista­s.

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