La Vanguardia

La tierra de París

Rafael Nadal llega a París restableci­do de sus problemas de rodilla y rehabilita­do por su victoria en Roma

- SERGIO HEREDIA

El tenista Rafael Nadal llega a Roland Garros, el torneo del Grand Slam que ha ganado en más ocasiones, restableci­do de sus problemas de rodilla y rehabilita­do por su victoria en el Masters de Roma.

La vida se le complicó a Rafael Nadal (32) en Indian Wells, en marzo. Estaba en las semifinale­s. Debía medirse a Roger Federer. Pero llevaba días sintiendo molestias en la rodilla derecha. Un dolor recurrente, ya reconocibl­e. Para comprobar si la cosa estaba regular o muy mal, Nadal había salido a probarse. Había programado un calentamie­nto un par de horas antes de medirse a Federer.

Y entonces comprendió que aquello no podía ser. La rodilla le dolía demasiado.

Otra vez.

Así que convocó a la prensa y, cariaconte­cido, se confesó.

–Mi rodilla no va a ser capaz de dejarme competir tal y como necesito competir –dijo.

También recordó que el problema, una tendinitis crónica, se había acentuado en la víspera. En el choque de cuartos ante Jachánov, cuando había ganado en dos sets, en ambos tie-breaks. Aquella, su victoria, no es lo que recordaba el público: dos veces había llamado al médico. Esa rodilla le estaba torturando.

Había acabado cojeando. –A veces me siento triste, en inferiorid­ad de condicione­s –dijo.

Así que no jugó ante Federer. Y tan pronto como dejaba atrás California, decidió darse un respiro. No podía seguir trampeando.

Lo que hizo fue tumbarse en la camilla del doctor Ángel Ruiz Cotorro, en Barcelona, y luego empezar la rehabilita­ción, en Manacor. Durante un par de meses, no supimos nada de él.

La transición fue compleja. –Recuperars­e le costó tiempo. Cada vez cuesta más. Cada vez es más mayor –recordaba ayer una fuente próxima a La Vanguardia.

Su regreso a la competició­n, ya metidos en la fase de tierra, nos mostró a un tenista vulnerable, muy poco rodado.

–Cuando llegó a Montecarlo, no tenía la preparació­n adecuada –dijo esta misma fuente–. Estaba aún muy corto: llevaba dos meses sin competir. Necesitaba tiempo para ir acomodándo­se.

En Montecarlo y Barcelona presenciam­os a un Nadal desconocid­o, nada que ver con el ciclón intimidato­rio de la arcilla, el campeón de once ediciones de Roland Garros. Se situaba al fondo de la pista, restaba varios pasos más allá de la línea, resolvía muy pocos puntos. Titubeaba.

Llegó siempre a semifinale­s, pero lo hizo hecho un flan. En Montecarlo le toreó Fognini, un jugón.

En Barcelona empezó a hablar de escalones. Dijo que no se podían subir todos de golpe, que había que ir peldaño a peldaño.

–No soy creyente de varitas mágicas ni de grandes cambios en poco tiempo –dijo.

En semifinale­s se topó con Thiem. En arcilla, un ogro. También transigió.

–En realidad, no ocurrió nada que no hubiéramos previsto. Sabíamos que Montecarlo y Barcelona no nos irían bien –comentaba la misma fuente.

–¿Hubo nervios? –se le pregunta. –Los nervios llegan cuando estás preparado y las cosas no salen. Este no era el caso.

Cierto: Madrid ya fue otra cosa. El juego de Nadal cobró intensidad, le llevó a ganar a gente importante: a dos prometedor­es (Auger-Aliassime y Tiafoe) y a un veterano como Wawrinka. No pudo con Tsitsipas, pero todo tenía otra pinta.

Y en Roma, hace diez días, volvió a ser el Nadal de la tierra batida. Aunque siguió restando desde lejos, sus golpes se habían ajustado. Le devolvió la moneda a Tsitsipas e hizo polvo a Djokovic, ya en la final. –¿Y ahora?

–Nadal está perfecto, sin dolores, en plenitud de confianza.

Mañana debuta ante Yannick Hanfmann. Es el 184.º del mundo, un tenista alemán que procede de la fase previa.

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VINCENT KESSLER / REUTERS Nadal durante un entrenamie­nto en Roland Garros, ayer

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