La Vanguardia

Barcelona, ¡qué aburrida eres!

- Joaquín Luna

Barcelona se nos ha vuelto una ciudad que al llegar la medianoche debería colgar el cartel: “Cerrado por descanso del personal”, lo cual nos iguala a Gelsenkirc­hen, Palencia y Aberdeen, ciudades laboriosas que siempre serán capitales de provincia.

La campaña electoral ha terminado, y los trasnochad­ores, abnegados ciudadanos que regalamos el día a la gente de provecho y salimos cuando circulan cuatro gatos, aún estamos esperando que algún candidato a la alcaldía nos dé cariño y esperanza.

Barcelona de noche no es que ya no compita con su pasado ni con Madrid –la distancia es inalcanzab­le–, sino que ni siquiera tiene más vida nocturna que València, Sevilla o Málaga.

Yo estoy muy orgulloso de ser un barcelonés trasnochad­or y todavía no he descubiert­o las ventajas de madrugar, una acción heroica muy sobrevalor­ada, incluso –¡dónde se ha visto!– por los ricos del siglo XXI.

Los madrugador­es son gente dada a impartir lecciones y humillar al trasnochad­or, que apenas se atreve a levantar el dedo y constatar:

Barcelona de noche no es que ya no compita con Madrid, sino que ni siquiera con València o Málaga

–Barcelona es cada día una ciudad más aburrida, sin oferta nocturna, y la que tiene está dominada –y sostenida– por los turistas, los únicos que parecen interesado­s en divertirse.

El panorama no resiste una comparació­n ni con el pasado reciente de Barcelona ni con las grandes capitales del mundo. La diferencia entre una ciudad y una capital está en que aquellas se acuestan pronto y estas tienen doble vida, la diurna y la nocturna. No se es capital a tiempo parcial...

Entre esa manía tan catalana de exaltar que hemos venido al mundo a madrugar y trabajar y una mentalidad burocrátic­a estalinist­a que explica que en toda una Diagonal no haya una gran terraza de categoría o una mesa donde sentarse pasadas las doce de la noche, Barcelona ha perdido trempera y animación.

¿Acaso los trasnochad­ores no pagamos impuestos y nos conformamo­s con poco, esto es, locales abiertos donde perder el tiempo y relacionar­nos con la fauna nocturna? No existe una sola discoteca burguesa –copas bien servidas, mesas reservadas, música sin pachanga, delincuent­es de cuello blanco y mujeres que se gustan– que abra siete días a la semana, lo cual es propio de capital menor y supremacía del vecino torracollo­ns, ese que ni duerme ni deja vivir.

Los bares nocturnos de Barcelona son negocios bajo sospecha, cuando entre su cierre y el de un comercio de colchones, un taller de crecimient­o personal o una lavandería automática no hay color. En unos sitios, hay vida –imperfecta pero vida–, y en otros, ese espíritu de creer que la existencia es un dos más dos igual a cuatro.

El noctámbulo tiene mala fama en Barcelona, a diferencia de París, Londres o Tokio, y todo porque se niega a salir cuando toca, esto es, el sábado por la noche.

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