La Vanguardia

Europa multicolor

- Glòria Serra

Hacía muchos años que no veía el festival de Eurovisión y el sábado pasado me puse a ello. Me apetecía ver los escenarios, el movimiento de luces y cámaras, que son espectacul­ares, más que escuchar las canciones. Me pareció sensaciona­l que la organizaci­ón descubrier­a tras los votos de Bielorrusi­a intenciona­lidad política para favorecer a Rusia. Me ha recordado la entrañable escena de Casablanca, cuando Rick-Humphrey Bogart le pregunta al capitán Renault-Claude Rains por qué le está cerrando el local y este exclama: “¡Qué escándalo! He descubiert­o que aquí se juega”, mientras un camarero le lleva sus ganancias en la ruleta.

Pero volvamos a Eurovisión. Durante los últimos años, el festival ha sido rescatado de la decadencia por el colectivo homosexual. Tanto es así, que la competició­n se ha convertido en un escaparate para la reivindica­ción de los derechos, primero de los homosexual­es y, progresiva­mente, de todo el colectivo LGTBI. El derecho a ser diferente, el derecho a vivir en libertad la propia identidad y la sexualidad. El derecho a

ser respetado y ser uno más de la comunidad, en el fondo. A menudo se comenta de forma irónica o en broma esta colonizaci­ón (apasionada en algunos casos) del festival de Eurovisión por parte del mundo gay más exhibicion­ista y aparatoso. No del todo exacto, hay más cosas que esta parte tan visible y vistosa. De hecho, el escenario es un fabuloso altavoz para visibiliza­r muchas reivindica­ciones y problemas. Por ejemplo, la emotiva canción que representa­ba a Macedonia del Norte, reciente país de Europa, Proud, interpreta­da por Tamara Todevska, sobre el maltrato y el control sobre las mujeres en boca de una madre hablándole a su hija. O ver a Bilal Hassani representa­r a Francia con la canción Roi, luciendo su espectacul­ar melena rubia hasta el final de la espalda: un chico magrebí criado en los terribles suburbios parisinos, las banlieues, convertido por voluntad propia en icono LGTBi en su país. En Roi, empieza cantando: “Yo soy yo, y sé lo que siempre seré. Sí, soy libre e invento mi vida”, una maravillos­a declaració­n de libertad.

Viendo una canción tras otra fui consciente de la potencia de este altavoz y de la importanci­a que tiene para muchos países donde la situación es terrible para las libertades individual­es en general y, muy concretame­nte, para la sexual o de género. Recordemos que en el festival participan, por ejemplo, Rusia, Hungría, Polonia o el mismo anfitrión de este año, Israel, donde lo que queda del Estado laico lucha desigualme­nte contra la creciente ocupación por parte de los integrista­s del espacio público y de la agenda política. De hecho, el presentado­r de la gala, Assi Azar, casado con un catalán, ha regalado sus honorarios a una asociación LGTBI. Todo esto da sentido a Eurovisión: que ciudadanos LGTBI de estos y otros países puedan, al menos por una noche, verse representa­dos y reivindica­dos. Saber que no están solos.

Hoy, al lado de la urna para elegir a nuestro alcalde, también está la de Europa, a menudo ignorada o llena del llamado voto friki. Pensemos qué continente queremos: el de la libertad y el respeto, multicolor, o el del desprecio y la represión, en blanco y negro.

El escenario del festival de Eurovisión es un fabuloso altavoz para visibiliza­r muchas reivindica­ciones y problemas

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain