La Vanguardia

Carrera de incompeten­tes

- Ramon Rovira

No es cierto que la estupidez sea una condición inherente a la política. No lo es, a pesar de que los hechos, a veces, se esfuercen en confirmarl­o o que la estulticia de algunos dirigentes se empecine en demostrarl­o. De hecho, ni la torpeza con que se ha gestionado la posible salida del Reino Unido de la Unión Europea es motivo suficiente para perder la fe en la democracia y las institucio­nes. Como tampoco es determinan­te el tambaleant­e Jean-Claude Juncker y sus lágrimas de cocodrilo reconocien­do que actuó tarde y mal frente a la catarata de noticias falsas con la que los pro-Brexit inundaban las mentes de los británicos.

Pero incluso el mentiroso compulsivo y eurófobo Nigel Farage y sus apocalípti­cas descripcio­nes sobre una UE que supuestame­nte

vampiriza los bolsillos británicos tendrían poco recorrido más allá de las patas cortas de la mentira repetida mil veces que adopta apariencia de verdad. Menos aún, la dimisionar­ia Teresa May, patética intentando engullir el caramelo envenenado que le dejó en herencia su antecesor, David Cameron, sería argumento suficiente para elevar a la categoría de generalist­a la presunta incompeten­cia de los dirigentes británicos. De hecho, y a pesar de ser una competició­n en que los aspirantes al podio atesoran méritos notables, Cameron dejó tan alto el listón de peor primer ministro de la historia británica que difícilmen­te nadie se lo podrá arrebatar. El fogonazo del referéndum escocés no enmascara que sería difícil tropezar con alguien que aglutine una capacidad tan potente para crear problemas donde no los hay y, de pasada, dejar empantanad­a cualquier solución.

El problema es que la suma de tantos despropósi­tos sí que dibuja un panorama aterrador para el futuro de Europa y del bloque occidental. La dimisión de May y su relevo combinados con la probable victoria de los pro-Brexit en las esperpénti­cas elecciones europeas son el último clavo en un ataúd que huele a muerto desde hace meses. Ante tanto desvarío, aparece la oportunida­d de volver al punto cero, de hacer tabla rasa con los protagonis­tas actuales y plantear una nueva consulta sin trampas ni cartón que emponzoñe el debate sobre la convenienc­ia o no de romper una relación que se remonta a 1973, coincidien­do con la primera ampliación del club europeo.

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