La cálida luz de las misioneras
Quizá nunca se averigüe el móvil del crimen, o quizá cuando se descubra no aporte ya ningún significado que modifique las coordenadas de su comprobada ferocidad. Pero el brutal asesinato de la misionera española Inés Nieves Sancho el pasado domingo en la República Centroafricana devuelve a la memoria de la sociedad el callado heroísmo de personas que llevan una radical vida de fe cristiana en territorios difíciles. Inés Nieves Sancho, de 77 años, religiosa de la congregación francesa de las Hijas de Jesús de Massac, vivía sola en la localidad de Nola, en el oeste del país, donde enseñaba costura y bordado a chicas, la mayoría madres solteras. Llevaba 23 años en el país y nunca quiso irse.
La religiosa “estaba durmiendo cuando un grupo de desalmados la sacó de la cama y se la llevó al taller de costura para no hacer ruido; allí se ensañaron con ella”, explicó consternado a la agencia Efe el español Juan José Aguirre, obispo de la diócesis de Bangassou. Fue degollada, casi decapitada. Los malhechores no robaron nada, porque Inés Nieves Sancho nada tenía, y porque no era ese su objetivo. L’Osservatore Romano y la prensa italiana apuntan, citando medios centroafricanos, a la extirpación de órganos de personas blancas con fines rituales.
En cualquier caso, la cálida luz que desprende la trayectoria vital de la misionera fallecida habla del tesón evangélico de toda una categoría, cuya dedicación suele pasar inadvertida. Sólo se repara en ella cuando se producen hechos luctuosos. El papa Francisco la recordó como una mujer que “da la vida por Jesús y en el servicio a los pobres”. Y el presidente del Gobierno
en funciones, el socialista Pedro Sánchez, la honró vía Twitter: “Un abrazo a sus congregaciones y mi reconocimiento a su labor siempre al servicio de los más necesitados”. Sánchez aludía también al salesiano Fernando Hernández, de 60 años, asesinado la semana pasada en Bobo-Dioulasso (Burkina Faso) por un antiguo cocinero de la misión. En lo que va de año, son tres los misioneros españoles asesinados: la burgalesa Inés Nieves, el salmantino Hernández y el salesiano cordobés Antonio César Fernández, de 72 años, víctima en enero de un ataque
Inés Nieves Sancho, la religiosa asesinada en la República Centroafricana, nunca quiso dejar su misión
yihadista en Burkina Faso.
Por indicación de sus familiares, y porque la religiosa así lo había estipulado por escrito, Inés Nieves Sancho fue enterrada en el lugar donde prestaba servicio. Nada raro; es lo corriente. Cuando los países maltratados por conflictos y violencia atraviesan crisis especialmente agudas y registran más muertes de lo habitual, cuando las embajadas occidentales aconsejan marcharse, e incluso los cooperantes más voluntariosos de las oenegés laicas hacen las maletas y regresan a sus países, misioneras y misioneros, gente tozuda, se quedan. Y cuando mueren, ya sea en santa paz o víctimas de la violencia que trabajaban por aplacar, sus sepulturas también se quedan, igual que su testimonio.