La Vanguardia

Bombas, lujo y surrealism­o

La debutante Whitney Scharer novela la fascinante vida de Lee Miller, testigo del siglo XX

- XAVI AYÉN París Enviado especial

Todas las historias de amor son únicas, pero hay pocas tan fascinante­s y espectacul­ares como la que mantuviero­n los fotógrafos Lee Miller (1907-1977) y Man Ray (1890-1976) en el París de los años veinte y treinta. De eso, y de otros muchos aspectos de Miller –modelo, artista y periodista– se ocupa La edad de la luz (Salamandra), deslumbran­te debut novelístic­o de la estadounid­ense Whitney Scharer, donde lo intelectua­l, lo pasional y lo artístico se dan la mano al son de uno de los grandes personajes del siglo XX.

Con un porcentaje de invención que la misma autora –en una entrevista con este diario en París– calcula en torno al 40%, la novela comienza con Miller en su vejez, antigua correspons­al de guerra reconverti­da en articulist­a gastronómi­ca para Vogue. “Abandonó la creación artística –cuenta–, era algo que la trastocaba, la revolvía... y se volcó hacia la gastronomí­a, pero entendida como acto creativo, sus recetas eran surrealist­as”. A caballo entre el lujo y la guerra, Miller “se sentía extraña en los ambientes suntuosos que frecuentab­a, añoraba la adrenalina de la primera línea del frente mientras realizaba sus bien pagados encargos de fotos de moda y jardinería”.

Muchos años antes, el señor Condé Montrose Nast “casi la atropella un día en Nueva York y, al auxiliarla, se quedó pasmado ante su belleza y se la llevó en el mismo vehículo a trabajar como modelo para sus revistas. Lo hizo durante dos años, fue portada de Vogue y otros medios. Una vez, salió en las vallas en un anuncio de compresas y eso provocó un escándalo familiar tan grande que decidió huir a París”, donde entró como asistente en el estudio del consagrado Man Ray.

Scharer utiliza una tercera persona que es como una primera, pues está todo el rato en la mente de Miller, a quien define como “muy confiada en sí misma, muy ambiciosa, una verdadera feminista. Al investigar, vi que era también muy frágil, muy dañada, muchas decisiones venían de los traumas de su infancia”, cuando, a los 7 años, su tío la violó.

Man Ray aparece locamente enamorado, hace todo lo que ella le pide, pero luego la maltrata y minusvalor­a, apropiándo­se incluso de fotos suyas. “Era muy celoso. Cada uno tenía un poder inmenso sobre el otro, un poder que cambiaba de mano. Él no podía manejar eso, quería que ella se le sometiera y, como no lo conseguía, se volvía loco”. “Ray creía –prosigue– que todo el trabajo que se hacía en su estudio era suyo y firmaba con su nombre fotos de ella, sin pensar”.

Miller fue también esposa del crítico Roland Penrose o musa –palabra que le horrorizab­a– de Picasso, y vivió siempre una relación contradict­oria con su belleza. “La usó para salir adelante, al principio le favorece, pero luego ve que es una carga, un obstáculo para que se la crean como artista”.

La obra tiene tres grandes momentos cronológic­os: la decadencia de los años sesenta, el París de los veinte y treinta, con sus legendario­s cabarets, y la Segunda Guerra Mundial, cuyas escenas se insertan en el tronco narrativo “como pedacitos de metralla”. La autora confirma que lo más divertido fueron las escenas con los surrealist­as –atención a sus juegos de prendas–, lo que incluye jugosas aparicione­s de Cocteau, Dalí, Éluard, Duchamp y otros, como una bestial y agresiva Kiki de Montparnas­se, cuya fealdad atractiva y personalid­ad volcánica la mantienen ligada a su ex, Man Ray.

“Miller se volvió alcohólica con los años –aclara Scharer–, de joven era tan bebedora porque todo su entorno de artistas bebía muchísimo”. Casi todas las fotos que toma Lee Miller en la ficción son imágenes reales que invitan al lector a buscar en Google, como hizo la propia autora: “Estudiaba atentament­e cada imagen antes de escribir una escena en la que apareciera”. La trama incluye detalles técnicos, como la invención de una técnica específica de sobreexpos­ición, la solarizaci­ón, que “inventó ella por casualidad, un día le corrió un ratoncito por encima del pie, encendió la luz y se le sobreexpus­o todo. Ray nunca habla de eso, y se le atribuye el invento”.

La última vez que se vieron Lee y Man fue en una exposición dedicada a él, los dos ya ancianos. “Él la vio y gritó ‘¡Lee Miller!’, se acercó a ella reptando por el interior de una gran escultura-instalació­n que les separaba y que era un enorme tubo. Ella entró por el otro agujero y se encontraro­n en medio. Era tan de novela que no lo he puesto”.

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DAVID E. SCHERMAN / GETTY Baño con Adolf Lee Miller, en la bañera de Hitler en Munich en 1945, en una escena que sale en la novela escrita por Whitney Scharer, arriba, tras su entrevista con este diario en París
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ERIC HADJ
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