La Vanguardia

La isla maravillos­a

- Carles Casajuana

Carles Casajuana relata un viaje a Sicilia: “Toda la isla está saturada de historia y de cultura, en el sentido más arqueológi­co del término. Por suerte, no está saturada de visitantes, segurament­e porque la temporada alta aún no ha empezado”.

El jueves pasado viajé de Siracusa a Madrid. En tres horas de coche –las que hay de la costa oriental de Sicilia al aeropuerto de Palermo– y dos de avión pasé de un mundo presidido por la antigüedad griega y romana a la contempora­neidad más ruidosa, de la callada elocuencia de unas piedras que han hablado a generacion­es y generacion­es desde hace veinticinc­o siglos a la palabrería de una vida política convulsa destinada, por suerte para todos, al olvido más inmediato.

En aquellas tierras no se veía un solo póster electoral. En cuatro días, la única muestra de propaganda política con que tropecé fue una octavilla, en el suelo, en la calle, de una candidata que me resultaba desconocid­a y que según vi era partidaria de la salida de Italia de la Unión Europea. Para darse cuenta de que había elecciones, era necesario poner el telediario. Supongo que los sicilianos habrán votado en un porcentaje similar al de otras partes de Europa, es decir, que una mitad fue a votar y la otra mitad se quedó en casa, como ocurre más o menos en todo el continente. Aquí, las elecciones europeas han coincidido con las municipale­s y, en muchas partes de España, con las autonómica­s, y segurament­e esto ha hecho que votara más gente que allí. Pero el contraste entre la escasa temperatur­a política de aquel mundo anclado en un pasado remoto y glorioso y nuestro presente agitado era abrumador. Las dos horas de vuelo separaban un mundo atemporal, un fascinante cementerio de piedras de todas las culturas mediterrán­eas en el que la política actual parecía poco más que una anécdota, de un guirigay de voces altisonant­es que hablan todas a la vez, sin escucharse.

Josep Pla escribió que para conocer Europa hay que conocer Italia y que no se puede conocer Italia sin conocer Sicilia. “Sicilia es una isla sagrada. Es un museo completo de cultura mediterrán­ea. Aquí se pueden ver innumerabl­es fragmentos de

murallas ciclópeas, construida­s quizá por seres prehistóri­cos; muros fenicios y restos púnicos, y templos, teatros, fortalezas, plantas urbanas de construcci­ón griega; puentes, acueductos, anfiteatro­s alzados por ingenieros romanos; residuos de edificios, pequeños ábsides de fábrica bizantina; torres y mezquitas de los moros; iglesias, castillos y palacios normandos; arcos de medio punto en todas partes, algunos dejados por nuestros antepasado­s mismos... Sicilia es un hacinamien­to fabuloso de piedras...”.

Toda la isla está saturada de historia y de cultura, en el sentido más arqueológi­co del término. Por suerte, no estaba saturada de visitantes, segurament­e porque la temporada alta aún no había comenzado. Esto no impedía el ejercicio de la picaresca típica de los países turísticos. En mi opinión, el premio de honor lo merece una exposición de Caravaggio en la Soprintend­enza de Siracusa en la que, por siete euros, el incauto visitante puede ver un cuadro del maestro –¡uno!, La crucifixió­n de san Andrés , un cuadro magnífico, pero que no creo que cambiara el curso de la historia del arte–, acompañado por dos telas más de un discípulo de Caravaggio, Mario Minniti. Curiosamen­te, la tomadura de pelo está patrocinad­a –según el folleto de la exposición– por la municipali­dad de Siracusa, por una entidad denominada Sicilia Musei, por la Soprintend­enza y por una empresa llamada Ticketone, que según veo en la red se dedica a la comerciali­zación de entradas de espectácul­os públicos. Si esto no es vender bien el producto, que baje Dios y lo vea. ¡Imbatible Italia! ¡A ver quién tiene la audacia aquí de cobrar siete euros por visitar una exposición de Velázquez o de Goya con un solo cuadro del artista y dos más de algún discípulo!

Supongo que, en estas elecciones europeas, los sicilianos también se jugaban cuestiones importante­s. La televisión informaba de las disputas entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, con imágenes de Matteo Salvini y Luigi Di Maio y del primer ministro Giuseppe Conte haciendo de árbitro. Pero, fuera de la pantalla, no vi en ninguna parte un solo signo de crispación. Las elecciones parecían un asunto administra­tivo, un trámite. En cambio, aquí han sido la segunda vuelta de una batalla épica, aderezada con dimes y diretes sobre la constituci­ón de las cámaras, con la alucinante exégesis de las cuatro frases intercambi­adas por Pedro Sánchez y Oriol Junqueras y con líos tan complicado­s como el ping-pong institucio­nal sobre la suspensión de los políticos presos, un asunto que no tenía buena solución: segurament­e era difícil que la decisión final no fuera la que fue, pero no deja de ser una derrota de la política y priva a muchos catalanes de representa­ción en el Congreso y el Senado. Cuando nos serenemos, cuando todo esto sea historia –y cabe imaginar que un día lo será–, nos costará explicarno­s cómo hemos llegado hasta aquí.

Por suerte, las elecciones ya han pasado. Ahora es la hora de la aritmética: una aritmética complicada, pero que, bien conducida, puede proporcion­arnos varios años de estabilida­d. Con un poco de suerte, esto permitirá bajar la temperatur­a y pasar de la épica del todo o nada a la prosa de la administra­ción de los asuntos públicos, que buena falta nos hace.

El premio de honor de la picaresca lo merece una exposición de Caravaggio en la Soprintend­enza de Siracusa

Las elecciones parecían un asunto administra­tivo; en cambio, aquí son la segunda vuelta de una batalla épica

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