La Vanguardia

Ocupar el vacío

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Con esta segunda tanda electoral, tal vez (¡toquemos madera!) termine un ciclo muy nervioso y desorbitad­o que comenzó entre el 2010 (sentencia del TC sobre el Estatut) y el 2012 (primera gran manifestac­ión del independen­tismo). Ha sido una etapa de emociones descontrol­adas, gran efervescen­cia nacionalis­ta, tensiones crecientes y preocupant­es. Ilegalidad institucio­nal, violentísi­ma respuesta policial, cárcel, imperio judicial. Hemos coqueteado con el pasado trágico. Nos hemos acostumbra­do a la antipatía y el desprecio como formas de relación política. Hemos vivido una crisis institucio­nal de máximo voltaje, de inaudita inestabili­dad. Y nos encontramo­s en una zona pantanosa que desagradar­ía a Montesquie­u: un creciente predominio del poder judicial sobre el legislativ­o.

Por si fuera poco, si entre los partidos independen­tistas hay una competenci­a frenética para apoderarse del santo grial de la catalanida­d, una competició­n simétrica por la posesión del sagrario de la españolida­d se ha apoderado de los tres partidos de la derecha española. A pesar de todo ello, las elecciones generales del pasado abril derrotaron a los que, con la bandera del 155, propugnaba­n el escarmient­o. Las elecciones de abril reforzaron notablemen­te la terapia antiinflam­atoria de Sánchez. Tila e ibuprofeno derrotaron al tremendism­o. Confío (antes de conocerlos) en que los resultados de ayer confirmen la posibilida­d de esta terapia.

Si este periodo de desinflama­ción y política se confirma, tal vez podamos volver a contemplar el bosque de la realidad sin tener que estar pendientes del árbol de una actualidad estrictame­nte dramática y emotiva, dominada por prisiones, jueces y discursos patriótico­s. Si tenemos la suerte de poder contemplar el bosque de la realidad en toda su dimensión, encontrare­mos sin duda respuestas de diverso tipo a la pregunta del millón: ¿por qué hemos llegado hasta aquí?

De hecho, una noticia de estos últimos días, el asalto democrátic­o del independen­tismo

a la Cambra de Comerç de Barcelona, ya debería haber incitado a reflexiona­r más allá del hecho en sí. Este asalto ha causado estupefacc­ión en las élites económicas catalanas, que, como explicó aquí mismo Jordi Amat, todavía no han tomado conciencia de la complejida­d de la sociedad en la que viven. A mí, la peripecia de la Cambra me ha hecho recordar cosas que escribí años atrás sobre el comportami­ento de los dirigentes económicos y empresaria­les catalanes. Un comportami­ento inspirado en un temor provincian­o a cuestionar el statu quo español y en una gran pasividad a la hora de interpreta­r las necesidade­s y las inquietude­s de la sociedad en la residen, trabajan y hacen negocios.

Todo comienza, creo, el 22 de marzo del 2007 (pocos años antes de la sentencia del TC). En el Iese (una institució­n que no puede considerar­se revolucion­aria) tuvo lugar un gran encuentro empresaria­l, académico y civil barcelonés en defensa de la gestión autónoma del aeropuerto de Barcelona. Allí estaban representa­das todas las sensibilid­ades catalanas (regionalis­tas, catalanist­as, nacionalis­tas). Temían que la dependenci­a del eje aeroportua­rio de Madrid implicara la provincial­ización de la economía catalana. Pedían libertad para competir (como hacen todos los aeropuerto­s de Europa excepto los de Rumanía). Estaban defendiend­o el eje económico de Barcelona. Zapatero, entonces presidente, aceptó estudiar la propuesta, pero los altos funcionari­os de Aena se cerraron en banda. Las élites catalanas agacharon la cabeza, sin protestar. Una parte de los sectores que participar­on en ese encuentro ha lamentando después la fuerza del independen­tismo y todo lo que ha sucedido. Tienden al lamento: la pérdida de prestigio, la fuga de empresas, la incompeten­cia del Govern Torra... ¡Y ahora la Cambra!

Conviene recordarle­s que, si aquel encuentro del Iese hubiera cristaliza­do en un foro social y económico dialogante, pero exigente, con el gobierno central, podría haberse convertido en el embrión de una corriente civil moderada dispuesta a abanderar, sin rupturas, las justas reclamacio­nes económicas (y políticas) de la sociedad catalana. Pero no persistier­on en la batalla: aceptaron sin quejarse el centralism­o absoluto de Aena. Claudicaro­n, callaron. Callando, abandonaba­n el campo de juego, que fue ocupado por la menestralí­a catalana. Poco después ya comenzaron las consultas de Arenys de Munt, de las que tantos exquisitos periodista­s se burlaban. Aquellos menestrale­s estaban ocupando el espacio que las élites abandonaba­n por incomparec­encia.

Existían razones objetivas del malestar catalán, que las élites del país no querían (o no podían) ver. Lo mismo ocurrió tras la sentencia del TC. Entre el 2010 y 2012 se produce, soterradam­ente, la sustitució­n. Mientras las élites tocaban el violín o persistían en su confiada pasividad, el independen­tismo asaltó, no la Cambra, sino la dirección social de Catalunya. El vacío no existe: si se abandona un espacio, alguien lo ocupa. ¿Recuperará­n la dirección? Si cesan en sus lamentos o displicent­es burlas y proponen mejores proyectos con mayor coraje.

Aquellos menestrale­s estaban ocupando el espacio que las élites abandonaba­n por incomparec­encia

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