Caminanta, no hay camino...
Un ensayo de Anna M. Iglesia reivindica el paseo como ejemplo de liberación femenina
Una mujer pasea, y nada es inocente en esa imagen. ¿Con quién pasea? ¿Qué hace? ¿Adónde va? ¿En qué época? ¿Cuál es su actitud? Durante mucho tiempo, las mujeres solas en la calle fueron únicamente las prostitutas (llamadas, precisamente, mujeres de la calle). Luego, se añadieron las trabajadoras de las fábricas, quienes, más que pasear, se desplazaban. Los flâneurs franceses –esos paseantes de lúcido verbo y afinada sensibilidad– han pasado a la historia de la literatura pero... ¿hubo flâneuses?
De todos esos temas se ocupa el ensayo La revolución de las flâneuses (WunderKammer) de Anna M. Iglesia (Granada, 1986).
Doctora por la Universitat de Barcelona, su tesis sobre la narrativa del espacio urbano ya trabajó “la figura del flâneur y la ciudad como imposición de un relato, pero no me centraba en la figura de la mujer”. Ahora lo hace poniendo las herramientas académicas de la crítica cultural –y un ritmo periodístico, su otro oficio–
al servicio de un tema que mezcla lo artístico con lo literario y lo sociológico. “Empiezo observando un cuadro significativo, Hombre
joven en la ventana (1875) de Gustave Caillebotte, donde el pintor se asoma a la ventana y, al fondo, se ve una joven en la rue de Miromesnil. Siempre se pone el foco en la perspectiva de él, la mujer apenas se ve, no tiene nombre... La mujer es objetivada, encasillada y vista desde la perspectiva masculina, en un segundo plano”.
La prostituta es una figura muy presente en el ensayo, de un modo más actual de lo que parece. “Hoy vivimos un intenso debate, incluso entre el feminismo, sobre la legalización o la abolición de esta actividad. Es el mismo que se tenía en los siglos XIX y XX. Ellas representan la mercantilización del cuerpo de la mujer, también muy presente en la publicidad. Me muestro crítica con la idea recurrente de que es un ser libre y que combate los prejuicios y convenciones: está obligada a vender su cuerpo, en un negocio legitimado por una sociedad hipócrita, que finge rechazo pero tiene unas leyes y usos que lo permiten. La mirada masculina, la de muchos escritores, incluso la de Walter Benjamin, las ve como ‘un espectáculo embriagador’”.
¿Cómo encontró a tantas flâneuses? “Las he buscado durante mucho tiempo, llenando mis lagunas educacionales, porque la mayoría permanecen ocultas, son el ejemplo del concepto de aislamiento de Richard Sennet, relacionado con la visibilidad que los demás tienen de alguien en el espacio urbano”.
Los testimonios, de todas las épocas, muestran el miedo permanente a ser agredidas, “aún hoy, y eso quita mucha libertad, no es la misma que la del hombre. Sylvia Plath, en 1913, escribió en su diario: ‘Haber nacido mujer es una horrible tragedia. Sí, mi deseo incontenible de mezclarme con camioneros, marineros, soldados, parroquianos, mi deseo de formar parte de una escena anónima, escuchando, apuntando en mi memoria, todo ello termina arruinado por el hecho de ser chica, una fémina siempre en peligro de ser asaltada o agredida’. Al igual que en tiempos de Virginia Woolf, se olvida que el criminal es únicamente quien comete la fechoría, se sigue criminalizando a la víctima”.
La autora establece una conexión entre paseo y pensamiento. “Es esencial. Ya desde Platón o Montaigne, la caminata es una forma elevada de conversación y conocimiento. Lo peor que se puede hacer es banalizar al flâneur, verlo como un individuo ocioso, basta leer a Benjamin o a Baudelaire para ver que se trata de un posicionamiento crítico ante la sociedad. Rebecca Solnit pone el acento en que caminar es una forma de intervención social. Pensemos qué límites ponen al espacio. ¿Por qué se valla el parlamento? ¿No era de todos? Hay también una censura del espacio, equivalente a que te corten la palabra, cuando te cortan un cami
“Sólo ellas podían ir por la calle, los escritores las ven como ‘espectáculo embriagador’”
“Desde Platón o Montaigne, la caminata es una forma elevada de conversación y saber”
no o una calle”. Capítulo aparte merecen los parques. “A finales del XVIII y principios del XIX, se constituyen como un método de higienización de la ciudad: aire libre, puro, vegetación, canalizaciones de agua… en un momento en que las urbes eran insalubres, plagadas de epidemias. Pero también es una higienización moral: se trata de despejar la ciudad de ciertos elementos incómodos. A la mujer, en el parque, se la permite ir sola, es un espacio moralmente adecuado, donde se plasman aquellos principios morales de la burguesía, la familia, la virginidad, la honestidad, la separación por clases...”.
El volumen se ocupa también de la tradición española. “Hubiera sido injusto renunciar a ciertos nombres imprescindibles, como Emilia Pardo Bazán, tremendamente actual; Carmen de Burgos, ahora reeditada; Josefina Carabias, periodista que no solo firmaba con su nombre sino que hacía periodismo de calle, de investigación, viajaba...”.
También se ocupa de la revolución de los grandes almacenes, que permitieron a la gente una nueva actividad de ocio, “ir de compras”, ya no sólo para buscar lo necesario. “A la mujer se la distrae desde entonces con ese tema, se las mantiene ocupadas, se les insufla la falsa libertad del consumo. Hay autores como Zola que se escandalizan y exclaman: ‘¡Esto provocará la ruina de las familias!’”.
Hay un momento histórico en que se produce una paradoja: la trabajadora pudo moverse más por la calle que la burguesa, “fueron las primeras transgresoras. Se incorporaron al mundo del trabajo, empezaron a tener su salario, pero tampoco fue su decisión recorrer las calles. Eso les dio una visibilidad, mientras las burguesas tenían su tiempo de ocio muy pautado y reglamentado. Fueron una pieza revolucionaria, no salían en los periódicos pero cambiaron totalmente su micromundo, el entorno”.
Uno de los personajes del libro es la francoperuana Flora Tristán (1803-1844). “Es muy difícil encontrar textos suyos en las librerías, pero sus Peregrinaciones de una paria suponen la construcción de un sujeto femenino en contra de todas las restricciones que le imponían, por mujer, extranjera y separada. Ella le recriminó duramente a George Sand que se ocultara tras un nombre y una apariencia masculinas”.
Un libro, en fin, que reivindica “la idea de caminar como una contestación al discurso hegemónico, a la prosa de Estado. Caminar como respuesta a todo eso”.