La Vanguardia

“¡Demasiado rápido, Roger!”

En su regreso a París, tras ausentarse desde el 2015, Federer invierte hora y media para superar a Sonego

- SERGIO HEREDIA

En el silencio de la pista Philippe Chatrier, mientras dos tenistas se preparan para reanudar el juego, irrumpe una voz: –¡Demasiado rápido, Roger! El público ríe.

Y Lorenzo Sonego, el italiano que oficia de comparsa, el adversario de Federer (37), traga saliva. Se sabe carne de cañón. Se siente como el gladiador: –Morituri te salutant.

Sonego tiene ante sí un coloso. Y el público, esta vez, está del lado del coloso.

Apenas habían pasado trece minutos del primer set y el italiano

ya perdía 4-0, antes de caer en 6-2. Apenas habían pasado cuarenta, en total, y ya estaba otra vez 4-0 abajo en el segundo.

Y por eso el público le pedía calma a Federer:

–¡Vas demasiado rápido! Como para complacerl­es, el suizo desaceleró. Cedió el servicio y permitió que el set se colocara 4-3. La cosa no pasó de ahí, aunque el encuentro se alargó, alcanzando la hora y media.

Lo ganó Federer (6-2 y un doble 6-4), y esa es otra gran noticia para el torneo: los amantes del tenis en París pretenden seguir paladeando a Federer. No quieren que se acabe su show, esa historia que se prolonga por veinte años, que alcanzó su culmen hace diez, con la corona del suizo en Roland Garros, y que se ha difuminado durante cuatro años, desde el 2015, fecha de su última aparición en el Bois de Boulogne. Federer regresaba ayer a París. Y el público salivaba. “Estaba muy nervioso al principio. Mi corazón latía fuerte”, contó Federer. Le calmó su instinto, su talentoso tenis. Y también, los aficionado­s: –¡Roger, Roger, Roger! –voceaban mientras el genio saltaba a la pista, saludándol­es.

“Los dos dobles breaks, en el primer y el segundo set, me permitiero­n relajarme un poco. Me permitiero­n probar más cosas, arriesgar más, tirar algún saquevolea en algún momento...”, dijo el suizo, que ahora se mide a Oscar Otte, lucky loser de la previa.

En el 2016 había jugado dos torneos en tierra, pero los recurrente­s dolores de espalda le habían impedido llegar a Roland Garros. En los dos años sucesivos había renunciado a París. Entonces estaba obsesivame­nte pendiente de Wimbledon, su jardín.

Esta vez, se ha tomado Roland Garros en serio.

“Al fin y al cabo, es el Grand Slam que cae más cerca de mi casa, en Basilea”, dice, con su caracterís­tica flema.

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ANNE-CHRISTINE POUJOULAT / AFP

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