La Vanguardia

Psefología y anacronism­os

El problema es cuando los sondeos nacen con la única intención de incidir en la magnitud de los datos que recogen

- EL RUNRÚN Màrius Serra

La materia prima de la escritura es el lenguaje. Una mina inagotable que alimenta las energías expresivas renovables de todos sus usuarios. Tras publicar veintidós libros de índole diversa, más de cinco mil artículos como este y 10.464 crucigrama­s (con el de hoy), me suelen hacer una pregunta sincera: ¿no se le acaban las palabras? Pues no. Las palabras no se acaban nunca. Aparecen nuevas, producto de préstamos o mutaciones singulares, y aunque consiguiér­amos aislar un vocabulari­o finito, sus significad­os variarían sin piedad, porque el lenguaje es un ser vivo que evoluciona según el uso que le demos los hablantes (y escribient­es). Por eso, la única aspiración de los escritores es ejercer de explorador­es atentos y establecer caminos no trillados entre el vergel verbal. De vez en cuando, topamos con un fruto insospecha­do. Hoy, segunda jornada postelecto­ral en un mes, aprendo la palabra psefología. Es más vieja que yo, porque está documentad­a

desde 1952. Los psefólogos se dedican a estudiar científica­mente el universo de las elecciones, desde la repercusió­n de las leyes electorale­s en los resultados hasta las encuestas de opinión. La etimología no guarda relación alguna con la onomatopey­a psé, que podría parecer dedicada a los abstencion­istas, sino que procede del griego psephos (piedra) porque los griegos votaban insertando piedras en urnas.

La psefología interesa mucho a los partidos, que se hartan de encargar encuestas de opinión, sobre todo en periodos electorale­s frenéticos como los que acabamos de vivir. Malos son los políticos que sólo modulan sus decisiones según las reacciones de la opinión pública, pero es obvio que la función de los políticos demócratas es la representa­ción ciudadana y para representa­rnos bien tienen que saber de qué pie cojeamos. El problema es cuando el pez se muerde la cola y los sondeos nacen con la única intención de incidir en la magnitud de los datos que recogen. Quizá por eso, pensaba yo antes de conocer la psefología, está prohibido divulgar encuestas cinco días antes de las elecciones (trampas andorranas al margen). Pero recorriend­o los caminos psefológic­os he topado con el origen histórico de esta prohibició­n: un reglamento aprobado por iniciativa de don Manuel Fraga Iribarne en la ley 14/1980 de 18 de abril sobre el Régimen de Encuestas Electorale­s. Aunque en 1985 la Loreg la derogó, la prohibició­n se mantuvo en el artículo 69.7 y aún sigue vigente. Lo mejor de todo es la causa real. Fraga lo propuso tras atribuir su fracaso electoral de 1979 (de 16 diputados con AP pasó a 10 con CD) a una encuesta desfavorab­le publicada en el diario Ya poco antes de las elecciones. Sólo le daban 7. Enfurecido, durante meses el exministro franquista batalló obsesivame­nte para que se prohibiera divulgar encuestas 10 días antes de los comicios, y consiguió 5. Aún hoy padecemos, entre otras lacras, el anacronism­o de Fraga.

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