La Vanguardia

Langostas indigestas en las ‘soirées’ de París

El ministro francés de Ecología, De Rugy, sigue atrapado en el escándalo

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Eso es tener muy mala suerte. François de Rugy jura padecer alergia a los crustáceos y asegura que no prueba el champán porque le provoca dolor de cabeza. “Detesto el caviar”, añade el ministro de Transición Ecológica y Solidarida­d, todavía número dos del Gobierno francés. Pero ni siquiera estas confesione­s tan íntimas y con afán autoexculp­atorio han calmado las aguas. De Rugy ha quedado muy tocado por las revelacion­es sobre las cenas de lujo que organizaba cuando era presidente de la Asamblea Nacional y otros detalles sobre su tren de vida. Cada día afloran nuevas informacio­nes compromete­doras.

Las fotos valen más que mil excusas. Aunque De Rugy sea sincero sobre su alergia al marisco, la imagen de la bandeja con langostas gigantes –y la de la botella de Château Mouton Rothschild frente a su actual esposa, Séverine– quedarán asociadas a su carrera política y al

mandato del presidente Emmanuel Macron. Dan sensación de frivolidad y despilfarr­o de dinero público, justo todo lo contrario que la exigencia de los tiempos, más aún después de un curso político sacudido por la revuelta de los chalecos amarillos, una explosión de rabia contra las desigualda­des y los privilegio­s.

De Rugy tiene dificultad­es para explicar que las soirées que organizó en su residencia oficial eran –como argumenta– encuentros necesarios para tomar contacto con la sociedad civil. Se alberga la sospecha de que a los ágapes solían acudir personas próximas al político y a su esposa, periodista de la prensa rosa. Además, ¿eran necesarias las langostas gigantes y los caldos de centenares de euros la botella?

Cuando De Rugy dejó el Parlamento por el puesto de ministro, él y Séverine constataro­n que su nuevo “apartament­o de servicio” era “vetusto”, que no se había renovado desde hacía 16 años, y se pusieron manos a la obra. Hicieron pintar, cambiar las moquetas, el parquet y los baños. Adecentar la vivienda costó 63.000 euros. El ministro aduce que se hicieron varios presupuest­os para intentar ahorrar.

Como suele ocurrir en este tipo de escándalos, se produce un goteo de noticias. Abrió el fuego Mediapart, la agresiva web de denuncia, y otros medios se han sumado a la ofensiva. La jefa de gabinete de De Ruby hubo de dimitir al saberse que, durante 12 años, tuvo a su disposició­n una vivienda social en París sin que residiera con regularida­d en la capital. Luego se supo que también el ministro ha usado un apartament­o en Nantes, de “alquiler social preferente”, para reunirse con sus hijos durante los fines de semana que tiene la custodia. Él alega que nunca supo que disfrutaba de un alquiler preferente y amenaza con denunciar a la agencia inmobiliar­ia que se lo proporcion­ó.

Le Parisien sacó a la luz otros asuntos menores, como la supuesta compra, por la mujer de De Rugy, de un secador de cabello chapado en oro, de 499 euros, a cargo de la Asamblea Nacional, la adquisició­n de un aparato para hacer raclette, por 200,57 euros, y de una bicicleta estática, que costó al erario público 798,99 euros.

La última revelación de Mediapart es también embarazosa: el hoy ministro no pagó impuestos en el 2015, cuando era diputado, porque cada mes abonaba 1.200 euros como donación a su partido, Europa Ecología Los Verdes (EELV). Según él, se trataba de algo perfectame­nte legal.

De Rugy se defiende con vehemencia, da todo tipo de explicacio­nes –quizás demasiadas– sobre los dispendios y dice sentirse víctima de informacio­nes sesgadas, de una auténtica campaña de linchamien­to político. Pero en la mayoría parlamenta­ria que sostiene al presidente Macron se han alzado ya muchas voces críticas. El caso De Rugy –que el diario Libération ha bautizado como Homardgate (langostaga­te)– es devastador de cara a las municipale­s del próximo año. El presidente y el primer ministro, Édouard Philippe, lo mantienen de momento en el cargo, aunque se ha ordenado una inspección que resulta humillante. Tras llamarlo con urgencia a capítulo en París, mientras De Rugy realizaba un viaje oficial, Philippe recordó “la doble exigencia de transparen­cia y ejemplarid­ad” de los responsabl­es políticos.

Algunos analistas un poco maliciosos han recordado estos días que un tal Emmanuel Macron, en los dos años en que fue ministro de Economía durante la presidenci­a de François Hollande, montaba constantes cenas en su ministerio para establecer contactos, mimar relaciones y, probableme­nte, preparar su futuro asalto al Elíseo.

El nivel de exigencia ética hacia los políticos es cada vez mayor. La revuelta de los chalecos amarillos ha sido un serio aviso. Ciertas derivas monárquica­s de los gobernante­s republican­os ya no se aceptan. No existe la tolerancia de antaño y salen a la luz hechos que antes hubieran quedado ocultos. La historia de la V República está llena de escándalos, de abusos y corruptela­s, desde los famosos diamantes del dictador centroafri­cano Bokassa, en tiempos de Giscard d’Estaing, al empleo ficticio de la esposa del exprimer ministro conservado­r François Fillon. Hace poco se ha sabido, por ejemplo, que el fallecido exprimer ministro Raymond Barre, hombre estricto y con fama de honestidad a prueba de bomba, ocultaba una suma multimillo­naria en un banco suizo. Sus herederos tienen ahora problemas con el fisco.

De Rugy lucha por salvarse. No es seguro que lo consiga. En la Francia actual se aplica más que nunca el principio clásico de que la mujer del César no sólo tiene que ser honesta sino parecerlo. Las langostas gigantes resultan demasiado indigestas para la opinión pública.

Los analistas maliciosos recuerdan que también Macron organizaba muchas cenas cuando era ministro

 ?? LUDOVIC MARIN / AFP ?? François de Rugy y su esposa, Séverine, a su llegada al palacio del Elíseo para una cena oficial el 19 de marzo del 2018
LUDOVIC MARIN / AFP François de Rugy y su esposa, Séverine, a su llegada al palacio del Elíseo para una cena oficial el 19 de marzo del 2018

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