La Vanguardia

Perder el último barco

- Lluís Uría

Cuando Gordon Matthew Thomas Sumner nació, el 2 de octubre de 1951, el nordeste de Inglaterra seguía siendo todavía uno de los grandes núcleos industrial­es del Reino Unido, cuyos pilares eran –desde el siglo XIX– las minas de carbón, los altos hornos y los astilleros. Todo el mundo trabajaba allí, o casi. Al pequeño Gordon, hijo de un lechero y una peluquera, el destino le reservaba otro camino, pero los grandes barcos que se construían en su ciudad natal, Wallsend, y en la vecina Sunderland formaron parte esencial del paisaje de su infancia.

Los comienzos de Gordon al frente de la banda The Police –ya con el nombre artístico de Sting–, entre finales de los setenta y principios de los ochenta, coincidier­on con el declive de todo este mundo, al que en el 2013 el músico y compositor le dedicaría un melancólic­o álbum, The Last Ship. El último barco.

En los ochenta, todo se vino abajo. Las minas, las acerías, los barcos... El último astillero de Sunderland, que llegó a ser el mayor centro de construcci­ón naval del Reino Unido, cerró en 1988 y el último de Wallsend no pasó del 2007. Miles de trabajador­es se quedaron en la calle –el paro alcanzó el 20%– y la pobreza y la marginació­n se enquistaro­n en la región, al igual que el resentimie­nto, realimenta­do por la crisis del 2008 y la drástica política de austeridad que le siguió, con recortes en los servicios y las prestacion­es sociales.

Maltratado­s y olvidados, los habitantes del viejo enclave industrial del nordeste de Inglaterra se revolviero­n con furia el 23 de junio del 2016 y votaron masivament­e por la salida de la Unión Europea en el referéndum imprudente­mente convocado por David Cameron. Los resultados de Sunderland fueron de los primeros en aparecer y ofrecieron un serio aviso de la hecatombe que esa noche se avecinaba: el 61% de los votantes se decantó por el Brexit (casi diez puntos por encima del conjunto del Reino Unido). Desde entonces, para bien o para mal, esta brumosa ciudad de 277.000 habitantes a orillas del Mar del Norte se ha convertido en un símbolo. Símbolo de la

rebeldía y la protesta. De la desconfian­za hacia las élites y el establishm­ent. De la aversión a la globalizac­ión. Símbolo también de la credulidad y de la ceguera...

En 1986, en pleno hundimient­o de la industria tradiciona­l, la entonces primera ministra Margaret Thatcher inauguró en Sunderland una nueva fábrica de Nissan, llamada a convertirs­e en el salvavidas de la región. Hoy la planta de coches japonesa, que da trabajo directa o indirectam­ente a decenas de miles de personas, es la principal fuente de empleo y riqueza de la zona.

Paradójica­mente, puede acabar siendo también la primera víctima del Brexit que con tanta alegría y pasión han votado sus beneficiar­ios. No en vano el 80% de los vehículos que fabrica van destinados al mercado de la Unión Europea. Como tantos otros casos: el pasado 27 de junio, en unas declaracio­nes a la BBC, el ministro de Exteriores japonés, Taro Kono, advirtió de que un Brexit a la brava, sin acuerdo con la UE, podría hacer que el millar de empresas japonesas radicadas en el Reino Unido se marcharan para relocaliza­rse en otros países europeos. A fin de cuentas, si están donde están es para tener un acceso franco al mercado único europeo. (Hará tres o cuatro años, en una cena privada en Barcelona con un pequeño grupo de empresario­s, un diplomátic­o japonés hizo la misma advertenci­a en caso de que Catalunya llegara a separarse de España. Todos los presentes quedaron impactados por la contundenc­ia del aviso. Todos, salvo un representa­nte institucio­nal que desmintió sin sonrojo al diplomátic­o nipón basándose en las vacuas tesis del realismo mágico oficial)

La realidad, sin embargo, es puñetera. Y siempre se acaba imponiendo. El pasado febrero, pocas semanas después de la entrada en vigor del nuevo tratado de libre comercio entre Japón y la UE –que entre otras cosas suprime los aranceles sobre las importacio­nes de automóvile­s–, Honda anunció el cierre de su fábrica de Swindon (unos 130 kilómetros al este de Londres) y Nissan, la suspensión de la fabricació­n del nuevo X-Trial SUV en la de Sunderland. Un golpe que puede ser sólo el primero.

Lo cierto es que Sunderland y su región pueden resultar severament­e castigadas por el Brexit puesto que cerca del 60% de sus exportacio­nes van hacia la UE, de la que por otro lado habrán recibido en el último quinquenio del orden de casi 400.000 millones de euros en ayudas comunitari­as. Un informe del comité del Brexit de la Cámara de los Comunes vaticina que la economía del nordeste de Inglaterra puede contraerse un 16% si hay una salida sin acuerdo. Y ya llegan las primeras señales inquietant­es: aunque el paro sigue siendo bajo, en el nordeste se disparó de nuevo al alza en el último trimestre hasta situarse en el 5,5%, porcentaje que puede parecer ridículo comparado con otros países pero que es ya el peor del Reino Unido.

En las últimas semanas, un grupo de empresario­s locales, líderes cívicos y representa­ntes políticos de diversos partidos está haciendo campaña en Sunderland y su región para reclamar un nuevo referéndum. “Nosotros ya sabemos lo que pasa cuando las industrias cierran y los puestos de trabajo se van. No podemos dejar que vuelva a suceder”, clamó la diputada laborista Bridget Phillipson en un mitin celebrado hace ahora una semana ante varios cientos de personas.

Es posible que una parte de quienes votaron por el Leave se hayan arrepentid­o o, al menos, hayan empezado a hacerse preguntas. Pero la mayoría no da ninguna señal en este sentido. Más bien lo contrario. Feudo tradiciona­l de la izquierda, en las pasadas elecciones europeas el Partido del Brexit del ultra Nigel Farage se llevó dos de los tres escaños en juego en la circunscri­pción. Y un sondeo de esta misma semana publicado por el vespertino Sunderland Echo sostiene que el 70% de los habitantes de la ciudad están a favor de un Brexit duro como el que propone el sulfuroso Boris Johnson, probable próximo líder tory y primer ministro, partidario de salir de la UE como sea –aún sin acuerdo– antes de la fecha límite, el 31 de octubre próximo. Cueste lo que cueste. Do or die. Así se hunda el último barco. Si lo llega a perpetrar, la resaca en Sunderland amenaza con ser muy amarga.

Sunderland se mantiene fiel al Brexit, pese a las señales de que puede ser gravemente perjudicad­a por salir de la UE

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CHRISTOPHE­R FURLONG / GETTY Un cartel anunciando la entrada a Sunderland vincula la ciudad a la fábrica de Nissan
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