La Vanguardia

Sánchez no quiere caer en la trampa de un gobierno bicéfalo

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Cómo funciona la cabeza de un hombre que en sólo tres años ha pasado del desahucio a cenar en el palacio del Elíseo con el presidente de la República francesa para planificar la política europea?

En una vida muy reciente, Pedro Sánchez fue un hombre derrotado. Hoy hace tres años, Sánchez volvía a decirle que no a Mariano Rajoy, mientras Albert Rivera abría la puerta a la investidur­a. Fue defenestra­do en Ferraz y reconquist­ó el PSOE con mucho coraje. Con valentía y con la ayuda del código de señales de Podemos: el hombre que resiste a las presiones de los de arriba. Tres años después, la situación ha dado un giro vertiginos­o.

Sánchez ha llegado a la cima ascendiend­o por la ladera izquierda. Ahora quiere gobernar desde las praderas centrales que se hallan allá en lo alto, muy cerca del cielo estrellado de la Unión Europea. Las personas que estas últimas semanas han hablado con el presidente constatan la familiarid­ad con la que habla de los escenarios europeos, mientras se refiere a las dificultad­es internas con cierto fastidio. Le gusta la política internacio­nal.

Sánchez intentó una maniobra envolvente sobre Ciudadanos, con la ayuda del

presidente francés, Emmanuel Macron, que ha topado con la resistenci­a numantina de Rivera. Fracasada la primera excursión al centro –habrá más–, el líder socialista intenta buscar un acuerdo con Unidas Podemos sin caer prisionero del leninismo-pop de Pablo Iglesias. El programa no es el problema principal. Podemos está dispuesto a moderarse. El problema no es Catalunya, aunque el problema puede ser Catalunya si la sentencia del Tribunal Supremo es tan severa como empieza a barruntars­e en Madrid. Iglesias promete disciplina, pero en el PSOE no se fían de los Comunes y muy particular­mente de los diputados Jaume Asens y Gerardo Pisarello. No se fían los socialista­s de la volatilida­d táctica de Ada Colau.

El problema principal no es el concepto coalición, que Sánchez el viernes estaba a un paso de aceptar, antes de conocer la consulta interna en Podemos, que le ha irritado. El problema es la gobernanza mediática. En el siglo XXI un Gobierno nacional es un fabricante de contenidos, dirigido por un célula de combate que debe moverse con extrema agilidad: el presidente y sus más estrechos colaborado­res. Iglesias quiere entrar a formar parte de esa poderosa factoría. Ese es el problema.

Desde el primer día, la derecha trabajaría sin descanso para fijar la imagen de un Gobierno con dos presidente­s. “Manda Iglesias”. Sánchez no resucitó al tercer año para tener que aceptar ese relato.

Los socialista­s temen la previsible campaña de la derecha: “Iglesias es el que manda en el Gobierno”

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