Qué difícil es coaligarse
La posibilidad de que el Gobierno español sea por primera vez de coalición entre dos partidos de izquierda está en el aire. Persisten las desconfianzas personales y las diferencias políticas, pero sobre todo se trata de no compartir el poder.
La primera experiencia de un gobierno de coalición desde el final de la dictadura no va a ser fácil. Si es que logra fraguarse. Lo que se dio en llamar nueva política, a raíz del surgimiento de Podemos y Ciudadanos, no es muy diferente a la antigua, pero la fragmentación obliga a gobiernos que amalgamen diferentes siglas y ése sí es un cambio sustancial que se resiste a llegar. ¿Por qué en la Moncloa tratan de impedir por todos los medios que ocurra?
El poder es la motivación principal. El veto a la entrada de Pablo Iglesias en el Ejecutivo refleja el recelo a una bicefalia. El líder de Podemos no entraría en un Gobierno para permanecer apaciblemente callado y sometido al presidente Pedro Sánchez como si de cualquier otro ministro se tratara. Su opinión sería relevante y escuchada. He ahí una línea roja infranqueable.
Aunque la relación personal entre los dos políticos ha mejorado mucho en el último año y medio, la desconfianza hacia la figura política de Iglesias es absoluta. Y cuanto más ha prometido éste futura lealtad al presidente en las reuniones que han mantenido en las últimas semanas, más se ha acentuado si cabe ese recelo. Iglesias trató de convencer al presidente de que siempre podría echarles del Ejecutivo si consideraba su comportamiento desleal, pero ese gesto ya es para Sánchez una muestra de escaso compromiso y un indicio de que Podemos rompería a mitad de la legislatura.
Para Sánchez, además, pagar el precio de un gobierno de coalición cuando Podemos no puede garantizarle la mayoría y la estabilidad durante cuatro años, es excesivo, teniendo en cuenta que el presidente está convencido de que el PSOE está en el inicio de una etapa de recuperación y la
formación morada, en descomposición.
Lo cierto es que, justo después de las generales, no parecía difícil poner de acuerdo a la izquierda. El PSOE ya temía que Iglesias querría un gobierno de coalición, pero esperaba convencerle de un pacto de legislatura teniendo en cuenta que a Podemos no le convienen elecciones y que votar contra Sánchez supondría sumarse a la derecha y repetir el error del 2016.
Sánchez ofreció inicialmente a Podemos la presidencia del Congreso, pero Iglesias la rechazó para no desistir de entrar en el gobierno. Y consideró una broma que le plantearan los ministerios de Juventud y Comercio. En un principio, Iglesias no hacía cuestión de su nombramiento como vicepresidente, pero reclamaba tres o cuatro ministerios de contenido social y en proporción a su peso electoral.
No parecían escollos insalvables, pero Sánchez quiso explorar un posible apoyo del PP o Ciudadanos. Pese a la presión sobre Albert Rivera, esa vía parece cegada, aunque en la Moncloa mantienen que si no es posible un acuerdo con Podemos la próxima semana, en septiembre podría intentarse la abstención de Iglesias y Rivera. Ya se han dado instrucciones para evitar choques con Ciudadanos, después del enfrentamiento con el ministro Grande-Marlaska por la manifestación del Orgullo.
De aquí a la votación de investidura del día 23, el PSOE intentará embarcar a Podemos en una negociación sobre el programa para tratar de ponerle más difícil un no. Sánchez accede a nombrar un par de ministros propuestos por Podemos, sean o no miembros del partido, siempre que sean perfiles técnicos y no muy politizados, con el argumento de que el Gobierno no puede permitirse una miríada de opiniones sobre asuntos clave como Catalunya.
Aunque Iglesias le asegura a Sánchez que la exigencia de un referéndum de autodeterminación quedaría aparcada, que los comunes se avienen a ese acuerdo, y que no pisará la cárcel para verse con líderes independentistas, el presidente reitera que ante una reacción a la sentencia fuera de la ley, las diferencias de criterio sobre una eventual aplicación del 155 romperían el gobierno.
Sólo hay un elemento que presiona en favor de un acuerdo. La repetición electoral, aun en el caso de que el PSOE mejorara sus resultados, suponen un menoscabo en la imagen del presidente en Europa. Sánchez se ha erigido en líder de la socialdemocracia europea y ha gozado de cierto protagonismo en las negociaciones para el reparto del poder en la UE. A Sánchez le interesa el escenario internacional. España en campaña electoral mientras se desencadena el Brexit el 31 de octubre es un mal comienzo. Y más cuando el motivo es la incapacidad para tejer un gobierno de coalición.