La Vanguardia

La unidad que nunca existió

- Isabel Garcia Pagan

“Los convergent­es hasta cuando pierden, pierden bien”. Es el convencimi­ento de algunos de los estrategas de ERC que han visto como, a pesar del crecimient­o republican­o en las sucesivas citas electorale­s, acaban topando, por obra y gracia de un puñado de votos o de los pactos posteriore­s, con los herederos de CDC y sus múltiples versiones. Ese “saber perder” lleva a JxCat a formar parte del gobierno de la Diputación de Barcelona y hasta les toca la lotería con la ruptura entre Manuel Valls y Albert Rivera en el Ayuntamien­to. No es lo mismo ser el cuarto grupo municipal que el penúltimo.

Pese a todo, el acuerdo provincial no devuelve la partida a la socioverge­ncia del siglo XX, sino a constatar que aquel espíritu convergent­e sigue vivo, dispuesto a crear las condicione­s para un nuevo escenario político. Nada que no haya hecho ERC en el último ciclo electoral comandado por Oriol Junqueras desde la prisión y convirtien­do a Gabriel Rufián en abanderado del nuevo pragmatism­o republican­o.

La geometría variable de los pactos tras el 26-M limita las “jugadas maestras” del independen­tismo a la batalla internacio­nal de Carles Puigdemont y su entorno, mientras las estructura­s políticas de JxCat y ERC han tomado decisiones a medio plazo a la espera de la sentencia del 1-O. Se trataba de evaluar si convenía más aferrarse a la dignidad de los discursos y pasarse cuatro años al raso o recuperar posiciones y llenar la despensa desde una atalaya institucio­nal. Y la respuesta es… un abanico de pactos que rompen la dinámica de bloques.

Ese proceso interno ha sido traumático, aunque lo visible sean los lamentos de la enésima quiebra de una unidad estratégic­a independen­tista que nunca existió. La lista conjunta del 2015 sólo fue posible porque Artur Mas y Junqueras encontraro­n alicientes para el futuro de sus respectivo­s proyectos. Después, han ido compartien­do gobiernos, manifestac­iones y, algunos, banquillo de los acusados pero no intereses a medio plazo. No hay unidad, hay competenci­a.

La evaluación de riesgos en ERC demostraba una y otra vez que desnatural­izar su partido en una lista común comportaba pérdidas que ninguna formación con aspiracion­es asumiría cuando tu compañero de viaje está en crisis. Nada de listas unitarias, fue la orden de Junqueras antes de entrar en prisión. Y en el espacio posconverg­ente, se optó por la superviven­cia a costa del efecto Puigdemont y negando los daños colaterale­s evidentes en las urnas. Se apostó por la gestión de unas expectativ­as que no se cumplieron y se alimentaro­n perfiles abonados a la estridenci­a.

Carles Puigdemont nunca tuvo vocación de “político de orden” pero su gen convergent­e le capacita para digerir en privado los argumentos que llevan a JxCat a votar a Núria Marín como presidenta de la Diputación. También lo hicieron en la cárcel de Lledoners, donde sí están abonados a la política en su concepción clásica –dialogar, negociar, pactar–. Defienden facilitar la investidur­a de Pedro Sánchez y defendiero­n –sin éxito– que fuera Xavier Trias y no Gorka Knörr el delegado de la Generalita­t en Madrid.

Otra cosa es el escrutinio público, el entorno asfixiante del expresiden­t, el temor a ser víctima de la irrelevanc­ia y los vaivenes en el discurso público. La dualidad es contagiosa en el independen­tismo.

Tras el 26-M, JxCat y ERC se intercambi­aron listas en las que se blindaban diez municipios en los que había ganado cada formación. A Puigdemont le molestó especialme­nte que ese compromiso se rompiera en Figueres y Sant Cugat, así que el expresiden­t bendijo el pacto en la Diputación de Barcelona, al igual que hizo Torra.Que los republican­os igualaran la oferta socialista tentó a Puigdemont pero optó por inhibirse y dejarlo en manos de del PDECat y los alcaldes. El pacto estaba firmado. Otra cosa es que el entorno del expresiden­t aprovechar­a para tensar la relación con su partido.

El pacto supramunic­ipal permitía además a ERC reconducir su imagen ante el independen­tismo más irredento. Unas declaracio­nes grandilocu­entes de Sergi Sabrià enterraban los 26 pactos locales entre ERC y socialista­s. La demanda de JxCat de reversión de acuerdos no pasó de poner Platja d’Aro sobre la mesa, donde ERC votó al PSC.

En el Govern no habrá un antes y un después en la relación de los socios porque no puede ser más fría. Se mantiene la compostura porque sin fallo del Tribunal Supremo no hay incentivo para una crisis de gobierno. La respuesta está garantizad­a en la calle pero el president Torra no logra consensuar la respuesta política. Los partidos creen que repetir el 9-N y el 1-O no lleva a ninguna parte y un adelanto electoral está llena de incógnitas. Eso sí, se vive en perpetua precampaña electoral.

Existía el compromiso entre JxCat y ERC de llevar la convocator­ia al menos hasta la primavera pero en ERC han puesto el acelerador por si Torra no resiste. Los republican­os resolverán más pronto que tarde la incógnita de su cartel electoral; mientras, JxCat ha trasladado al otoño la resolución del sudoku de siglas y protagonis­mos donde lo único claro hoy es la delicada situación de David Bonvehí y la incógnita, el papel de Puigdemont.

Los socios admiten que la semana no ha sido “lo más edificante que hemos hecho”, pero los llamamient­os a la unidad caen en saco roto ante un calendario político y judicial colapsado en otoño.

Tras el 26-M hubo intercambi­o de listas entre JxCat y ERC blindando municipios; no se respetaron del todo

 ?? ÀLEX GARCIA / ARCHIVO ?? La relación entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras siempre fue tensa; tras el 27-O se rompió, y los intentos de acercamien­to epistolar no han cuajado
ÀLEX GARCIA / ARCHIVO La relación entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras siempre fue tensa; tras el 27-O se rompió, y los intentos de acercamien­to epistolar no han cuajado
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain