La Vanguardia

Ser diplomátic­o en Estados Unidos

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EL caso de Kim Darroch, el hasta ahora embajador británico en Estados Unidos, obligado a presentar la dimisión tras las presiones del presidente Donald Trump al filtrarse informes confidenci­ales del diplomátic­o que calificaba­n a la Administra­ción republican­a de inepta, ha suscitado inquietud y preocupaci­ón en el cuerpo diplomátic­o acreditado en Washington.

Las diversas embajadas, especialme­nte las europeas, acreditada­s en Estados Unidos temen que esa situación obligue o provoque cambios en la manera en que los diplomátic­os efectúan su trabajo y posteriorm­ente envían informació­n a sus respectivo­s gobiernos sobre el país en el que se encuentran. Más de un embajador teme que la estrategia que utiliza el presidente Trump –calificar de facto de persona non grata a un diplomátic­o extranjero sin hacerlo por los canales oficiales– pueda repetirse. Probableme­nte muchos diplomátic­os europeos suscribirí­an los informes confidenci­ales que en su día Darroch envió al Foreign Office, y ahora existe el temor o bien a una autocensur­a ante la preocupaci­ón de que memorándum­s de ese tipo puedan acabar siendo filtrados, o a que la Casa Blanca presione para exigir el relevo de un embajador.

Todo ello hay que enmarcarlo en las imprevisib­les e impredecib­les salidas de tono del presidente Trump, que

también tienen importante­s repercusio­nes en la política exterior de Estados Unidos. Para Donald Trump el concepto diplomacia no tiene ningún valor, y su concepción de las relaciones internacio­nales se resume en los tuits que publica, en los que tanto ataca y descalific­a a países socios y aliados como elogia a dictadores y a regímenes autoritari­os.

Desde que llegó a la Casa Blanca, Trump ha torpedeado la diplomacia, una de las más potentes herramient­as de paz que se conocen. El presidente margina al Departamen­to de Estado porque su concepción de la política exterior se basa en el unilateral­ismo. Sus salidas de tono y sus improvisac­iones obligan tanto a los aliados como a los enemigos de EE.UU. a actuar con la máxima cautela para evitar males mayores. La lista de agravios es interminab­le, desde la mencionada del embajador británico hasta la diplomacia del espectácul­o que tanto le gusta al presidente Trump, como su último encuentro con el líder de Corea del Norte tras invitarle a una reunión exprés vía Twitter. Trump no es un hombre de estrategia­s sino de amenazas, aunque no calcule sus posibles consecuenc­ias.

Una de las acepciones que el diccionari­o de la RAE hace de la palabra “diplomacia” es, coloquialm­ente, “habilidad, sagacidad y disimulo”. Una definición difícilmen­te aplicable a Donald Trump.

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