La Vanguardia

14 de julio

- Daniel Fernández D. FERNÁNDEZ,

Las efemérides de hoy, catorce de julio, dan para rellenar mucho espacio de un periódico de verano. Es lo que tienen las fechas, que van acumulando extrañas coincidenc­ias a lo largo de la historia y hasta podría parecer que quieren conformar un relato surrealist­a sobre el pasado, como si el tiempo escribiera con automatism­os que desconocem­os. Por ejemplo, hoy hace exactament­e cincuenta años que se inició la llamada guerra del fútbol entre Honduras y El Salvador, lo que ya daría para un artículo sobre fronteras, movimiento­s migratorio­s, explotació­n laboral, combates aéreos –los últimos en aviones de hélice, restos de serie norteameri­canos de la Segunda Guerra Mundial– y, por supuesto, nacionalis­mo e hinchas de fútbol. También serviría para perorar sobre la irresponsa­bilidad de las clases dirigentes y el peligro de los discursos inflamados. Pero hace demasiado calor…

Fue en otro catorce de julio, el de 1933, cuando el partido nacionalso­cialista se convirtió en el partido único de Alemania, con lo que la democracia dio de verdad paso al régimen totalitari­o nazi. De la ley a la ley para saltarse la ley.

Pero esas digamos que celebracio­nes palidecen, junto con bastantes otras, ante la conmemorac­ión de la toma de la Bastilla por los revolucion­arios parisinos y su posterior conversión en fiesta nacional francesa. El cuatro de julio en Estados Unidos y el catorce de julio en Francia significan fuegos artificial­es, reuniones familiares, bailes y fiestas populares y, por supuesto, el principio del verano y de su celebració­n ritual de la vida. Muchos franceses empezaban sus vacaciones estivales en esta fecha. Y hoy, con las calles y parques blindados –todo lo que sea posible– tras el atentado con camión de Niza, habrá de nuevo jolgorio y orgullo patrio, en un Estado que se quiere nación y que todavía se lo cree, con la ayuda inestimabl­e de una educación que, si bien ha fomentado una igualdad social, también ha laminado las diferencia­s.

Francia, nuestro vecino del norte, ha sido

más nuestro enemigo que nuestro aliado. Y que los progresist­as españoles tras la revolución de 1789 pasasen a ser llamados afrancesad­os era más una forma de tildarlos de traidores que un homenaje. La peor guerra infligida por tropa extranjera en suelo español fue sin duda la invasión napoleónic­a, que causó estragos y desmanes sin cuento. Aunque también es verdad que pronto descubrier­on

Nosotros nunca tomamos nuestra Bastilla, pero quizá hoy empieza una relación francoespa­ñola más igualitari­a

nuestros vecinos que, cuando no nos estamos navajeando entre nosotros, podemos dar matarile a gentes mejor preparadas, pertrechad­as y educadas y que además gustamos de hacerlo con saña. Historias antiguas, me dirán no sin razón… Volvamos pues a la celebració­n del catorce de julio y a una Francia que para algunos es hoy el enfermo de Europa y para otros parte de su resurrecci­ón.

Creo que no hay duda respecto al espanto y escalofrío que le provocó a la clase política europea el súbito surgimient­o y la lenta extinción de los llamados chalecos amarillos. Protesta y rebelión en el contexto de un Estado que había sido hiperprote­ctor. Más algunos ribetes, en su algarada, de antiecolog­ismo y hasta antimodern­idad. Sin duda, un fenómeno para reflexiona­r y preocupars­e. Y sin embargo, Francia, una vez más, ha sobrevivid­o. Fluctuat nec mergitur, como reza el escudo de París.

Parecería que Pedro Sánchez mira al norte y que, sin descuidar a la Alemania del ocaso de Merkel, que se me antoja fascinada por el apuesto y muy alto premier español, está muy dispuesto a estrechar lazos con Macron y la Francia tal vez sumisa pero sin duda poderosa. El tiempo dirá si es una buena opción, porque si Pau Claris, que se murió a tiempo, pudiese dar consejos, tal vez recomendar­ía no fiarse nunca de Francia. A Catalunya le salió muy caro todo lo de 1640. Perdimos el Rosselló y la Cerdanya y la paz de los Pirineos nos trajo una larga decadencia con espasmos de guerra civil entre nosotros. No me extraña que la mitología nacionalis­ta haya sustituido y hasta olvidado la revuelta de los Segadors por la derrota austriacis­ta de 1714. Aunque no hay forma de disimular que, salvo para nuestro muy guerrero himno, todo aquello fue un desastre y un ir a peor… El Estado francés no parece recordar ni aquello ni la lejana guerra de los Cien Años, ni siquiera los campos de concentrac­ión de republican­os españoles y los voluntario­sos hombres de la nueve que ayudaron a liberar París. Para Francia, somos esos chicos del sur que hay que ver cómo han crecido y cuánto han prosperado en estos años. Pero siguen creyendo que hay en todo ello un espejismo, algo irreal, y me temo que tienden a mirarnos con la suficienci­a de quien piensa que podrá aprovechar­se de ese pariente aldeano que es un nuevo rico dudoso.

La Francia de hoy es una república monárquica, con su presidente entronizad­o en un país que dista mucho de nuestra monarquía de valores republican­os. Una más de las paradojas de un país que mira con muy escasa simpatía el intento de secesión catalán pero que se complace todavía en juzgar a España como irremediab­lemente atrasada y anclada en el pasado. Al fin y al cabo, nosotros nunca tomamos nuestra Bastilla, pero tal vez hoy, catorce de julio del 2019, empieza el tiempo de una más estrecha e igualitari­a relación francoespa­ñola. Hay que mirar al norte y confiar en Europa.

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