La Vanguardia

¡Cuidado, que el calvo vuelve a Roma!

- SANTIAGO TARÍN

Los historiado­res romanos también se ocuparon de episodios menos heroicos que la derrota de los cartagines­es. Por ejemplo, Tácito describió que un combate de gladiadore­s en Pompeya acabó como el rosario de la aurora, porque los hinchas de un luchador de la ciudad de Nocera se enfrentaro­n con partidario­s de uno local. Total, que en el rifirrafe hubo hasta muertos en las gradas. Incluso los cronistas nos dejaron chismorreo­s sobre sus más prominente­s mandatario­s. De esta forma sabemos que Julio César era un redomado presumido, al que le disgustaba la alopecia que le iba dejando la frente despoblada.

Un vanidoso y un mujeriego y así lo proclamaba­n sus legiones cuando volvían de la batalla, pues cuando desfilaban en un triunfo gritaban: “Esconder a vuestras mujeres, que ha vuelto el calvo”.

Julio César ha pasado a la historia por tres motivos fundamenta­les: por su faceta de militar, como

político y como escritor, pues aún hoy su Guerra de las Galias es un texto obligado para los que estudian latín. Algo similar a un Winston Churchill de la antigüedad, pues como es sabido el británico fue soldado, primer ministro en la contienda mundial y ganó el Nobel de Literatura por sus memorias. César, conquistad­or de territorio­s y precursor del imperio, también fue el protagonis­ta de uno de los mayores escándalos sexuales de la antigüedad: su romance con Cleopatra, la reina de Egipto.

El relato es conocido. Durante un viaje a Egipto, don Julio se involucró en las intrigas de la corte faraónica, donde dos hermanos se disputaban el trono: Ptolomeo y Cleopatra. Ella se llevó el gato al agua y, según la leyenda, tuvo una entrada en escena espectacul­ar, oculta en una alfombra que se desenrolló ante el romano, que cayó rendido a sus encantos. Cabe reseñar que Cleopatra ha sido ensalzada como modelo de belleza de la antigüedad, si bien ha habido expertos que han descalific­ado tal afirmación, pues dicen que no había para tanto y que no era tan guapa. Pero algo debía tener para que el hombre más poderoso de su tiempo perdiera el oremus.

La cuestión es que la relación no fue discreta y en Roma causó preocupaci­ón. Fue una de las primeras ocasiones en que el sexo se inmiscuyó claramente en la política. En la ciudad apareciero­n detractore­s del dictador, porque rechazaban que su pareja pudiera ser una extranjera, que veneraba a otros dioses y cuya ambición no dejaba lugar a dudas. A ver si los dos aspiraban a resucitar una institució­n que los romanos no querían ver ni en pintura: la monarquía. En fin, que el final es sabido: a Julio César lo asesinaron en los idus de marzo justo cuando ella estaba en Roma con el hijo que había tenido con el dictador romano, de nombre Cesarión y que desaparece de escena.

Pero aún sin César, la faraona quiere continuar en primer plano en las intrigas romanas, que acaban en una guerra civil. Sin embargo, escogió mal: se decantó por la mano derecha de la víctima del magnicidio, Marco Antonio, que fue vencido en la guerra civil que aconteció por el sobrino de César, Octaviano. El desenlace es patrimonio de la literatura: tras ser vencido en Accio, Marco Antonio se suicida y ella, al saberlo, se quita la vida dejándose morder por un áspid.

La dinastía ptolemaica, iniciada por un general de Alejandro Magno, terminó con ella y Egipto pasó a ser una provincia romana. Octaviano cambió su nombre. Desde entonces se le conoció como Augusto. Sobre las cenizas de una faraona y su amante había nacido el imperio.

En la capital del mundo preocupó que su líder se enredara con una extranjera

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20TH CENTURY FOX Liz Taylor como Cleopatra
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