Sobre la compasión
No es una palabra que esté de moda, la compasión. Ha sido sustituida por otra que no arrastra la misma carga semántica: la solidaridad. No quiero decir que no sea pertinente hablar de solidaridad, pero no comporta la carga de significado que tiene la compasión, sobre todo si la referimos a los que sufren en general y, de manera especial, a los enfermos. Hago esta reflexión después de haber visitado a algunos enfermos en el hospital Juan XXIII de Tarragona y de haber participado en el peregrinaje anual a Lourdes.
Tener compasión se considera, a menudo, como un trato de lástima, menosprecio o desconsideración hacia aquellos en los cuales lo aplicamos, cuando en realidad su sentido originario no tiene nada que ver con eso. Compasión quiere decir sufrir con (patere cum / sym-pathein). Una actitud
espiritual que indica la capacidad de tener empatía con el otro para compartir sus vivencias, como indicaba Edith Stein en su libro El problema de la empatía .La compasión, por lo tanto, es una actitud que humaniza y que no todo el mundo, desgraciadamente, practica. La compasión no comporta necesariamente desprendimiento material, sino espiritual. La solidaridad, que hoy día se encuentra tanto en boga, es más propensa a la complacencia y a la ostentación. Tenemos ejemplos patentes en nuestra casa. Cada año nos solicitan para colaborar con campañas solidarias como el Maratón de TV3 o el Banco de los alimentos. Y cada año se intenta superar las cifras de recaudación, sean monetarias o en especies. No quiero decir que eso no haga falta o que esté mal. El objetivo de las campañas mencionadas, sin embargo, no es la compasión, sino el alivio material de necesidades urgentes o el hacer posible determinadas investigaciones que revertirán en bien de la salud pública. Ambos objetivos son loables y serían todavía más meritorios si no se vieran acompañados por la ostentación de nuestra solidaridad. La compasión, en cambio, es discreta, no chillona, y no tiene pretensiones mesiánicas sino curadoras. No es una actitud exclusiva del cristianismo, sino de toda condición humana. Sólo hace falta que recordemos la figura de Prometeo en la tragedia griega. Prometeo roba el fuego de los dioses para darlo a los hombres porque siente compasión por ellos cuando los ve tan desprovistos de todo, a diferencia de los animales. Con el fuego los hombres podrán forjar herramientas, vestimenta y lo que necesiten para no morir. El héroe compasivo, sin embargo, será castigado por haber transgredido el mandamiento divino. En el cristianismo, Dios se compadece del hombre haciéndose hombre él mismo y compartiendo su condición, excepto en el pecado. Prometeo da instrumentos a los hombres. El Dios cristiano se da a sí mismo en Jesucristo haciéndose hombre y compartiendo su condición. Este es el sentido de la compasión: hacer propias las condiciones de otros. Los enfermos tienen que ser objeto de nuestra compasión, además de la ayuda material. Esta no sólo es necesario, sino imprescindible, pero no traerá este calor humano de la compasión. Como dice Marc Antoni Broggi en su libro Para una muerte apropiada, una cosa es morir solo y otra morir abandonado. Quizá hay pocos enfermos mal atendidos, pero hay muchos que se encuentran abandonados, aunque tengan todas las atenciones médicas cubiertas. Están esperando, simplemente, a alguien que se compadezca.
Hay pocos enfermos mal atendidos, pero muchos están abandonados, pese a tener todas las atenciones médicas