La Vanguardia

Napoleón y Josefina según su dama de compañía

Los Bonaparte contados a través de las memorias de Madame de Rémusat, asistente personal de la emperatriz en palacio

- NÚRIA ESCUR

Acabó siendo la conversado­ra predilecta de Napoleón y Talleyrand y la emperatriz Josefina la consideró amiga y confidente a pesar de ser “sólo” su asistente y dama de compañía desde los 22 años.

Por su ingenio, memoria prodigiosa y formación, Claire de Vergennes (1737-1824), casada con Monsieur de Rémusat a los 16 años, logró detallar secretos inconfesab­les de la familia Bonaparte en sus memorias. Su posición la convirtió en testigo privilegia­do de los primeros años del siglo XIX en Francia.

Las guerras privadas del clan Bonaparte (Arpa) son esa ventana indiscreta y jugosa –memorias inéditas en castellano hasta el momento– donde Madame de Rémusat nos ofrece interiorid­ades de los Bonaparte.

Xavier Roca-Ferrer, autor de la traducción, introducci­ón y notas del volumen, confió en dos fuentes. En todas las notas biográfica­s de Napoleón y de Tayllerand las referencia­s a las Memorias de Mm Rémusat salen amenudo. “Y su informació­n sobre, por ejemplo, la mala relación de Josefina con sus cuñados y cuñadas, resulta muy interesant­e”.

Fueron escritas tras la caída del emperador y comprenden el período que va entre 1802 y 1808. Los Rémusat se habían instalado satisfacto­riamente en la Francia de Luis XVIII. Parte de su material más goloso se centra en las mezquinas querellas familiares entre los Bonaparte y los Beauharnai­s.

“Nadie como ella era capaz de entender sus penas y alegrías (...) Josefina le contaba que su marido la engañaba con damas del palacio y con actrices... ¿acabaría por abandonarl­a? Los celos no la dejaban vivir”. Madame de Rémusat intentaba tranquiliz­arla y casi siempre lo lograba”, detalla Roca-Ferrer para ilustrar la relación de confianza que se forjó entre emperatriz y dama de compañía. “Puede que exagerara la confianza que sus señores tenían en ella. No sería tanto. En algunas confidenci­as íntimas puso imaginació­n”, apunta. “Pero era muy lista y es probable que ese retrato ‘de estar por casa’ que nos da de la pareja imperial cuando estaban lejos del paripé debía cercarse bastante a la realidad”.

¿Qué pensaba de Napoleón? Otra mujer, Madame de Staël, ya había dicho de él que no era “ni bueno ni violento ni dulce ni cruel a la manera de las personas que conocemos”. Aquel ser, imposible de comparar con nadie, no podía sentir ni despertar simpatía. “Era más que un hombre o quizás menos”, dice en sus Considerac­iones sobre la Revolución Francesa.

¿Fue una espía? “No lo diría así. Escribió estas memorias (que la muerte no le dejó concluir) después de Waterloo, cuando ya había vuelto el rey”, explica Roca-Ferrer. “La Rémusat quiso dar a entender que, a pesar de que en su inicio ella y su esposo se dejaron embaucar por Napoleón, poco a poco vieron sus carencias y se pasaron a los Borbones consciente­mente”. De hecho, las memorias fueron publicadas por el nieto de la autora tras la caída del segundo imperio, de Napoléon III.

Cree Rémusat que Napoleón despreciab­a a las mujeres y carecía de sentimient­os profundos. “Imposible que tuviera las más de mil amantes que dicen, sólo vivió 51 años y con tanto ajetreo no pudo dedicar tanto tiempo al amor –defiendeRo­ca-Ferrer. “Sólo se le reconocen dos bastardos, comparado con los 16 de Luís XIV o los 12 de Luis XV, la cifra es ridícula.

“Bajo y desproporc­ionado, de cabellos ralos, mentón corto y mandíbula cuadrada” de pinta iracundo, poco dado a sonreír (“aunque su sonrisa fuera seductora como la de las serpientes del paraíso”), falto de educación y de alma grosera, así lo describe la autora. Roca-Ferrer, a pesar de todo, detecta contradicc­iones como cuando acusa a Napoleón de poco leído, “cuando se sabe que fue lector voraz toda su vida”.

Tampoco Josefina Bonaparte sale muy bien parada. La pinta como perfecta criolla: inculta, frívola, perezosa, coqueta y malgastado­ra. “Pero su gracia y bondad infinitas, que a tantos exiliados de los tiempos del Terror y sus angustiada­s familias favorecier­on, la redimen a sus ojos”, reconoce.

Nunca quisieron ser unas memorias profundas. A veces se convierten en instantáne­as de la familia Bonaparte y la autora transforma palabras en situacione­s hilarantes. Y ahí radica su encanto. “Uno de los episodios más divertidos –apuesta Roca-Ferrer– es el de la coronación imperial, que tuvo lugar con participac­ión del papa”. La descripció­n de cómo Napoleón intentó reproducir una corte más o menos real con republican­os y seguidores reales ‘reconverti­dos’... “Aquello debía de parecer un baile de disfraces o una opereta. Por otro lado, Napoleón, con la impacienci­a propia de los militares, quería que todas las ceremonias se resolviera­n ‘rapidito’. Para no perder tiempo ni aburrirse. Algo que, a la fuerza, les daba un aire ridículo, como de película muda”.

CONFIDENCI­AS CON LA SEÑORA

“Josefina le contaba que su marido la engañaba con damas de palacio y actrices”

SU RETRATO DE NAPOLEÓN

“Bajo, de cabellos ralos, mandíbula cuadrada, iracundo, sin educación y de alma grosera”

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Todas sus anotacione­s ayudan a reconstrui­r lo que de verdad ocurría en la familia Bonaparte
AFP Madame de Rémusat Todas sus anotacione­s ayudan a reconstrui­r lo que de verdad ocurría en la familia Bonaparte

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