Una pintora audaz
La presentación en Tate Gallery de Londres de la obra fuerte de Natalia Goncharova, pintora, activista, escenógrafa y “pionera del arte nuevo”, según propone la comisaria Christina Lodder, me lleva a volver sobre esa personalidad poderosa en un tiempo de fronda, la revolución rusa de 1905, que había analizado cuando acerqué al lector hispano la biografía inédita de la confidente y amiga Marina Tsvetaeva:
Natalia Goncharova: sa vie et son oeuvre (París 1995). Veo con sorpresa que se ha escrito más sobre su obra que pensaba al perfilar la crónica sentimental de las vanguardias al romper el siglo XX, puesto que fue siempre una artista contra su tiempo que asimiló los ismos enfrentados de un momento artístico desbordado. Compañera fiel del escenógrafo Larionov, la pintura de Natalia recupera el primitivismo narrativo del arte popular ruso, pero entiende también los esquemas cromáticos de Malevich y los desafíos del cubismo, el futurismo e incluso el orfismo en el proyecto radical del llamado rayonismo, difundido combativamente por la pareja en el Manifiesto de 1913. Composiciones contundentes, cierto, hechas de rayos luminosos que emergen de superficies plásticas y se disuelven en motivos figurativos en candente transformación. Les praons ,o
Florero rayonista, son ejemplos decisivos y
Campesinos recogiendo manzanas, el modelo fulminante.
Natalia Goncharova (1881-1962) ha roto los límites angostos de las convicciones vanguardistas: fue una pionera en todo y desde todo, como subraya la Tate al abrir la singular retrospectiva que explora el universo complejo del diseño gráfico y adelanta atrevidas escenografías para los ballets rusos en París, que pronto le darían fama e imagen internacional. Los grabados en madera y los esmaltes rusos de filiación bizantina, reinterpretados con severa sencillez, la aproximan al fauvismo y al expresionismo alemán, si anotamos su cuidadosa destreza artesana, pero a través de los vislumbres de una sensibilidad personal que los críticos calificaron entonces de femenina, vaya. Junto a Larionov fantaseaban frentes artísticos punzantes como La cola del asno , a la vez que mostraban sus trabajos en afinidad con Malevich, Kandinsky y Tatlin, sin desoír la voz épica de Mayakovsky y la limpia creatividad de los montajes improvisados en las algaradas revolucionarias. Una suerte de poesía sonora que recurre a un lenguaje inventado, coincidente en gesto y contundencia con las arrebatadas performances de Schwitters.
En un caótico 1913, la pintora fue lo bastante audaz como para presentar
en el Salón del Bolshoi una selección propia con cerca de ochocientas obras que la transformaron en un fenómeno inesperado para la vanguardia rusa en alza. Sus puntuales intervenciones callejeras lanzaron un despliegue de efectos plásticos interdisciplinares contagioso –máscaras, mimos, fotografías, música, publicidad– que avanzan el eclecticismo artístico y formal contemporáneo. Un arte de valiente enfrentamiento, escándalo y la censura. Diosa de la fertilidad fue confiscada por la policía por inmoral. Los Evangelistas fue retirada en San Petersburgo por blasfema. Y eran los años locos del cubismo y la agitación presoviética. No es casual que en ese año mágico de 1913, Ciclista, la genial pareja impresionara a Diaghilev y recibiera el encargo del vestuario de Le Coq d´Or y del ballet El pájaro de fuego de Igor Stravinsky. El salto a París dará una dimensión radial a las ensoñaciones artísticas de Natalia. Y un azar sorprendente: la Gran Guerra, y la cruel diáspora inmediata acercaron la pareja a la entonces idílica Costa Brava. Goncharova y Larionov tuvieron en Sitges su momento feliz con los Ballets Rusos en el exilio. España y Triana, dos fantasías escénicas, asombraron a Ravel y Albéniz con su atrezzo y diseño artístico. Joan Manuel Bonet ha subrayado que ya en 1921 Natalia diseñaba la cubierta de El amor brujo de Manuel de Falla. Algo más que neoprimitivismo lírico: Les espagnoles es de 1920.
Si la abstracción antinaturalista, bien argumentada en la muestra de Londres, aproxima el arte de Goncharova y Larionov al futurismo y la pintura de acción, el cromatismo tonante fauvista y la experimentación expresivista tiñen el potente grafismo de los artistas en los años revueltos de entreguerras y su abierto compromiso didáctico: una escena de figuras sencillas y una poética visual genuina como muestran Las vendedoras de naranjas, de sinceridad tonal hispana. Larionov fue severamente herido en el frente y Natalia volvió a Paris en una retirada difícil que curiosamente cimentará su prestigio europeo. París será en adelante su taller y el escenario artístico de su larga actividad: murió en 1962. La dimensión creativamente plástica gozó de una callada sobrevida. El rayonismo introdujo en su proyecto integrador, geometría e intuición sensible, la emergente pintura orgánica que iniciaba la abstracción y el informalismo en Europa, y en 1936 el intrépido director del MoMA, Barr, alineó el movimiento rayonista en su ambicioso itinerario hacia la “abstracción universal”. Una propuesta sin duda polémica, pero pródiga en iniciativas expositivas norteamericanas. Se habría el frente de la guerra fría. Las últimas series abstractas de Natalia parecen, así, inspiradas en la acrobacia tecnológica y propagandística que rodeó el lanzamiento del Sputnik soviético en 1957. Otra paradoja. Los motivos aéreos definen en adelante la nueva teoría de la imagen cósmica que actualiza los vibrantes ejercicios rayonistas del instante visionario.
Convertidos en leyenda de un arte vivo y sin fronteras, que empezaba a despuntar en los inicios de los sesenta, Goncharova y Larionov son todavía hoy un mito fundacional del siglo XX. Natalia, repito, se extinguió en París en 1962, una anciana elegante y despierta con escasa tentación nostálgica. Mikhail la seguiría apenas dos años después.
Vuelvo a la muestra londinense y me detengo frente a una tela radicalmente actual: Autorretrato con lirios amarillos, 1907. La pintora en gesto y actitud expectante, atuendo campesino y un insinuado mohín burlón. La pintura sin teoría de un lejano mundo de arte desafiante, versátil, veraz…. y silenciosamente optimista.
La Tate Gallery de Londres presenta la obra de la pintora, escenógrafa y activista Natalia Goncharova
“Convertidos en leyenda de un arte vivo y sin fronteras, Goncharova y Larionov son aún hoy un mito fundacional”