Las mejores selfies de la historia
La National Portrait Gallery de Londres dedica una retrospectiva a las fotografías y autorretratos de Cindy Sherman
Uno puede ver una fotografía de Cindy Sherman, dos, diez, cien, doscientas, casi siempre con ella de protagonista, y quedarse igual. ¿Quién es? ¿De qué va? ¿Qué pretende decir? ¿Cuál es su objetivo? Porque la artista de New Jersey es un enigma, capaz de disfrazarse de cualquier cosa, de hacer con sus imágenes drama, comedia, humor, sarcasmo y farsa, de asumir tantas personalidades como las que encarna. ¿Es la suya alguna de ellas?
Cada foto o cada secuencia de vídeo es una puesta en escena propia casi de una ópera en la que la creadora lo hace todo: escoge el tema, los actores principales (siempre ocultos detrás de su cara), el decorado, la iluminación, el vestuario y los efectos especiales. Se presenta al mundo como un payasa o una diosa, una mujer reivindicativa o un ama de casa, una señora o una puta, una
artista de cine o una madona renacentista, una napolitana salida de un Caravaggio, una femme fatale francesa con un paquete de Gauloises en la mano, o una madre neoyorquina de los tiempos de Trump que lleva a sus hijos al soccer. Recurre a las prótesis, el maquillaje y la ortopedia para parecer distinta cada vez. ¿Pero es distinta o es la misma?
A lo largo de cuarenta años largos de carrera (ha cumplido los 65 pero desarrolló su fórmula mágica ya durante los estudios en la escuela de arte de Buffalo, estado de Nueva York), Sherman se ha fotografiado a sí misma representando a seiscientos personajes, 190 de los cuales han realizado el viaje transatlántico desde su estudio de Manhattan –y museos de todo el mundo– hasta la National Portrait Gallery de Londres, que la homenajea con una ambiciosa retrospectiva. “Se trata de una de las artistas más influyentes de nuestra época, cuyas fotografías resultan más relevantes que nunca en la era de las selfies y las redes sociales”, dice Nicholas Cullinan, el director de la institución.
Cindy hacía selfies de lujo antes de que existieran las selfies, unas fotos en las que aparecía en portadas de revistas de moda como si fuera una supermodelo, en cuadros clásicos como si fuera la musa de Boticelli o Ingres, y en escenas cinematográficas como si Hitchcock la viera a través de su ventana indiscreta. “La esencia de su obra es la manipulación de su propia imagen y el desarrollo de materiales provenientes del más variado elenco de fuentes culturales para crear retratos imaginarios que exploran la tensión entre la fachada y la identidad –señala Paul Moorhouse, el comisario de la exposición–. Al inventar caracteres imaginarios y presentarse a sí misma
La artista se mete a sí misma en cuadros clásicos, portadas de revistas de moda o escenas de películas
en situaciones ficticias, crea una relación ambigua y compleja entre la apariencia y la realidad, vive en un mundo que está a mitad de camino entre ambas, y plantea interrogantes únicos a las ilusiones de la sociedad moderna”.
La interpretación simplista es que todo este tiempo –más de cuatro décadas– se lo ha pasado Sherman mirándose al ombligo y reinterpretándose de manera incesante a sí misma, cuando lo que en realidad hace es mirar al mundo a través de uno de esos espejos de las comisarías policiales, que hacen que el sospechoso no sepa que está siendo observado. Contemplar su obra es como sentarse en el diván de Freud, y entrar en un mundo de introspecciones y dudas existenciales.
La invasión por parte de Sherman de películas, portadas de revistas de moda o cuadros clásicos es posible gracias a su imaginación y su arte, pero también a un rostro increíblemente plástico e intemporal, que le permite meterse en el cuerpo de otro como en las películas de zombis o extraterrestres. Lo mismo es Rita Hayworth, que la voluptuosa protagonista de un cuadro de Rubens, que una chica de la alta sociedad de Nueva York, que un personaje andrógino enfundado en una bata en pleno bosque, a la luz de la luna. Sus personajes tienen matices, ansiedades, reticencias, inseguridades, vulnerabilidades, depresiones y dilemas son, cínicos unas veces y candorosos otras. Pero viven en una dimensión ajena al tiempo, igual que la propia Cindy.