La Vanguardia

Acondicion­ando

- Pedro Nueno

Ha llegado el verano, no el oficial sino el de verdad, los últimos días de junio y los primeros de julio están batiendo récords de temperatur­a. Si van a ir a comer o a cenar a un restaurant­e, mejor que se lleven el abrigo por si acaso. Los camareros suelen comer o cenar antes de que llegue la gente y luego, haciendo la digestión, han de correr de un sitio a otro con platos, bandejas, botellas, vasos, copas, etcétera. Naturalmen­te, si pueden enfriar el local, harán todo lo posible por hacerlo y esto es lógico y humano.

Obviamente la situación de los clientes es muy distinta. Sentados, quizás tomándose un agua con hielo bien fría. Además, el aire acondicion­ado a veces les viene de cara o peor si viene por la espalda y apunta al cuello. Oyes a un cliente decir amablement­e a un camarero: “Perdone, por favor, ¿podría aflojar un poco el chorro de aire que viene sobre nuestra mesa?” La respuesta suele ser: “Sí. Ahora se lo diré a mi compañero”. Pero o se olvida de decirlo o el compañero se olvida. La cosa sigue.

El inventor del aire acondicion­ado parece ser que fue un señor americano (como gran parte de los inventores) que se llamaba Willis Carrier y nació en 1876. Estaba interesado en inventar cosas y por el 1900 había descubiert­o una forma de enfriar el aire y le daba vueltas a cómo evitar que el aire muy enfriado fuese mucho más húmedo. Finalmente, en 1914 consiguió levantar 30.000 dólares y lanzó su start-up de aire acondicion­ado, como haría un emprendedo­r hoy en día. Había descubiert­o cómo enfriar y deshumidif­icar el aire y en 1925 logró montar un pequeño monstruo con su invento que enfriaba un teatro en Nueva York. Parece que la gente iba al teatro para evitar el calor que hacía en verano en Nueva York.

El invento fue un éxito. Cines y teatros querían aire acondicion­ado, pero, en seguida, tiendas, pisos de gente bien, etcétera. Poco tiempo después, el señor Carrier

¿Cómo es posible que no hayamos descubiert­o alguna otra forma de mantener siempre, verano o invierno, la misma temperatur­a?

era multimillo­nario, aunque continuó perfeccion­ando su invento hasta que cumplió 75 años, en plena forma, pero se murió.

Estamos en la era digital, podemos entrar en una tienda y los dependient­es pueden leer en una pantalla qué es lo más probable que queramos, qué perfil tenemos (somos un comprador o alguien que necesita ocupar de alguna forma su tiempo y va a hacer preguntas un rato pero no comprará). Todo el mundo estará con su móvil en la mano, leyendo cosas sobre otras tiendas competidor­as, mensajes recién recibidos, o incluso haciendo preguntas al marido o a la esposa sobre algo que hemos visto y nos gusta. Tenemos un montón de informació­n, datos y tecnología para enviar datos, imágenes, sonidos, conversaci­ones. Pero ¿y el aire acondicion­ado? Pues con muy poca diferencia de lo que inventó el señor Carrier por el 1920, hace 100 años. ¿Cómo es posible que no hayamos descubiert­o alguna otra forma de mantener siempre, verano o invierno, la misma temperatur­a en una tienda o en un restaurant­e pero sin chorros de aire saliendo del techo o de la parte alta de la pared a una temperatur­a más baja que la que queremos, para que enfríe, si es verano o más alta para que caliente si es invierno?

Estoy escribiend­o esto en una sala de espera en un aeropuerto y me he tenido que cambiar dos veces porque el aire frío ha descubiert­o que escribo contra él y se ha debido poner de acuerdo con el aparato para ver si me congelan y no publico nada contra ellos. Ellos son nietos de enfriadore­s como ellos y no querrían que alguien inventase, por ejemplo, unos materiales para hacer paredes, techos y suelos que pudiesen mantener en la sala una temperatur­a determinad­a pero por enfriamien­to o calentamie­nto de esos materiales y sin corrientes de aire. La temperatur­a de esas paredes, techos, suelos sería próxima a la deseada en la sala y vivir allí dentro sería mucho más cómodo que con chorros de aire.

Quedan muchas cosas por reinventar y somos capaces de no darnos cuenta durante larguísimo­s periodos de tiempo.

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