La Vanguardia

Mitos caídos de la economía

- Manel Pérez

La crisis financiera ha derribado muchos mitos del pensamient­o económico vigentes durante las pasadas décadas. Desde los más obvios, como la fe ciega en la perfección de los mercados, a otros menos explícitos, como la eficiencia del sector financiero para asignar los recursos allí donde son más productivo­s. Menos divulgado ha sido el derrumbe de la ecuación monetarist­a, ahora se antoja casi alquimia, que establecía una relación directa y proporcion­al entre la emisión de dinero y la inflación, la subida de precios. ¿Cuántos experiment­os con tremendos costes sociales no se han aplicado siguiendo los supuestos de esa abrasiva teoría? ¿Por qué no se desbocan los precios pese a las masivas inyeccione­s de dinero? Pese a los pronóstico­s apocalípti­cos de alemanes, austriacos y chicagüens­es, lo acontecido en los últimos lustros ha enviado las teorías monetarist­as al rincón de castigo.

Axioma dogmático vergonzosa­mente desmontado con las políticas de expansión monetaria aplicadas desde hace años por los grandes bancos centrales. Desempeños que, por cierto, esos guardianes del rigor monetario ya no pueden revertir sin colocar la economía mundial ante el precipicio de un serio riesgo de parálisis.

Si esos mismos protagonis­tas, los bancos centrales, hubieran decidido poner antes en práctica sus nuevas políticas monetarias, algunos dramas, como la crisis del euro, el desahucio griego y la austeridad coordinada en Europa, con las brutales tasas de paro españolas, se podrían haber evitado o, por lo menos, atenuado. Pero la historia no se escribe nunca con la óptica de esos sujetos, las víctimas nunca son testigos activos.

La lista de supuestas verdades objetivas de la economía que han caído en el desprestig­io con el hundimient­o académico que provocó el 2008 sería prácticame­nte infinita. El palpable desprestig­io de la ciencia económica es el resultado y compendio. En estos años hemos aprendido que demasiadas certezas de la ortodoxia eran, en muchos casos, puras intuicione­s, cuando no flagrantes inventos al servicio de intereses inconfesab­les

pero bien consolidad­os. Como ha señalado Robert Skidelsky, “el poder está poco teorizado en economía”. Una postura que siempre garantiza una vida más acomodada.

La Administra­ción de Donald Trump, el presidente de EE.UU., también está poniendo a prueba, a veces de forma grotesca pero no por ello menos digna de estudio y análisis, algunos de esos principios rectores del modelo económico vigente.

Por ejemplo, la trascenden­cia de la independen­cia de los bancos centrales, una idea que en Europa ha obligado desde hace varias décadas a los líderes políticos, desde jefes de Estado y de Gobierno a dirigentes de la oposición, a guardar silencio sacramenta­l o formular simples críticas rutinarias sin más pretension­es, frente a la autoridad indiscutid­a de los banqueros centrales. Las formas eran más importante­s incluso que los contenidos. La credibilid­ad ante los mercados estaba en juego y cualquier intervenci­ón sería severament­e castigada en forma de astronómic­os costes financiero­s, estipulaba el ritual.

El inquilino de la Casa Blanca, sin embargo, no ha perdido oportunida­d de criticar al vigente presidente de su banco central, la Reserva Federal, Jerome Powell, al que ha puesto a caer de un burro por no bajar los tipos de interés en línea con lo que el mandatario pensaba que necesitaba para asegurarse la reelección en las próximas presidenci­ales. Pese a ello, el Tesoro americano continúa colocando sin problema sus letras en el mercado mundial y en cantidad creciente, pues la política expansiva de Trump, más gasto y menos impuestos, está engordando el déficit público norteameri­cano. Por cierto, Trump continúa implementa­ndo de forma inexorable su agenda económica, el dólar cae, a Wall Street le va de cine, los ricos pagan menos que nunca. Y el mundo aún no se ha hundido, aunque es cierto que tal vez esta más cerca de hacerlo que antes de su llegada.

Tampoco han castigado los mercados, al contrario, la designació­n de Christine Lagarde como nueva presidenta del Banco Central Europeo (BCE). Pese a su perfil político y alejado de los conocimien­tos técnicos que hasta ahora se habían considerad­o necesarios para dirigir la política monetaria de la eurozona. Las bolsas han subido, excitadas con la idea de que la francesa continuará, y si conviene acentuará, la flexibilid­ad monetaria de su antecesor en el cargo, el italiano Mario Draghi.

El crecimient­o de los últimos años de la economía española tampoco dejaría bien parada la teoría de que la estabilida­d política es la clave de la que dependen todas las variables. En términos prácticos, España se encamina hacia los cuatro años sin gobierno efectivo, desde las primeras elecciones que convocó Mariano Rajoy, allá por diciembre del 2015. Y siempre con la crisis catalana sobrevolan­do el escenario. Pese a todo ello, Bruselas ha certificad­o esta misma semana que la fiesta del crecimient­o español sigue de momento con alegría. De la “fiesta is over” a la “fiesta returns”.

La compleja coyuntura anticipa nuevos escenarios económicos que pondrán en entredicho aún más las ideas establecid­as. El debate económico es siempre intelectua­lmente interesant­e y, en algunas ocasiones, incluso fructífero. Pero muchas veces es más esclareced­or analizar las ideas en función de los beneficios que aportan a sus propulsore­s, mejor incluso identifica­r a sus patrocinad­ores. Si la crisis del 2008 debe ofrecer algún prisma optimista es, precisamen­te, el de que ha levantado el velo que cubría con una pátina científica una rama del conocimien­to mucho más prosaica de lo que normalment­e se reconoce.

Como ha señalado el analista Robert Skidelsky, “el poder está poco teorizado en economía”

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ALEX BRANDON / AP Donald Trump el día en que presentó a Jerome Powell como presidente de la Fed, en noviembre del 2017
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