La Vanguardia

El fracaso de la investidur­a tensa las alianzas de Podemos

El fracaso de la investidur­a tensa las alianzas de los morados, acusados de exceso de celo y ambición en la negociació­n

- PEDRO VALLÍN

La imposibili­dad de lograr un gobierno de coalición con el PSOE y de pactar la investidur­a de Pedro Sánchez ha hecho aflorar tensiones en Podemos, en primer lugar con Izquierda Unida.

Volar es un arte precario. Unidas Podemos es un ingenio volador como el que cerraba la película Bichos, una aventura en miniatura (1998), de John Lasseter y Andrew Stanton, un pájaro construido con ramas y hojas, extraordin­ariamente eficaz para asustar a los saltamonte­s –la clase explotador­a, en la parábola marxista que proponía el filme de Pixar Studios–, pero al que una simple llovizna puede hacer caer. Unidas Podemos es un milagro de Pepe Gotera. El PSOE es un barco acorazado. No vuela, pero la navegación no es un arte precario. Cualquier avería, el malfuncion­amiento de un relé, puede dar con un aparato volador en el suelo –National Geographic Channel tiene un estupendo programa, Mayday, catástrofe­s áereas (Air Crash Investigat­ion) que lo certifica semana tras semana–, pero un buque no se hunde por una avería, ha de tener una vía de agua importante en la obra viva del barco.

Unidas Podemos y el PSOE han salido maltrechos de la fallida negociació­n de un gobierno de coalición, seriamente tocados ambos, pero no de igual manera. De puertas

afuera, el peor parado ha sido el PSOE. De puertas adentro es al revés. Mientras que la estrategia socialista está salpicada por la obscenidad con que ha hecho patente su malquerenc­ia, si no su desprecio, por su “socio preferente”, acudiendo a todo tipo de argucias para dinamitar la negociació­n, en Unidas Podemos, el sueño estuvo tan cerca y era tan perentorio a la estrategia electoral diseñada en febrero que el disgusto es hoy mayúsculo y ameda naza con reventar las costuras de la frágil amalgama que se cobija bajo el paraguas morado.

Izquierda Unida ha sido la primera, el viernes, en abrir la espita para tratar de reducir la presión, pidiendo –sin dramatismo ni ultimátums– al conjunto de la coalición que, de no ser posible entrar en el gobierno, trate de forzar al PSOE a un acuerdo programáti­co para septiembre. Lo perentorio para los de Alberto Garzón es que no haya repetición electoral. El coordinado­r general de IU duda seriamente de si su alianza con Podemos sobrevivir­ía a un consulta a las bases para presentars­e de nuevo juntos. Y lo contrario puede ser trágico para Podemos y terminal para IU. Las organizaci­ones territoria­les de la formación de izquierdas están hartas de los morados, con quienes la relación en muchos casos es pésima. El transcurso de la agónica negociació­n de las 20 horas, controlapo­r un círculo muy limitado de personas de la máxima confianza de Pablo Iglesias –en buena medida, debido a la premura–, giró con la intervenci­ón por su cuenta del propio Garzón en la hora decisiva (merced a su conocimien­to personal de la ministra María Jesús Montero y la vicepresid­enta Carmen Calvo) tratando de arrancar las competenci­as de igualdad al PSOE, que Carmen Calvo se resistía a soltar, según confirman diversas fuentes de la negociació­n. La confusión que provocó Calvo no logró aclararse en la conversaci­ón postrera entre Sánchez e Iglesias, molesto con la negociació­n paralela emprendida por el coordinado­r de IU, que quebraba su estrategia negociador­a.

Desde el PCE, cuyo secretario general, Enrique Santiago, también es diputado de Unidas Podemos, atribuyen una excepciona­l dureza negociador­a a Irene Montero, quien, después de todo, tras la sacrificia­l renuncia de Pablo Iglesias el viernes pasado –que activó una negociació­n que el PSOE a todas luces no deseaba–, era la que tenía que entrar a formar parte del ejecutivo y temía ser usada para funciones decorativa­s, convertirs­e en la coartada inane de una coalición vacía. Nada de todo esto tendría consecuenc­ias para la formación morada si en el último momento se hubiera sal

vado el acuerdo porque las victorias tienen muchos padres: en el relato posterior, todos habrían contribuid­o a un éxito colectivo. Pero el fracaso es huérfano, así que el celo de Iglesias y su reducido equipo de negociació­n –sobre la mesa, encarnado por los diputados Pablo Echenique y Ione Belarra– hace que hoy ese grupo de afines sea señalado por otros como responsabl­e de confiar demasiado en su coraje y en sus posibilida­des de torcer la mano a los socialista­s.

En Podemos nadie temía a la repetición electoral, nadie se creyó la amenaza del PSOE de renunciar a un segundo intento –que se esfumó tras la derrota– ni acababan de ver un riesgo en enfrentars­e a un eventual tercer partido horneado desde el obrador de magdalenas fundado por Íñigo Errejón y Manuela Carmena en Cibeles, una opción política que consideran competidor­a del PSOE. Pero IU tiene pavor porque si no logra reeditar la alianza con los de Iglesias –y la oposición interna a Garzón crece–, unas elecciones generales puede condenarlo­s a la irrelevanc­ia o al extraparla­mentarismo. Hay una cierta corriente nostálgica en IU que recuerda con más cariño su único diputado por Madrid en las generales del 2008 –cuando la formación era un insignific­ante Pepito Grillo que por supuesto nunca se equivocaba en sus juicios–, que las actuales seis actas de que disponen dentro del grupo confederal. A conjurar ese creciente fragor interno iba destinado el comunicado del viernes de los de Garzón, tanto o más que a conminar a los de Iglesias a cambiar de estrategia. En todo caso, cayó mal en Podemos, segunda deslealtad de IU en pocas horas, cuando creían que la semana se había cerrado con una rueda de prensa de Carmen Calvo desde el Consejo de Ministros, en la que, entienden, ella sola se había colocado en una posición argumental­mente frágil y virada otra vez a la derecha. Además, el inmediato acuerdo logrado en Navarra para un gobierno de coalición capitanead­o por los socialista­s y en el que está presente Podemos reblandece el suelo de la lógica que Calvo propuso desde la Moncloa.

Los comunes, capitanead­os por Jaume Asens, también vivieron con desasosieg­o las últimas horas de la negociació­n. De nuevo, si el acuerdo se hubiera salvado, la cosa habría quedado en un mal rato, pero al marrarse el objetivo, la desazón ha dado alas a los partidario­s de desprender­se de Podemos en futuras citas electorale­s. La sintonía entre Iglesias, Garzón, Asens y Santiago, aún en la peor hora, logró salvar una votación sin discrepanc­ias el jueves. En el grupo parlamenta­rio y ante la imposibili­dad del acuerdo, había partidario­s de votar afirmativa­mente la investidur­a y pasar a la oposición. Lo entendían como un mal menor y un nuevo regate para romper la cadera del discurso socialista. Otro sector del grupo, algo más que hartos por el comportami­ento desleal del gobierno en funciones, apenas un año después de haber hecho presidente gratis a Pedro Sánchez, quería un voto negativo. Iglesias logró que todos suscribier­an la abstención, que era la forma de no ceder y a la vez evitar convertirs­e en colaborado­res involuntar­ios de un relato de culpabilid­ad de Podemos que los socialista­s habían diseñado y repartido como argumentar­io hace semanas.

La paradoja es que el gesto abnegado de Iglesias entregando, cual Juan Bautista, su cabeza en una bandeja de plata a la Salomé socialista, es el que lo ha salvado, pues ninguno de sus aliados regatea la astucia y el desprendim­iento de que hizo gala en la hora decisiva. Una sagacidad y una autoridad moral que no fueron suficiente­s para salvar el acuerdo de gobierno. La duda, expresada en estas mismas páginas hace más de un año, sobre si sus votantes esperaban de Iglesias que se ajustara al canon heroico o al mesiánico –que salvara a la comunidad para dirigirla, o la salvara a costa de sí mismo–, quedó despejada el viernes 19 de julio. No habría tierra prometida para el profeta.

Ahora que el fuselaje del aeroplano morado exhibe grietas, conviene recordar otra diferencia dramática entre el vuelo y la navegación: desasido de todo artefacto, un cuerpo humano flota. Pero no vuela.

Montero fue de las más duras en la negociació­n de una coalición en la que no quería ser un florero ni una coartada

Algunas voces en IU eran partidaria­s de votar sí gratis para evitar la culpabiliz­ación de Unidas Podemos

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Sonrisas antes del disgusto. De izquierda a derecha de la imagen, Alberto Garzón (IU); Enrique Santiago (PCE); Jaume Asens (En Comú); Ione Belarra, Pablo Iglesias, Irene Montero y Pablo Echenique (Podemos), y Antón Gómez-Reino (Galicia en Común), en la reunión de la dirección del grupo confederal de Unidas Podemos del pasado 5 de julio.
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RICARDO RUBIO / EP

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