La Vanguardia

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La oportunida­d de cerrar un acuerdo de gobierno que supere el bipartidis­mo sin ir a unas nuevas elecciones, y la huelga convocada por los trabajador­es de Iberia en El Prat.

Adiferenci­a de algunas democracia­s vecinas –como Alemania, Bélgica o Italia–, los partidos españoles no se habían visto obligados a formar gobiernos de coalición. Hablar ahora del bipartidis­mo –inducido en muchos países por los sistemas electorale­s, casos de Francia o el Reino Unido– y de sus ventajas evidentes es baldío. Desde las elecciones generales de diciembre del 2015, el bipartidis­mo ha desapareci­do en España, las legislatur­as se han sucedido y si no hay una investidur­a exitosa antes del 23 de septiembre, los españoles volverán a ser llamados a las urnas el 10 de noviembre, los cuartos comicios en cuatro años. El diagnóstic­o es claro: los partidos políticos tienen serias dificultad­es para digerir los resultados. La realidad los supera, y actúan bajo esquemas bipartidis­tas cuando la sociedad exige una cultura del diálogo, el compromiso y el pacto, ajena al binario sí o sí. Sí o sí termina siendo a menudo un no, como se ha visto esta semana aciaga del parlamenta­rismo español.

Ningún error es irreversib­le. Incluso el cometido por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, el PSOE y Unidas Podemos, que han hecho las delicias de sus rivales a costa de la credibilid­ad de la izquierda española y el desdén por el sentido del voto de los electores el pasado abril. La investidur­a fallida fue un extraño duelo porque los dos contendien­tes sobre el ring se han infligido una paliza y el resultado ha sido nulo. Un mal negocio. Por una vez, las imágenes eran elocuentes y los rostros inequívoco­s: nunca más este espectácul­o. Después de dos meses y medio de tiempo, la negociació­n dependía de horas. In extremis ha habido grandes acuerdos en el mundo –decisiones clave de la Unión Europea, por ejemplo–, pero el método es una ruleta rusa. La tentación de prolongar

el espectácul­o existe, y si se produjera sería otro grave error. Seguir hablando mal del llamado a ser tu socio –te guste o no– aumenta el descrédito de PSOE y Unidas Podemos. Las 48 horas posteriore­s al fiasco han pecado de cacofonía, con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias dejando puertas abiertas mientras otros dirigentes las cerraban.

¿Y ahora, qué? Hay que volver al punto de partida y trabajar con más humildad para plasmar la voluntad del electorado. No se trata del Brexit, una cuadratura del círculo si los británicos se empeñan en pedir el divorcio y arrogarse lo mejor del patrimonio de una relación rota. El panorama de España es menos complicado. Basta con seguir las normas básicas de un manual de negociació­n, empezando por recomponer las relaciones personales o cambiar de mediadores si la tarea los ha quemado. Trabajar, además, con cierta discreción, lo que no significa un apagón informativ­o. Y pensar en que este país necesita un gobierno sólido, no otras elecciones que podrían perfectame­nte fragmentar aún más el Congreso. ¿Explorar otras vías? Es una opción poco realista imaginar que PP y Ciudadanos vayan a salir al rescate de Pedro Sánchez, pero estaría bien plantearse intentarlo al menos.

No es tiempo de vacaciones sino de esfuerzo, sacrificio­s personales y bien común. El PSOE fue el ganador de las elecciones y, responsabl­emente, ya ha anunciado que seguirá en el empeño, aunque no volverá a reactivar sus opciones si antes no tiene garantizad­o un resultado exitoso. Sánchez ha superado situacione­s personales muy adversas. Europa le reserva un papel próximo al liderazgo, pero antes –y lo más pronto posible– tiene que ejercer su capacidad en España. Agosto es un tiempo propicio para enmendar errores.

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