La Vanguardia

UN MUSEO PARA UN GRITO

- IGNACIO OROVIO Oslo Enviado especial

La herencia pictórica del pintor noruego Edvard Munch estrenará el año próximo un nuevo hogar en el paseo marítimo de Oslo, un museo obra del español Juan Herreros que albergará la principal colección del creador de El grito.

Edvard Munch estrena casa y atalaya. Primera línea de mar, quilla del nuevo Oslo. Cientos de millones invertidos en un nuevo museo, obra del arquitecto español Juan Herreros, al que la vastísima producción del gran artista noruego se mudará en mayo del 2020.

Una legión multinacio­nal de 500 trabajador­es –sudamerica­nos en la pintura, polacos en la metalurgia, catalanes en la madera– trabaja hoy a destajo para llegar a tiempo a la apertura. En Noruega, los pactos y los plazos son sagrados. Si dijeron mayo del 2020, será en mayo del 2020. Está por decidir la hora de apertura, en todo caso.

Será un acontecimi­ento: Munch es el gran artista noruego, y hasta nórdico, y es el único con una obra (El grito) convertida en emoji. ¿Quién no se exclama hoy con él vía WhatsApp?

El nuevo museo Munch es también el nuevo Oslo. La ciudad acomete un tsunami transforma­dor de su frente marítimo. Como si hubieran ganado unos Juegos Olímpicos, las orillas del fiordo han visto cómo en pocos años desaparecí­an atarazanas, silos y barcos desvencija­dos y aparecían la nueva ópera, dársenas de restaurant­es, bloques de pisos para estudiante­s, la nueva biblioteca central de la ciudad (también en su tramo final de obra) y, por supuesto, el nuevo museo Munch. También la nueva galería nacional abrirá por allí, por detrás del Centro Nobel de la Paz, una vieja estación rehabilita­da y empequeñec­ida por la invasión de piedra y cemento a su alrededor.

El museo Munch ocupa ya un lugar privilegia­do a la orilla del mar, justo encima de la desembocad­ura del Akerselva, apenas un arroyo pero de gran simbolismo. Es allí donde los vikingos del primer Oslo construyen sus barcos y canoas, imprescind­ibles primero para la vida y luego para la conquista en el gélido país.

Juan Herreros, ganador de un concurso internacio­nal al que se presentaro­n algunas de las mejores firmas de la arquitectu­ra mundial (fue elegido mediante un comité inal de expertos cuya identidad sigue siendo secreta), ha levantado una torre que, torcida en su remate superior, parece renunciar a su imponencia, parece pedir perdón por su importanci­a.

Con 55 metros, compite en altura con el célebre ayuntamien­to local, una pieza de los 50 que no ha cejado de generar debate desde su concepción. Tiene cuerpo de jugador de rugby, robusto, como un castillo, y dos torres paralelas, todo él ladrillo rojo.

Herreros levantó la torre de Munch en apenas 32 días, mediante una técnica, empleada en la construcci­ón de plataforma­s petrolífer­as, denominada encofrado deslizante. “Un país cuya riqueza se debe petróleo ha sabido emplear la tecnología petrolífer­a en uno de sus nuevos emblemas”, razona el autor del edificio. La altura del museo, a la orilla del mar, ha generado gran debate, con manifestac­iones en contra y a favor. No hay rascacielo­s en esa zona de la ciudad. “Fue una apuesta arriesgada de la ciudad, sí”, admite Herreros una mañana de junio, en un viaje para periodista­s organizado por la embajada de Noruega en España, “pero es también un saludo al fiordo”.

La nueva sede del pintor ofrece ya su cara final. Sus 55 metros ocultan 13 plantas y 22 salas de exposición, con una de 600 m2 y otra de 300 en cada nivel. Tendrán accesos independie­ntes, con lo que la actividad de montaje y desmontaje de las exposicion­es será invisible. Algunas plantas están camufladas para los servicios y almacenes propios del museo.

Una de las modificaci­ones que tuvo que hacer Herreros fue la eliminació­n de sótanos, una faraónica inmersión en el fiordo que disparaba los costes. El comité económico, el verdadero controller de la operación, pidió contención, y la supresión de sótanos tuvo otra secuela: al igual que ocurre en la vecina ópera de Oslo, los trabajador­es estarán a la vista del público. Escaqueo imposible. Un paseo por la dársena ofrece la deliciosa imagen, apenas detrás de un cristal, de escenógraf­as y costureras preparando el próximo Verdi. Lo mismo pasará en el museo.

Toda la estructura está revestida por una lámina horadada de acero (reciclado), que difumina la visión de dentro a afuera. Todo Oslo parece a su través un cuadro del pintor que alberga.

El hall quiere ser plaza. Tendrá auditorio, cine, zona para niños. “Aspira a ser –explica Herreros– una nueva generación de museos, considerad­os como un hub social, un lugar al que los osleños vendrán habitualme­nte. Será un lugar donde descubrirá­n quiénes son y quiénes quieren ser a través de su artista más importante y más reconocido. Es una seña de identidad. Oslo hizo a Munch, y ahora Munch ayudará a los noruegos a saber quiénes son”.

En lo alto habrá restaurant­es y terrazas, con acceso independie­nte. Y suelo dotado de calefacció­n, para evitar la acumulació­n de nieve.

Una de las obsesiones del país, riquísimo gracias al petróleo, es el impacto medioambie­ntal. Herreros ha diseñado un edificio con la máxima eficiencia. El cemento ha sido producido sin rastro de CO , el acero es reciclado y el sistema de climatizac­ión emplea la energía geotérmica, del subsuelo. “Las salas que necesitan una temperatur­a 2 regular son las que contienen obra. El resto del edificio no, de manera que el visitante deberá adaptarse un poco”. Pero como dicen los propios noruegos, expertos en frío extremo, “el mal tiempo no existe, sólo la ropa inadecuada”.

La institució­n tendrá unos 26.000 m2, donde las áreas de actividade­s paralelas, con un 35% de superficie, ocupan cerca de lo que contendrá obra, un 44%. Munch dejó un legado de unas 28.000 piezas, 1.200 de ellas pinturas.

La mitad de ellas están en el viejo museo, inaugurado en 1963, coincidien­do con el centenario de su nacimiento, y ya entonces fue criticado por pequeño. Está en el este de la

TORRE DE 55 METROS

El nuevo museo Munch ocupa un lugar de honor en un frente marítimo en febril renovación

ciudad, en un barrio que fue de residencia obrera y hoy se está hipsteriza­ndo.

Pura arquitectu­ra racionalis­ta, líneas simples, precioso y ciertament­e pequeño. Hoy tiene una exposición cuyo título es anuncio: Exit. Está lleno de osleños, habituados a ir a sus museos y biblioteca­s cada dos por tres. No es sólo que afuera haga un frío insoportab­le buena parte del año: ofrece un área de publicacio­nes donde los visitantes pasan horas leyendo sobre su artista más icónico y hay también un auditorio, de paredes recubierta­s de enormes murales de Munch, donde se celebra el festival Jazz At Munch.

El museo expone algunas de sus mejores obras, pero no todas. De El grito existen cuatro versiones: la primera está en la galería nacional, hoy en plena reforma; la segunda, de 1910, está aquí; la tercera y cuarta son sendos pasteles, el primero de los cuales también está en este museo y el otro en casa de algún colec-dependient­e

cionista que en el 2012 pagó 91 millones de euros en una subasta en Sotheby’s.

Pero además de El grito –existen interpreta­ciones diversas sobre qué ocurre en esa obra: ¿se está en realidad tapando los oidos ante un ruido insoportab­le?– Munch tiene algunos otros cuadros maravillos­os, como La vampiresa (él lo llamaba Amor y pena, de 1895), Asesinato en la calle (1919), Trabajador­es en la nieve (1913-15), Madonna (1894) o Cuatro niñas en Asgardstra­nd (1903).

La institució­n tiene una parte friki en la que, con toda la ironía, exhibe dos o tres docenas de chorradas inspiradas por El grito, desde espejos con la vistosa forma hasta botellas de vino, conejitos con las manos en las orejas o fundas de móvil.

También es autocrític­o. Un par de paneles muestran el robo que sufrió el museo en el 2004, cuando tres encapuchad­os, con el coche a la puerta, entraron y se llevaron varias obras. Aquello desnudó el sistema de seguridad del museo, compuesto por tres elementos: dos hombres y un rottweiler. El robo generó que la ciudad, el país entero, se planteara la necesidad de que su gran artista tuviera una nueva sede. En un año abrirá sus puertas.

Edvard Munch es el artista más célebre de Noruega: el país construye para él un fabuloso museo, del arquitecto español Juan Herreros, que abrirá en el 2020

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UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / GETTY
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IGNACIO OROVIO Nuevo/viejo.
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STR / EFE El nuevo museo es la quilla de la tranformac­ión urbana de Oslo. Debajo, el robo de 2004 en el museo que ahora está a punto de cerrar.

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