La Vanguardia

Salió la portada y fue la locura

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Una esperaría que alguien que ha trabajado todos los veranos durante más de treinta años considerar­a su mejor estío aquel en el que finalmente ha podido hacer lo que todo el mundo por esas fechas: relajarse a la bartola. Pero a Ferran Adrià (l’Hospitalet de Llobregat, 1962) la dedicación intensiva le viene de fábrica y su mejor momento le pilló trabajando, que es cómo, al decir de Picasso, hallan las musas a los creadores. Fue el 10 de agosto del 2003 y su fotografía ocupaba la portada del The New York Times

Magazine con el título “The Nueva Nouvelle Cuisine” y el subtítulo “How Spain became the new

France” (cómo España se convirtió en la nueva Francia). Fue una locura. Fue la bomba.

–Nosotros sabíamos que estaban preparando el reportaje en su suplemento dominical, ya habían estado aquí, pero entonces, una semana antes de que saliera, nos llaman para decir que estaban pensando dedicarle la portada y si yo iba a estar en El Bulli esos días, que tenían poco tiempo, y en seguida llaman otra vez diciendo que un fotógrafo está tomando un avión de Miami a Nueva York y de ahí a Barcelona para hacerme las fotografía­s porque habían decidido que sí, que sería la portada del Magazine.

–Le darían de cenar bien, al fotógrafo.

–Qué va, ¡no tomó nada! el fotógrafo llegó cerca de las doce de la noche a cala Montjoi, el servicio estaba ya a punto de acabar. Sacó la cámara y me dijo algo que después siempre he tenido presente: “Si estás hablando de creación no puedes sonreír, porque no sería creíble”. Por eso cuando hablo de creación y de innovación me pongo serio, pero si hablo de comida o felicidad ya no.

Efectivame­nte, Ferran Adrià se pone serio mientras el fotógrafo de

La Vanguardia lo sitúa de espaldas a la puerta de El Bulli Lab, una nave de grandes dimensione­s en Barcelona donde cocina con su equipo sus proyectos de investigac­ión sobre la creativida­d y el futuro espacio expositivo en cala Montjoi, tras el cierre del mítico restaurant­e. Se pone serio y se semioculta tras un ejemplar de la revista que convirtió el verano del 2003 en el momento más importante de su carrera, el momento que le cambió la vida.

–Yo puse la cara que me dijeron que pusiera, el fotógrafo empezó a disparar, envió las fotos desde su ordenador a Nueva York, le dijeron que estaban bien y se marchó. Estuvo media hora.

–¿Así, de golpe?

–Así. El Magazine del The New York Times se imprimía con poca antelación y entonces Juli (el nombre de Juli Soler, fallecido el 2015, aparece continuame­nte en la conversaci­ón) me dijo: “Vamos corriendo a coger un avión y nos plantamos en Nueva York, compramos el diario y nos volvemos. Juli era así. No lo hicimos porque yo no me animé, no era consciente de la importanci­a que tenía esa portada.

Ni de sus repercusio­nes.

–Lo importante no era sólo salir en el diario, que también, sino que todos los directores de periódicos del mundo recibían The New York

Times, que marcaba las tendencias, y de pronto fue la locura, hacía seis o siete entrevista­s cada día, entonces fui consciente de lo que significab­a aquello. Y catorce páginas en el interior sobre la nueva cocina española. Después me explicaron que se lo habían pensado mucho antes de ponerlo en la primera página ¡Y que dijeran que España era la nueva Francia después de 400 años de monopolio francés en la alta gastronomí­a! porque tenía unas connotacio­nes económicas y sociopolít­icas tremendas. Era la guerra de Irak y Francia no había apoyado a EE.UU., y se podía interpreta­r que era por esto. El Bulli entró en la leyenda, pero al mismo tiempo empezaron los ataques, que sí hacíamos una cocina molecular y tal... ¡Era mentira! Se habían dado cuenta de que aquello no era cosa de un loco que hablaba bien de Francia, sino todo un movimiento. Unos meses después Le

Monde nos dedicó la portada de su dominical. Una lección para todos. –Qué presión.

–La presión nos la autoimponí­amos nosotros, todo eso nos daba lo mismo. Yo era más feliz haciendo una mousse que la portada, lo que pasa es que todo lo que vino con ella fue maravillos­o.

–Lo celebraría­n a lo grande. –Nunca celebramos nada en El Bulli, sólo el último día, cuando cerramos. El equipo se reunía todos los días, y cada vez que ganábamos un premio les decía: “Señores, ¿sabéis lo que ha pasado, no? Esto es de todos”.

Y ya está. Durante más de veinte años Ferran Adrià tuvo “dos vidas”, entre Barcelona y Cala Montjoi. Incluido el verano.

–La gente me decía si no me molestaba trabajar cuando todos estaban de vacaciones, pero es que siempre ha sido así. Primero en un restaurant­e donde trabajaba en Castelldef­els, después en Eivissa y más adelante cuando llegué a El Bulli, en el verano del 83, el otro verano más importante de mi vida. Además, hacer las vacaciones fuera de la temporada te permite evitar aglomeraci­ones.

De los veranos de la infancia Adrià habla poco, lo propio de aquellos años, Castelldef­els, con sus caravanas, los pinares... “Mi familia era gente normal que hacían cosas normales”. Y luego llegó El Bulli.

El fotógrafo llegó de Nueva York a las 12 de la noche, hizo las fotos y se marchó; estuvo sólo media hora

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ÀLEX GARCIA Ferran Adrià guarda unos pocos ejemplares de aquella portada

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