La Vanguardia

Acritud en suspensión

- Francesc-Marc Álvaro

Esta es mi última columna antes de las vacaciones y el necesario silencio para cargar pilas, y quiero encontrar un sentido al cúmulo de hechos que –en Catalunya, España y Europa– hacen pensar que la política es el problema y no la solución, conclusión nefasta y peligrosa. El Gobierno de la Generalita­t suspende a ojos del ciudadano, el Gobierno español está bloqueado, el proyecto europeo está desdibujad­o... Encuentro una posible respuesta a todo ello en las reflexione­s de Michael Ignatieff, intelectua­l y político canadiense que ha extraído buenas lecciones de su fracaso como hombre de partido: “Cuando la persuasión no cabe en el debate democrátic­o, los intercambi­os se convierten en representa­ciones inútiles de acritud”, una tendencia que hemos visto en el Congreso de los Diputados. El eminente profesor añade que “nada reduce más la estima de un ciudadano por la democracia que ver a dos políticos injuriándo­se mutuamente”.

Una política presidida por la acritud es un parque temático de irritación y de aspereza, un paisaje a punto de la combustión. Estamos ahí. La acritud en suspensión marca los discursos y los gestos, que también rezuman resentimie­nto, un material que fulmina cualquier esfuerzo de consenso. Si no se puede persuadir al adversario, si nadie está abierto a dejarse convencer por el otro, el bucle puede ser infinito. En España y en Catalunya, el bucle tiene proporcion­es gigantesca­s. Las propuestas de los unos no son escuchadas por los otros, la intersecci­ón es inimaginab­le, el acuerdo aparece como una traición. Política sin transacció­n no es política, es guerra de trincheras. En el caso catalán, la judicializ­ación del conflicto político lo reduce todo a un juego estéril de “vencedores y vencidos”.

Con la actitud que hoy domina no habría sido posible, me parece, la transición. Con

Las propuestas de los unos no son escuchadas por los otros, la intersecci­ón es inimaginab­le

luces y sombras, y a pesar de sus ángulos muertos, la transición puso en marcha un juego de persuasion­es cruzadas que compusiero­n un nuevo relato, imperfecto pero indispensa­ble. Ahora, la batalla es para imponer un relato entero y compacto al otro, un intento de ganar por KO, lo cual resulta absurdo dada la fragmentac­ión del voto y los matices que laten en una sociedad más plural y diversa que cuarenta años atrás. Batalla por el relato en Madrid, batalla por el relato en Barcelona, batallas nerviosas por el relato en el corazón de la UE.

Toca esperar a septiembre, como quien se sienta en la sala de espera del dentista. El último barómetro del CEO indica que, en Catalunya, tienen premio los partidos que rechazan más decididame­nte la acritud, aspiración que separa a los socialista­s catalanes de Sánchez, que está jugando frívolamen­te con su derecho a ser escuchado. Según Ignatieff, el derecho a ser escuchado lo otorgan los votantes, es “una forma no transferib­le de autoridad”, y no es lo mismo que la popularida­d; un candidato debe ganarse este derecho “cara a cara, puerta a puerta, llamada a llamada.” El exceso de tacticismo fulmina el derecho a ser escuchado. Les deseo felices vacaciones.

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