La Vanguardia

Sánchez y la Catalunya débil

- Josep Miró i Ardèvol

La intervenci­ón del presidente Sánchez y el subsiguien­te debate fueron realmente extraños. Es difícil encontrar otro parecido en los anales del parlamenta­rismo occidental. Nunca dos presuntos aliados se habrían maltratado tanto, porque la escasez de empatía entre ambos fue notoria, evidente la desgana de Sánchez por atraer a los podemitas y ostentosa su falta de interés por el gobierno de coalición.

Pero esto ya es agua pasada, lo que no ha pasado son las clamorosas elusiones del candidato. Una de las más destacadas, la ausencia de política para la crisis terminal ocasionada por la insuficien­te natalidad, que convierte en un problema lo que es un hecho en positivo: la longevidad. Se acordó de la muerte, la eutanasia, pero no de la vida, del nacer. Como espectacul­armente inane

fue su abordaje de una cuestión crucial, las pensiones. Ni una sola palabra de lo importante: cómo pagarlas, ni sobre cómo compensar el esfuerzo de quienes contribuye­n a su sostenibil­idad, las familias con hijos, los grandes discrimina­dos de esta historia. Tampoco mencionó la injusta transferen­cia intergener­acional de rentas públicas que perjudica a los jóvenes.

Pero con ser llamativas aquellas y otras grandes omisiones, sin duda lo más clamoroso fue la ausencia de proyecto para Catalunya, para todos los catalanes que vivimos una crisis histórica. Pero esta grave omisión tiene un correlato. ¿Si hubiera formulado un propósito de Estado para Catalunya, con quién lo habría negociado? ¿Consigo mismo, el PSC? No basta. ¿Con los comunes, una fuerza secundaria fuera de Barcelona y aliados incondicio­nales de Iglesias? ¿Con el independen­tismo, que cuenta con la condición necesaria de constituir la primera fuerza, pero que tiene como único asunto un imposible referéndum? En estos términos, es una vía muerta.

Lo que deseo señalar con estos interrogan­tes es que el tacticismo de Sánchez para con Catalunya, que bordea ya la inanidad de Rajoy, si bien con mejor relato, surge en gran medida de la debilidad catalana. La política catalana carece por primera vez desde principios del siglo XX de fuerza y capacidad de pacto con el gobierno español. Su peso en bruto transforma sus crisis en un problema de Estado, pero ahora carece del sujeto colectivo capaz de transforma­rlas en progreso político como sí hacía en el pasado. Necesitamo­s una Catalunya fuerte que cuente en Madrid y en Bruselas y que no confunda la política con el incordio.

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