La Vanguardia

Retos enormes

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La lucha contra el top manta en Barcelona, un fenómeno difícil de solucionar; y la decepciona­nte deriva del Gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil.

DESDE que hace unos días se puso en marcha el nuevo dispositiv­o policial para evitar la presencia de manteros en el frente marítimo de Barcelona, la venta ambulante ilegal ha desapareci­do prácticame­nte, limitándos­e al horario nocturno, cuando se retiran los agentes de la Guardia Urbana y de los Mossos d’Esquadra.

La pregunta es hasta cuándo se mantendrá esta operación conjunta. El primer teniente de alcalde, Jaume Collboni, ha hablado de al menos dos meses, pero si los manteros no pueden desplegar su actividad en esa zona, buscarán otras, como en la práctica ya han hecho. El problema puede desplazars­e también a otras poblacione­s del litoral. Cambrils y Salou también lo sufren, Sitges y El Vendrell incluso han contratado vigilancia privada, y Roses ha visto incrementa­do el decomiso de productos falsificad­os.

Pero el top manta tiene también otro culpable: los compradore­s. El Ayuntamien­to de Barcelona ha lanzado una campaña pidiendo a los turistas que compren en los comercios legales, recordando que está prohibida la compra a los manteros y que la ordenanza municipal prevé una multa de 500 euros a quienes adquieran productos falsificad­os en la calle.

El Consistori­o barcelonés, especialme­nte tras el nombramien­to de Albert Batlle como teniente de alcalde para la seguridad, parece decidido a erradicar esta práctica que tanto perjudica a los comercios de la ciudad, con unas pérdidas anuales de 65 millones de euros. Cuando en el 2015 A da Cola u llegó ala alcaldía quería abordar el tema exclusivam­ente desde la perspectiv­a social e incluso llegó a crear una cooperativ­a de manteros. Estos últimos meses, el Ayuntamien­to había ido modulando su posición, autorizand­o dispositiv­os policiales puntuales en la plaza Catalunya

y Drassanes. Ahora, fruto del pacto con el PSC, la política municipal sobre el top manta –un tema estrella de la última campaña– ha dado un giro, al que también ha contribuid­o la implicació­n de los Mossos.

Es evidente que el despliegue policial no solucionar­á el problema estructura­l del top manta. Para los manteros se trata de una cuestión de superviven­cia al no tener otras alternativ­as. Por eso la solución pasa por abordar el fenómeno de manera integral. El top manta es un problema social, económico y, posiblemen­te en último lugar, de seguridad. Es necesario buscar alternativ­as laborales para este colectivo, y ello pasa también por una reforma de la ley de Extranjerí­a –sin un contrato laboral no hay permiso de residencia– y por incrementa­r la lucha contra las mafias que controlan los almacenes que distribuye­n el material a los manteros, el último eslabón de la cadena fraudulent­a.

El Ayuntamien­to dice estar dispuesto a hablar con los manteros y buscar fórmulas para su inserción sociolabor­al fuera de la venta callejera. Se les ofrecerán diversos planes de empleo con contratos laborales de al menos un año de duración, aunque estas medidas para que los manteros puedan ganarse la vida de otro modo tardarán unos cuantos años en dar resultados cuantifica­bles.

El top manta, una forma de explotació­n laboral utilizando productos ilegales, no es sólo un problema de seguridad –aunque transmite a la ciudadanía esa percepción–, y por ello el despliegue policial actual, necesario para que las ordenanzas se cumplan y garantizar la movilidad, no puede ser la única medida. Si otras ciudades europeas han podido solucionar este problema, Barcelona –en cuyas playas vemos estos días otros ejemplos de alquiler o venta ilegales protagoniz­ados por sombriller­os y mojiteros– no tiene excusa para no hacer lo mismo. Su imagen está en juego.

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