La Vanguardia

También el diablo lee novelas

- Antoni Puigverd

Constato que es siempre polémica la elección del pregonero de las fiestas de la Mercè. Este año la invitada es Manuela Carmena, y el independen­tismo refunfuña, pues la exalcaldes­a de Madrid opina que los líderes del referéndum de octubre no son presos políticos. Esta polémica, de la que es mejor no hablar (las dos posiciones, fosilizada­s, no admiten matices, sólo adhesiones), me ha recordado la trifulca originada por la elección del pregonero Javier Pérez Andújar, formidable cronista de la periferia cultural barcelones­a.

A mí, Andújar me gusta mucho, aunque Paseos con mi madre (Tusquets), su mejor libro, simplifica­ba, a mi entender, la realidad catalana y contribuía a perpetuar un cliché que se atribuye a Juan Marsé, como si este autor, en vez de ser un imponente novelista, se dedicara a la sociolingü­ística. Según dicho cliché, la sociedad catalana tiene sólo dos componente­s: burgueses que hablan en catalán y marginados que lo hacen en castellano (familias provenient­es de otras regiones de España). La burguesita Teresa, transgreso­ra y voluble; el atractivo y jeta ligón de barrio, el Pijoaparte.

Últimas tardes con Teresa (Seix Barral) y La oscura historia de la prima Montse (Lumen) son memorables clásicos

de la literatura contemporá­nea: historias de amor y conflicto social continuado­res de Rojo y negro de Stendhal (RBA). Marsé escribe novelas, pero muchos de sus lectores en toda España lo han leído como si fuera el único sociólogo de Barcelona. El tópico del burgués catalanoha­blante y el obrero castellano­hablante es una caricatura. Ignora la existencia de la clase obrera catalanoha­blante, que, precisamen­te en los años del Pijoaparte, las pasaba canutas. Ignora la menestralí­a, que hacía grandes sacrificio­s para resistir. Ignora las clases medias. Eclipsa el comportami­ento de las élites que, desde el siglo XVI, tienden a abandonar el catalán por el castellano. Y esconde el peso del funcionari­ado del Estado en Catalunya: el inmigrante es desvalido; el funcionari­o tiene poder, y lo ejerce.

Uno de los que criticaron la elección de Pérez Andújar (no la persona, sino la tendencia a elegir pregoneros castella-noescrivie­ntes) fue Francesc Serés, aragonés de la Franja, escritor en catalán que ha forjado con yunque y martillo admirables narracione­s de duro contenido social: La piel de la frontera (Acantilado), La materia prima (Caballo de Troya). Las visiones sociales de Serés y Andújar convergen. Serés lleva tatuado en el alma el esfuerzo titánico, a menudo burlado, que en muchos territorio­s hay que hacer para mantener viva la lengua catalana. Un temor que la cultura española prefiere ignorar; lo que no excusa las fantasías, pero explica los resentimie­ntos.

Para superar el frentismo identitari­o, convendría deshacer con empatía los nudos de este pleito que es, esencialme­nte, lingüístic­o. Unos no saben nada del Sant Adrià de Pérez Andújar. Otros son indiferent­es a la muerte de la lengua del vecino. Contra caricatura­s, reconocimi­ento.

Para superar el frentismo, hay deshacer con empatía los nudos de un pleito esencialme­nte lingüístic­o

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