La resistencia franquista
Acabada la Guerra Civil, Franco construyó nuevos refugios en Barcelona y trazó un plan de evacuación ante el temor de una invasión aliada
En octubre de 1943, Franco abandonó la posición de “no beligerancia” en la Segunda Guerra Mundial y comenzó a hablar de neutralidad. Poco más de un mes y medio después, anunció la retirada de la División Azul, si bien un millar de sus integrantes siguieron en Alemania e, incluso, lucharon en la batalla de Berlín. El franquismo dio ese año un golpe de timón con el que quiso marcar distancia con nazis y fascistas italianos, ante la previsión de que su alianza le pudiera pasar factura. Un temor que duró y gozó de un protagonismo mayor de lo que se pensaba hasta ahora, porque el miedo a la invasión aliada habría durado hasta finales de los años cincuenta del siglo pasado. Así lo apunta una investigación del Ayuntamiento que ha identificado más de 300 refugios antiaéreos franquistas en Barcelona y ha encontrado datos de cómo se habría actuado, con evacuación incluida, si franceses, ingleses y americanos hubieran querido acabar con la dictadura.
“Mientras Franco, de manera pública, insiste en la idea de que ha abierto una época de paz, el régimen se sigue preparando para la guerra”, explica la responsable del Pla Barcino, Carme Miró. “La Junta de Defensa Pasiva republicana sigue, pasa a ser la Junta de Defensa Pasiva Nacional”, apunta el arqueólogo especialista en la Guerra Civil Jordi Ramos, que ha liderado una investigación en la que ha colaborado el Servei d’Arqueologia de Barcelona. Se siguieron construyendo refugios. En un inicio, algunos los diseñaron los mismos arquitectos que los hicieron para la República. “Todavía no están depurados”, apunta Ramos.
El estudio contradice la idea de que una vez acabada la contienda española, el franquismo se limitó a olvidar los refugios. Sí se abandonaron muchos, especialmente los de mina que transcurren debajo de las calles, cuya efectividad estaba en duda. Y bastantes acabaron llenos de escombros, que abundaban en una ciudad destrozada –los arqueólogos han hallado facturas de esos trabajos, que no siempre desarrolló la brigada municipal–, pero las autoridades franquistas también velaron por conservar otros. Concretamente, un total de 111 refugios republicanos que habían estado en uso. Asimismo, decidieron acabar otros 155 que estaban en marcha, a la vez que se construyeron otros nuevos, más resistentes, de hormigón armado, adecuados a los avances bélicos que se producen durante la II Guerra Mundial.
Aunque los nuevos refugios se proyectan a partir de 1939, de entre todos los localizados hasta ahora destacan, especialmente, los que se llevaron a cabo a partir de 1943, el año del golpe de timón. En julio, la dictadura franquista promulgó un
decreto, que llevó la firma de Luis Carrero Blanco, sobre la obligación de construir refugios en determinadas edificaciones nuevas en el caso de “poblaciones de más de 10.000 almas”. Aparentemente son sótanos, pero quienes los construyen y diseñan son conscientes de que están pensados para resistir el impacto de las bombas. Unos nuevos espacios de defensa pasiva que en muchos casos están todavía en uso, aunque ahora se haya olvidado su función inicial.
Ramos ha documentado varios. Una gran parte de ellos sigue el eje del paseo de Gràcia. Destaca, por llamativo, el sótano de la actual tienda Apple de plaza Catalunya (el edificio que la alberga, construido en 1943, fue la sede del Banco Español de Crédito). También destacan el subterráneo del ya desaparecido teatro Calderón de la Rambla o la estructura que hay bajo el actual edificio Windsor de la Diagonal, ambos construidos en 1945. De 1943 son los sótanos de Wad-Ras, el que hay en el actual hotel Olivia –allí estuvo la Sociedad Anónima de Productos Químicos– o el que se construyó bajo la empresa Ingraf, en Balmes.
Los al menos 300 refugios identificados hasta ahora no tenían la capacidad suficiente para acoger a la totalidad de la población de la ciudad. Podían dar amparo a unas 400.000 personas, pero Barcelona en 1940 tenía ya un censo de poco más de un millón de personas (hasta 1958 no se superan los 1,5 millones). ¿Qué hacer con resto de los ciudadanos en caso de ataque? “Se ideó un plan de evacuación”, explica Ramos. Un plan del que tan sólo se han hallado esbozos, pero que establecía rutas de escape por Collserola, el Vallès y, en menor medida, el Baix Llobregat. “Planes así eran habituales en las grandes ciudades europeas tras el final de II Guerra Mundial”, explica el arqueólogo.
La investigación también ha documentado algunos de los ejercicios de retaguardia que coordinó la Jefatura de Defensa Pasiva Nacional bajo el supuesto de que las bombas regresaran a Barcelona: entrenamientos, por ejemplo, para la extinción de incendios. Y, yendo más allá, los arqueólogos también han encontrado pruebas de un plan para dejar a oscuras a la ciudad en caso de invasión. Planes que no están pensados para la resistencia antifascista interior, sino para el enemigo exterior.
La actividad de la Junta de Defensa Pasiva Nacional no cesó del todo hasta 1973, si bien se rebajó mucho, más de diez años antes. Cuando la consolidación de España en las Naciones Unidas y especialmente la guerra fría hicieron que, al menos para uno de los bloques, la dictadura se viera como una aliada y el país, sobre todo, como un destino turístico de sol, sangría y playa.
CONSTATACIÓN HISTÓRICA
En 1939, la defensa pasiva franquista tomó el relevo, de inmediato, a la republicana
NUEVAS CONSTRUCCIONES
El ahora subterráneo de la tienda Apple de plaza Catalunya se diseñó para resistir bombas