La Vanguardia

El bosque inesperado

El parque de Garajonay, en la isla de La Gomera, conserva un tesoro biológico: la laurisilva, una masa forestal verde, densa y húmeda, envuelta en brumas

- SILVIA HINOJOSA

Tierra adentro, en la isla canaria de La Gomera, la naturaleza ha preservado desde hace millones de años un hábitat propio del terciario. Los bosques de laurisilva son toda una sorpresa en estas latitudes, húmedos y envueltos en brumas, sombríos en algunos tramos, y con suelos verdes y mullidos, salpicados de flores, y el olor fresco de la hojarasca que acompaña la caminata.

Pero mejor empezar por el principio. Por la isla de La Gomera, volcánica como todas las Canarias, pero con un pasado piroclásti­co tan remoto en su caso –las últimas erupciones se produjeron hace unos dos millones de años– que ha mantenido a salvo la mejor masa de laurisilva, un bosque que tras la extinción de los dinosaurio­s se extendía por amplias regiones de África y Europa y que hoy puede encontrars­e en Canarias, Madeira y Azores.

El parque de Garajonay –con su propia leyenda, la de los amantes guanches Gara y Jonay, que se lanzaron del pico más alto de la isla– es una amplia mancha verde que domina el centro de La Gomera. Está catalogado como reserva de la biosfera, como toda la isla, cuyo relieve abrupto y con acantilado­s en la costa se hunde también en profundos barrancos, dispuestos en forma radial en torno al parque. Garajonay es desde 1986 patrimonio de la humanidad,

declarado por la Unesco.

La maravilla de esta reliquia biológica es posible gracias a un fenómeno meteorológ­ico propio de las islas Canarias conocido como mar de nubes, un efecto natural creado por los vientos alisios, que empujan las nubes contra las laderas de las montañas, creando la ilusión de un mar algodonoso. En la vecina isla de Tenerife, los viajeros que suben al parque de las Cañadas del Teide pueden disfrutar a la vuelta del espejismo de un mar horizontal de estratocúm­ulos, justo por encima del océano Atlántico.

En La Gomera, el mar de nubes proporcion­a humedad permanente a la laurisilva y es una sensación que acompaña al visitante. Las nieblas que forman estas gigantesca­s masas de nubes se condensan en contacto con los árboles y caen en forma de pequeñas gotas de agua, la conocida como lluvia horizontal, que ha permitido desarrolla­r distintos tipos de bosque. Sólo aquí los brezos alcanzan alturas en torno a los veinte metros. Hongos, musgos, helechos y líquenes se benefician también de este hábitat con elevada humedad y temperatur­as benignas durante todo el año.

En las áreas más lluviosas, pequeñas corrientes de agua atraviesan los bosques densos, con los árboles que se retuercen hacia arriba buscando la luz. La visita con niños permite todo tipo de entretenim­ientos, como buscar al hada del bosque o el unicornio que oculta sus pisadas entre las flores, de colores intensos.

El rumor de estos riachuelos, totalmente inesperado­s, acompaña al visitante, que dispone de una extensa red de itinerario­s para conocer la zona, aunque buena parte del parque se mantiene libre de usos sociales para que la vida siga su ciclo natural, sin alteracion­es.

Pequeñas corrientes de agua atraviesan el parque, con árboles que retuercen sus troncos buscando la luz

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DOMINIC DÄHNCKE / GETTY Uno de los senderos que recorren el parque
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