La inteligencia de las plantas, en escena
Manuela Infante lleva a Venecia su teatro no antropocéntrico, que se encamina al Grec
El teatro de la chilena Manuela Infante no para de dar vueltas por el mundo con unas propuestas que, ahí es nada, se proponen quitar del centro del escenario a quien lo han presidido eternamente: las personas. En el mundo del antropoceno –término que ella cuestiona–, en el que los humanos han conseguido por primera vez en la historia ser capaces de cambiar el clima y de amenazar la vida en el planeta, Infante (1980) ha decidido, como tantos artistas de otras disciplinas están haciendo hoy, mirar el mundo desde una perspectiva no antropocéntrica, no humana. Por ejemplo, desde los objetos. O desde las plantas y la inteligencia y la comunicación vegetal. Y, en la obra que cerrará su actual trilogía, desde las piedras, desde los minerales. Estos días ha aterrizado en la Bienal de Teatro de Venecia con dos obras, Realismo y Estado vegetal, y muy probablemente estará en el próximo festival Grec de Barcelona, cuya nueva edición pondrá el foco en América Latina.
Infante comenzó su trayectoria a principios de milenio con la compañía Teatro de Chile, disuelta en el 2016, y con polémicas como la de la obra Prat, donde cuestionaba a un héroe nacional del XIX, el marino Arturo Prat. Luego crearía piezas como Juana –sobre Juana de Arco– o Cristo, y en todas ellas le interesaba, recuerda, “abordar la historia como una construcción cultural y no como un hecho objetivo”. Y en la misma línea de esa exploración sobre la construcción de la realidad, sobre realidad y ficción, razona, está su actual investigación sobre lo humano y lo no humano. “Hoy estamos un poco aterrados, tenemos
La creadora chilena ha apartado a los humanos del centro del mundo para mirar desde otras perspectivas
una sensación algo apocalíptica de todo”, dice, en un momento en el que hay un giro y la humanidad observa que el lugar que tiene no es central en el mundo.
Y es que las obras de Infante se apoyan en una lista de lecturas de pensamiento contemporáneo más que notable –desde el filósofo de las plantas Michael Marder hasta el neurobiólogo vegetal Stefano Mancuso o feministas posthumanistas como Rosi Braidotti o Donna Haraway– en las que se encontró con el “giro no humano en el pensamiento occidental, porque en el oriental la jerarquía es diferente, no son los humanos contra todo”. Y a partir de ahí ha tratado de hacer un teatro que saliera del pensamiento antropocéntrico de la humanidad y de la Ilustración, algo, sonríe, nada fácil en un arte como el teatro donde todo habla de lo humano.
En Realismo ha hecho que los objetos que normalmente son la escenografía “puedan adquirir potencia escénica y capacidad de acción independiente de los seres humanos, que no saben qué hacer con eso”. En Estado vegetal son las plantas las que están en el escenario, pero de un modo muy distinto, porque hay una actriz, Marcela Salinas, que da vida a diversos personajes en esta obra con un accidentado en estado vegetal: “No he intentado poner a las plantas en el centro, sino imitar el lenguaje vegetal con la obra, creando una dramaturgia ramificada, que se va por las ramas, con una actriz múltiple, que es muchas voces, imitando así a las plantas, que ahora se dice que son multitudes, y no individuos. Son dividuos, divisibles, modulables. Y esa modulabilidad la imita la estructura de la pieza, aparte de que la luz en escena trabaja con la fotosíntesis y la actriz se mueve hacia la luz y no al revés. La vegetalidad aplicada a los lenguajes del espectáculo”. Para su próxima obra de perspectiva no humana jugará, dice, siguiendo a la geología “con una dramaturgia de la acumulación donde todo se apila en capas”.